46. Muñecos de carne y hueso

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La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano

Víctor Hugo

Determinadas personas están dotadas de una habilidad poco común para hacer voces. Así como algunas han nacido para patinar o tocar el violín, otras poseen el don de imitar el timbre vocal (y los rasgos sonoros del tono audible) de un personaje real o ficticio. Si a eso añadimos la facultad que permite hablar empleando el vientre sin apenas despegar los labios evitando que el auditorio al que se dirige detecte la procedencia del sonido, entonces los candidatos que atesoran ambas cualidades se cuentan con los dedos de una mano.

Los ventrílocuos dominan el arte de la modulación de la voz con singular maestría. Lo que ya implica un desafío es proyectar ese talento poniéndolo al servicio del humor, creando así una nueva modalidad de espectáculo y divertimento. Para ello se sirven de un simple muñeco. Colocan en el regazo un trozo de trapo inanimado y, con la astucia y sagacidad de un encantador de serpientes, le confieren vida propia. La relación entre el artista y su títere se fundamenta en la personalidad que el primero le otorgue al segundo. La ingenuidad, vanidosa presunción o malicia son manejadas por el humorista con la inteligencia de un jugador de ajedrez que mueve piezas sobre un tablero. La partida se gana si el público es cómplice y participa de lo que presencia recompensando la actuación con restallantes aplausos.

Mari Carmen es una de las ventrílocuas más aclamadas. Su inseparable compañera, Doña Rogelia, es una vivaracha anciana de nariz ganchuda y mejillas sonrosadas. Su falda negra y sus medias multicolores unidas a un desparpajo y mala leche subida le confieren un carácter portentoso que se hace respetar. Es capaz de soltar una letanía de improperios con los que abrumar al más pintado. Sus expresiones castizas como "¡Coñe!" o "¡Bonica!" la han convertido en una abuela entrañable muy apreciada a pesar de su malintencionado sarcasmo. José Luís Moreno también se dedica al arte de darle el contrapunto a los personajes creados por su ingeniosa inventiva. Monchito es un niño travieso de ojos saltones vestido con gorra y uniforme rojo de colegial. Su registro vocal (inconfundible por su inocencia y candor) lo convierte en un chaval majo, simpático, dulce y bondadoso. Al grito de "¡Buenas noches, paisanos!" entra en escena Macario. Su aspecto es el de un ganadero despistado y tontorrón. Su atuendo es campestre (viste camisa a cuadros, chaleco y va enfundado en una boina). Su nariz gordinflona parece una berenjena y los pantalones cortos que viste dejan al descubierto unas piernas peludas con unos pelos puntiagudos como las púas de un puercoespín. Ameniza sus hazañas de hombre de campo con asuntos sexuales en los que los dobles sentidos trenzados por su querido Don Joselillo juegan a favor de la comicidad para deleite del público. Su felicidad la expresa con frescura y espontaneidad con un "¡Que contento estoyyyyyyyy!"

Rockefeller es el muñeco predilecto del humorista y, posiblemente, el más logrado. Se trata de un cuervo cascarrabias que lleva puesto un riguroso esmoquin negro. En su cabeza sobresale un prominente pico de un llamativo color amarillo. Sus señas de identidad son un sombrero de copa y la intencionada localización de sus manos, estratégicamente metidas en los bolsillos del pantalón con los pulgares dirigidos hacia arriba. Durante su aparición, el pajarraco se despacha a gusto contoneándose con movimientos provocativos y obscenos, al tiempo que pronuncia su célebre admiración "¡Toooooma, Moreno!" con su voz grave y ronca, profunda como una caverna. En este punto es donde los asistentes a la función se mondan de risa en sus asientos prorrumpiendo en una explosión de sonoras carcajadas. Otra expresión que provoca la hilaridad general son sus gestos de estupefacción y sorpresa. Cuando Moreno argumenta cosas que al cuervo le revientan antes de proceder a su avasalladora réplica abre ostensiblemente su pico como dando a entender que ha captado el mensaje. Acto seguido se dirige con la mirada al público y, señalando con desdén a su compañero, bisbisea: "¡Psssccch, psssccch!", como queriendo decir "pero ¡qué se ha creído el tío éste!, ¿que soy tonto?"

Es un placer disfrutar de las ocurrencias de estos muñecos a los que una mano hábil y una voz sincronizada les dan vida como si saliesen de una película de dibujos animados. Lo mejor de todo es que nos hacen reír, permitiéndonos ahuyentar las penas y desterrar los malos augurios aunque sólo sea por unos breves instantes.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora