6. El hijo del viento

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El deporte no forja el carácter. Lo pone de manifiesto.

Heywood Hale Broun

Lo apodan "relámpago". No es debido a su nombre, Usain Bolt, pero podría ser, porque suena a disparo de rifle. Seguramente se debe a la explosiva salida desde los tacos de la pista de atletismo de un estadio olímpico que resuena como una detonación. Cuando el juez árbitro de chaqueta roja da el pistoletazo de salida su grácil figura (que, con los músculos en tensión, se desplegaba portentosa como lo un albatros en el instante de alzar el vuelo) se lanza  a una veloz carrera como la del guepardo que persigue raudo a su presa en la hostil llanura del Serengeti al ritmo de la sintonía del programa de naturaleza "El hombre y la Tierra".

Enfundado en una equipación fabricada con material aerodinámico y llevando zapatillas ligeras como plumas, la estampa de un hombre alto y vigoroso como un gladiador romano se levanta majestuosa sobre el aglomerado de color canela. A su lado se perfila una sombra estilizada que le sigue fiel acompasando sus movimientos, los brazos adelante y atrás con ritmo trepidante, la respiración agitada, inhalando aire con avidez y expulsándolo por la boca como un pistón. Las piernas, torneadas y veloces como el rayo, dan zancadas de gacela impelidas por un corazón que bombea sangre y que trabaja a destajo como un carbonero del ferrocarril alimentando las entrañas de una locomotora.

Traspasar la línea de meta permitiéndose el lujo de aflojar la marcha y siendo capaz de pulverizar todos los registros dejando el cronómetro en una cifra estratosférica está al alcance de muy pocos atletas. Experimentar la sensación de júbilo de ser el hombre más rápido del mundo y compartir su alegría ondeando la bandera de Jamaica (la tierra que lo vio nacer), lo engrandece todavía más. Mientras da la vuelta de honor al estadio saluda efusivamente al público y sonríe de felicidad. El colofón es subirse a lo más alto del podio con la medalla de oro colgando de su pecho. Con humildad y respeto la besa y acaricia, mostrando su lado más tierno.

Ser capaz de llegar tan lejos y tener el cuerpo listo para dar el máximo de lo que se lleva dentro supone un gran sacrificio, esforzarse día a día, sudar durante muchas horas ejercitándose en el gimnasio, privarse de salir con los amigos, renunciar a otros placeres en aras de una pasión noble, donde unos instantes sublimes e irrepetibles son la recompensa a tantas privaciones.

La popularidad y el éxito le permiten destinar parte del dinero que gana compitiendo a obras benéficas para apoyar a chicos jóvenes. Es un gesto que le honra, adoptar la filosofía del juego limpio, de no olvidar que alguien lo ayudó a llegar a la cúspide y saber que muchos otros niños sueñan con alcanzar la gloria que él está saboreando ahora. Porque antes de ser deportista hay que ser persona y darse cuenta de que la mayoría de los que te rodean no están tocados por los dedos de la diosa fortuna.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora