A Beatriz Cores Castro
Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes
Napoleón Bonaparte
Hay experiencias que marcan para siempre. Forjan el carácter, igual que el yunque del herrero moldea a martillazos el metal al rojo vivo. El recuerdo de un episodio acaecido en la adolescencia (tras estar latente mucho tiempo) sale a relucir cuando casualmente se rescata del olvido un retazo del pasado y nos da una lección que vale por todas las clases de humanidad que jamás hallamos recibido. Eso sucedió recientemente cuando mi madre me comunicó una noticia inesperada: Beatriz había muerto. No me lo podía creer. Me quedé helado, rígido como una estatua. Tras la conmoción me dirigí a mi habitación y, entre lágrimas, desempolvé una cajita de objetos personales entre los cuales apareció una carta mecanografiada en un papel de cartulina amarilla que decía lo siguiente:
Hola Jorge:
Hace unos días que recibí tu poema junto con la tarjeta de Navidad de tu madre, por lo cual quiero daros las gracias a los dos. El poema me gustó mucho. Uno se proyecta en todo lo que hace y, por supuesto, también en lo que escribe. La poesía es una buena proyección del inconsciente. Por tu poema me doy cuenta de que conoces bien la obra de Pondal y que la admiras mucho. Creo que eres una persona con bastantes ideales y particularmente eso me parece estupendo.
Dile a tu madre que me acuerdo muy bien de ella, que trate de no desanimarse y que siempre tenga en cuenta lo que canta Serrat en sus Bienaventuranzas: "bienaventurados los que están en el fondo del abismo, porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando".
Respecto a mí os diré que he concluido la rehabilitación que estaba haciendo a través de la ONCE y, entre otras cosas, ya consigo ir sola a la calle. El miedo y la inseguridad se van superando hasta que finalmente acaban por desaparecer.
Espero y deseo que el próximo año sea portador de un montón de alegrías y cosas buenas tanto para ti y tu madre como para el resto de tu familia.
Muchos recuerdos de mi madre y hermano. Recibid los dos un abrazo de
Beatriz
La conocí cierto día que acompañé a mis padres a visitar a una antigua amistad del pueblo natal de mi madre, Vilagarcía de Arousa. Cierto es que por aquellos tiempos de mi incipiente pubertad me aburría como no podía ser de otra manera en compañía de personas mayores con las que no tenía ningún vínculo afectivo o de parentesco. Entablar una conversación sobre cualquier cosa que no fuesen mis progresos en la escuela o lo mucho que se alegraban de volver a verme era misión imposible. Las miradas de meliflua condescendencia solían ir acompañadas de bienintencionados comentarios: en qué buen mozo me había convertido o si ya me había echado novia. Tales halagos y cumplidos hacían que me ruborizase, pues odiaba ser el centro de todas las miradas.
Aquel día papá y yo dimos un agradable paseo por el puerto de la localidad mientras mi madre cumplía con la visita de cortesía. Era reconfortante volver a experimentar la sensación de sentir la mano de mi padre agarrándome, la calidez de su contacto transmitiéndome seguridad y bienestar. Al ir a recoger a mi madre al portal de la casa de aquella señora ella ya nos estaba esperando, pues tenía especial interés en presentarme a la hija de su amiga. Reconozco que me quedé tan intrigado como sorprendido al apreciar en la actitud y el gesto de mi progenitora tan súbito arrobamiento. Conociéndola como la conocía no dudé ni por un instante en que aquel cambio anímico tan repentino estaba más que justificado. Acompañándome por unas escaleritas alcanzamos el piso superior de la vivienda.
La chica que apareció ante mí era invidente (eso nadie lo podía discutir) pero enseguida percibí que era una persona que no se hallaba privada de la facultad de observar el mundo que la rodeaba con todos los sentidos. No carecía de autonomía ni era reticente a las relaciones sociales, sino que irradiaba alegría, simpatía y espontaneidad. Se dirigió a mí con inusitada familiaridad haciéndome diversas preguntas y escuchando con atención. El interés que mi presencia suscitó en ella me agradaba y aprecié que era de las pocas personas en quien uno podría confiar plenamente. Confieso que jamás he conocido a nadie que profesase un amor tan ardiente por la vida y que luchase contra viento y marea por cumplir sus sueños. Enseguida fui consciente de estar ante una personalidad dotada de una fuerza de voluntad extraordinaria, cuyo tesón y esfuerzo se aunaban para derribar piedra por piedra el muro de su discapacidad.
Al regresar a casa mi madre me relató el resto de la historia que yo desconocía. Cuando Beatriz era pequeña sufrió una grave enfermedad cuya secuela más severa fue una pérdida paulatina e inexorable de visión. Aquella etapa de su vida en que era capaz de apreciar y distinguir formas, tamaños y colores con diáfana nitidez dio paso a una neblina difusa. Tuvo que enfrentarse a un claroscuro con más sombras que luces, una nueva dimensión en la que fue introduciéndose poco a poco, como cuando uno comienza a sumergirse en el argumento de un libro misterioso lleno de dibujos y signos cuyo lenguaje no es quien de descifrar.
Tal vez las sonrosadas facciones que antaño era fácil observar en su rostro juvenil se agostasen como las hojas con la llegada del otoño, pero Beatriz recorrió su camino con la ecuanimidad y candidez de Bernadette Soubirous cuando relataba las apariciones de la Virgen de Lourdes a aquellos cuya fe les llevó a buscar milagros en dicho santuario. Su perseverancia le permitió concluir con éxito sus estudios universitarios de psicología memorizando los conceptos que su madre le leía y asistiendo a exámenes por oral. Fue capaz de tener autonomía en su hogar y, gracias a un programa de reinserción avalado por la ONCE, superar el miedo que supone caminar sola y poder salir a la calle con la ayuda de un perro-guía.
Cuando su valentía ya le había permitido superar sus limitaciones y poder llevar una vida relativamente normal, un derrame cerebral acabó por romper sus sueños y truncar sus ilusiones. No obstante, para mí su presencia se sigue sintiendo cuando en la serenidad de la noche una estrella fugaz atraviesa el cielo. Miro hacia arriba, cierro los ojos y, con humilde devoción, pido un deseo: que allá donde esté siga siendo dichosa.
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
NonfiksiAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.