37. Trabaja como puedas

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No es el éxito lo que importa sino el camino que emprendes hacia él

Lajos Zilahy

Analicemos con detenimiento las posturas contrapuestas adoptadas por el proletariado del tercer milenio:

De un lado se hallan los liberados sindicales, auténticos látigos del empresariado que se pasan la vida organizando comités reivindicativos y manifestaciones en defensa de los derechos de los trabajadores (bueno, no de todos, seamos justos y pongamos el acento donde corresponde, más bien de los que son de su cuerda y pagan religiosamente cada mes su cuota de afiliado). Enarbolan pancartas cada primero de mayo reclamando mejoras salariales y más seguridad laboral. Muy legítimo. Pero tampoco es que se partan el espinazo cavando zanjas. Son más bien como algunos funcionarios perezosos a los cuales cobrar a fin de mes con puntualidad británica se les antoja insuficiente y le espetan al camarero del bar donde toman café que a qué espera el gobierno de turno a descongelar su miserable sueldo.

Por el otro nos encontramos con los espíritus diligentes que nunca se quejan y a quienes parece gustarles chuzar por deporte. Está de moda el estilo japonés, sumisos empleados que con disciplina y tesón ejecutan sus tareas con eficacia y rapidez. Adoran lo que hacen y no les importa tener que calzarse una docena de horas consecutivas de curro con tal de ser unos fueras de serie, campeones olímpicos sudando la camiseta y apretando tuercas como Charlot en Tiempos modernos.

En tierra de nadie se exilian los millones de parados inscritos en las oficinas del INEM. Desempleados que aspiran a integrarse en el complejo mundo del mercado de trabajo. Para ellos el asunto se presenta complicado. Las oportunidades escasean. Poseer una formación adecuada, estar disponible y dispuesto a casi todo no garantiza nada. Si eres emprendedor y tienes una idea de negocio puedes intentar montar una pequeña empresa, pero necesitas financiación y asesoramiento, amén de asumir que la vida del autónomo es dura y sacrificada. En el caso de que decidas ser empleado por cuenta ajena el desafío tampoco es baladí. Tras años de esfuerzo se intenta uno dedicar a la profesión que se eligió, pero habitualmente las posibilidades de integrarse en ella son pocas. Después de muchas entrevistas y procesos de selección al final uno tiene que conformarse con lo que sale, oficios que uno nunca se imaginó desempeñar y en condiciones bastante mejorables. Se encadenan contratos precarios, mal remunerados y temporales (de semanas o incluso días de duración) en los que hoy te toca aquí y mañana allí, a donde te mandan. Te sientes explotado y casi prostituido pero piensas que si tú te niegas hay cuarenta en la cola esperando y no te queda más remedio que tragar con lo que te pongan delante. Claro que siempre te queda la alternativa de opositar al sector público. Las administraciones ofertan muchas vacantes pero conseguirlas es cuestión de más tiempo y esfuerzo. Lo que implica bajar los codos y prepararse a fondo. Para acceder a una mediocre plaza de pisapapeles tienes que saber recitar la Constitución como Zipi y Zape la lista de los Reyes Godos y memorizar una letanía de leyes y decretos que exasperaría a cualquier estudiante de Derecho.

Ser autosuficiente y ganarse la vida sin exprimir la exigua pensión de jubilación de tus padres hasta la última gota requiere espabilar a marchas forzadas si no dispones de un enchufe trifásico o un padrino que te bautice. En la universidad eres un jasp (no un "joven aunque sobradamente preparado" que también, sino "julio, agosto, septiembre, puteado", porque necesitas pringar y ganar dinero para pagarte la matrícula del próximo curso mientras estudias para examinarte de las asignaturas que te quedaron pendientes). Ejerces como patrón de tu propio barco, el capitán intrépido al que la brújula del sistema de navegación le niega vislumbrar en el horizonte un puerto en el que recalar. Harás el doctorado, te involucrarás en proyectos de investigación, solicitarás becas para irte al extranjero y rezarás para tener que comprar sólo el billete de ida. Si te toca volver podrás presumir del prestigio de haber obtenido experiencia internacional. Pero tus cartas de recomendación serán papel mojado. Por mucho título de ingeniero que figure en tu expediente te verás en la tesitura de aceptar chollos que nunca creíste tener que desempeñar. Sabes que tu carrera era prometedora, todo el mundo decía que estudiar ciencias era símbolo de futuro asegurado, de que tuvieses un empleo muy bien remunerado y hasta que pudieses permitirte el lujo de rechazar lo que no te gustase.

Pero parece que a base de golpes te has quitado la venda de los ojos. Tus amigos investigadores se ven en la obligación de emigrar porque en el extranjero son más valorados. Aquí pocos saben de qué va eso del I+D+i (1). Reflexionas y tal vez pienses que perdiste el tiempo invirtiendo tantos años de tu vida en lo que siempre te apasionó. Oirás el lejano eco de las carcajadas de la parte malvada de tu conciencia, que se encarga de recordarte que tu viejo compañero del colegio, Manolito el cuatro ojos (del que todos se cachondeaban por su pinta de fracasado) está forrado tras diplomarse en fontanería y cobrarles un pastón a pringados como tú por arreglarles un grifo que gotea.

Naturalmente que la suerte puede estar de tu parte y tras algunas entrevistas (en las que los malditos psicólogos que las hacen te exigen que desnudes tu alma y reveles confidencias íntimas) entres a formar parte de una compañía de gran proyección futura con un contrato indefinido. Pero no tengas prisa por poner el champán a enfriar en la nevera. Apuesta a que algo no encajará, los mirlos blancos no existen. Posiblemente tu jefe sea un tocapelotas de la leche que te apretará las clavijas e intentará dejarte en evidencia ante el resto de compañeros a la primera ocasión que se le presente. Pero seguirás adelante ignorándolo si no hay más remedio. No te arredras porque un inepto que no sabe por dónde le da el aire se ponga a dar órdenes y a mangonearte. Estás dispuesto a subir peldaños en el escalafón. Luchas a brazo partido para que tus ideas se valoren y respeten. Las promociones y ascensos vienen rodados. Acudes a cursos de formación y te desvelas haciendo horas extraordinarias cada vez que oyes campanas de aumento de sueldo. Pero no cuentas con lo imponderable. Parece que la recesión se acerca. El ciclo económico de creación y destrucción de riqueza se cobra sus víctimas. Cierto día después de duros años de entrega y leal servicio lo que encuentras encima de la mesa de tu flamante despacho es una breve y concisa carta de agradecimiento por los servicios prestados junto con un cheque en concepto de liquidación e indemnización. Así que lo que toca es ser escéptico, moderadamente optimista y no esperar que se reconozca tu valía. Hoy tienes contrato pero mañana quién sabe.

(1) Investigación, Desarrollo e innovación

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora