50. Consulte al bromatólogo

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Nuestras vidas no están en manos de los dioses sino en las de nuestros cocineros

Yutang Lin

Uno de los pilares en los que se asienta una buena salud es alimentarse correctamente. Es decir, comer lo que se debe en la cantidad precisa. Dicho así suena trivial. Cualquiera con dos dedos de frente debería ser capaz de conseguirlo. Pero del dicho al hecho siempre hay un buen trecho y en lo que respecta a la alimentación esa distancia es bastante considerable porque el metabolismo humano es un rompecabezas muy complejo.

Ir al supermercado a hacer la compra exige disponer de un mínimo de conocimientos nutricionales y una vista a la que no se le escape ningún detalle. Para un mismo producto habitualmente se puede elegir entre varias marcas y un amplio rango de precios. No siempre rascarse el bolsillo es lo más inteligente, pues aunque pensemos que escatimar unos céntimos en lo que comemos es arriesgado los estándares actuales de producción marcan unos mínimos y podemos economizar sin perder calidad.

Saber interpretar las etiquetas de los envases alimentarios es cuestión de informarse y comparar: bajos en grasas saturadas o en sal, con menos azúcares, sin gluten o lactosa... Aunque es difícil que sepamos qué nos estamos comiendo. Puede que los ingredientes sean perfectamente comprensibles, aunque lo normal es que contengan aditivos (conservantes, colorantes, edulcorantes, potenciadores del sabor...) que confieran diversas propiedades y estén codificados con letras y números que no podamos identificar ni sepamos cómo pueden afectarnos a pesar de estar consumiéndolos a diario. Acertar en la adquisición de un alimento se basa en un procedimiento de ensayo y error en el que los fallos repercuten en el organismo. Si queremos asegurarnos lo mejor es no jugársela y optar por alimentos funcionales, nutracéuticos, complementos alimenticios y los que son catalogados como biológicos o ecológicos. Aquellas personas con alergias específicas o intolerancias a determinadas sustancias deben vigilar más que nadie las composiciones de los productos para evitar reacciones del sistema inmunológico.

El que se pasa por el arco del triunfo la dieta mediterránea y opta por la fast food no pierde el tiempo cocinando pero tampoco puede pretender que lo que ingiera se aleje mucho de la categoría de veneno. Hamburguesas, salchichas, alitas de pollo y demás fritangas son poco más que residuos comestibles que colapsan las arterias e infectan el cuerpo con toxinas. Los que abusan de la carne roja y de los lácteos no se libran de introducir en su menú aquellos medicamentos con los que se trata al ganado para que no enferme. El pescado y el marisco pueden contener metales pesados, la fruta pesticidas...

Cierto que hoy por hoy los controles de calidad de cualquier cosa que se comercializa son muy estrictos y exhaustivos; es muy extraño que haya algún lote defectuoso que se escape a tal vigilancia. Una intoxicación de la índole que sea (bacteriana o química) debe evitarse a toda costa. Nadie podrá olvidar la tragedia del aceite de colza, así que es bueno recordar que la comida, al igual que el agua, cuando no se encuentra en buen estado es un vehículo transmisor de agentes tóxicos o patógenos.

Por lo tanto en caso de duda lo mejor es preguntar. Si el hipermercado a donde nos dirigimos es moderno tal vez disponga de información adicional respecto a su mercancía en forma de aplicación para el móvil. En caso contrario es conveniente disponer de un manual donde poder realizar consultas. En última instancia siempre podremos recurrir a una revista especializada donde un nutricionista titulado aclarará conceptos y propondrá alternativas que nos resulten útiles.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora