39. Él nunca lo haría (pero tú sí)

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La verdadera prueba de la moralidad de lahumanidad, la más honda, radica en su relación con aquellos queestán a su merced: los animales.

Milan Kundera

Probablemente el perro sea el mejor amigo del hombre. Será porque siempre ha estado ahí cuando lo hemos necesitado. Los cazadores cuentan con su inestimable colaboración en el rastreo de las presas abatidas. Ejemplares adiestrados acompañan a los ciegos haciendo de ojos de sus amos, permitiéndoles orientarse, guiándolos en su camino y soslayando con destreza los peligros a los que se ven expuestos. En las regiones polares, la especie canina tiene como misión ser la fuerza bruta que tire de los trineos, los medios de transporte más eficaces en esas latitudes. Además, se tiene constancia de casos en los que un can ha salvado a un niño perdido de una muerte segura por hipotermia al proporcionarle su calor corporal. También de haber velado a sus dueños moribundos o haber recorrido cientos de kilómetros en su busca. Así que, aunque no desempeñe una labor especial, un perro nos hace compañía y nos protege sin pedir nada a cambio. Su instintiva fidelidad (reforzada por el cariño y afecto humanos) es su seña de identidad.

Sin embargo, el comportamiento ejemplar de los perros no se ve recompensado por la actitud de sus amos. Muchas personas se hacen cargo de estos animales obviando las ineludibles responsabilidades que esto conlleva. Tanto su alimentación equilibrada como cuidar de su salud e higiene son atenciones que todo amo que se precie de tal debe tener con su mascota, además de puntuales paseos diarios para su esparcimiento y visitas periódicas al veterinario. Pero en muchas ocasiones el animal se convierte en una molestia, un estorbo del que deshacerse. Muchos perros son abandonados en la cuneta de una carretera como quien tira un electrodoméstico estropeado. Así por las buenas, sin cargo de conciencia. Otros canes corren peor suerte: son maltratados o entrenados para combatir en peleas clandestinas. En cualquier caso el nexo emocional entre hombre y animal (un lazo sagrado forjado durante miles de años de convivencia) se debilita y se rompe.

Las instituciones públicas hacen lo que pueden para contener la avalancha de animales dejados de la mano de Dios. Se crean sociedades protectoras con voluntarios a su cargo que tratan de mantener a los perros en las mejores condiciones posibles alimentándolos, vacunándolos y desparasitándolos. Pero los animales pierden su libertad. Son encerrados en jaulas. Chuchos callejeros y pedigrees de pura raza, sin distinción. Y salvo que alguien se apiade de ellos y los adopte (cosa poco probable porque todos elegimos a un cachorrito tierno y juguetón y no a un ejemplar adulto posiblemente asilvestrado y rabioso) serán sacrificados. Tiene muy malas pulgas el que se desprende sin miramientos de una criatura indefensa que jamás le traicionaría y cuya taciturna mirada le pregunta por qué lo ha hecho mientras las lágrimas la corroen de pena.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora