El sexo se tiene con cualquiera... cosa diferente es hacer el amor a quien amas
Anónimo
La pubertad trae aparejado el descubrimiento de nuestro cuerpo. Inconscientemente comenzamos a experimentar estímulos desconocidos hasta ese momento, un flujo hormonal tan intenso como una descarga eléctrica que nos recorre desde las puntas del cabello hasta los dedos de los pies. Nos embarga una sensación agradable que nos incita a explorar nuestra anatomía sin pudor, desnudos ante el espejo del cuarto de baño. Afloran entonces las zonas erógenas, rinconcitos cuya hábil manipulación nos proporciona un placer exquisito y con las que nos amamos a nosotros mismos en una manifestación sincera de puro onanismo.
Sin embargo, la aparición del sexo en nuestra vida puede resultar desafortunada y en absoluto idílica. La falta de información, comunicación y educación contribuye a buscar subterfugios como la pornografía. Las revistas, videos y páginas web de contenido obsceno polarizan la naturaleza de un acto natural y sano mancillándolo con una sarta de mitos y tabús. Desnudos y poses explícitas, modelos con los pechos operados, fetichismo, sadomasoquismo, escenas donde se fingen posturas y orgasmos desatan la libido y dan cobijo a los más bajos instintos desvirtuando la esencia de un acto de amor. Así se adultera su esencia, convirtiéndolo en un vicio en sí mismo, en una descarada apología del desenfreno.
Otro factor que contribuye a equivocarnos en el camino de la iniciación al sexo es la prostitución, más en auge que nunca con crisis económica o sin ella. El oficio más viejo del mundo muestra una vez más la hipocresía de nuestra sociedad que se precia de progresista y liberal, aunque siempre que puede se dedique a mirar para otro lado cuando algo no le gusta. Se censuran conductas reprobables y prohibidas por ley pero se permite su práctica siempre que generen riqueza. Basta con echar un vistazo a las páginas de contactos de los periódicos para asquearse leyendo guarradas. Se vende contacto carnal de cualquier pelaje con una retahíla de obscenidades que relega a las míticas películas de dos rombos a la categoría de programa para panolis mojigatos. Bajo la consigna de "lúcrese usted anunciante, el negocio del puterío es boyante" nadie pone remilgos a la hora de dar pábulo a extender un mercado en expansión. Tú me publicitas, yo te pago. ¿Alguien repara en la cantidad de dinero negro que mueven las mafias de la trata de blancas, el proxenetismo, los locales de alterne con barras americanas, los clubes de carretera con strippers o los escorts de lujo? Tal vez, pero por el momento a la economía sumergida le va de lujo.
Los escándalos públicos en las altas esferas de la política y la religión no hacen sino confirmar que la carne es débil y que cualquiera sucumbe a sus tentaciones. Sonados son los casos de becarias y artistas de cabaret que hacen carrera en despachos ovales y palacios de primeros ministros. Que un presidente se deje seducir por una alumna aventajada en la asignatura de la lujuria tan sólo evidencia que la muy pécora se la metió doblada al mandatario y, al verse traicionada y ofendida, dejará la imagen de éste a la altura del betún cuando comience a largar que se le prometió un puesto de privilegio en el gabinete de confianza de su conquista y solo obtuvo un "¡qué bien lo haces, nena, compensaré al que te seleccionó subiéndole el sueldo!". Los abusos de que son acusados muchos obispos y miembros de la santa madre iglesia ya son harina de otro costal. Someter a niños indefensos a las perversiones de mentes enfermas y retorcidas constituye un pecado de los gordos. No basta con que el Sumo Pontífice se manifieste públicamente condenando tales vejaciones sino que a los culpables habría que excomulgarlos ipso facto exigiéndoles como penitencia flagelarse con un látigo en las procesiones del vía crucis hasta que corriese su sangre y se lacerasen la espalda.
El acto sexual es en sí mismo una experiencia maravillosa siempre que vaya acompañada de una unión afectiva. Cuando deja de representar la comunión del amor de dos personas que se aman para representar un arrebato de carnalidad y lascivia entonces pierde su pureza y se emponzoña como el agua estancada. A veces se superpone el placer y el gozo a sentimientos más profundos. No se trata de negar que alguien pueda desear un contacto físico porque sencillamente sienta la necesidad de desahogarse o satisfacer su sexualidad, ni tampoco dejar constancia de una mentalidad retrógrada y anacrónica ciñéndose al manido argumento de que la cópula sólo se entiende como sinónimo de procreación. No somos animales irracionales, en nosotros afloran sentimientos de toda índole que legitiman interpretar el contacto íntimo de diversas formas, por lo que siempre que haya respeto y un acuerdo tácito entre quienes lo practiquen es perfectamente legítimo. Lo que pasa es que la tendencia a satisfacer al cuerpo y abandonar a su suerte al alma hace que prolifere la filosofía single. La del ejército de solteros desencantados que han perdido la ilusión por haber vivido desengaños amorosos y que comulgan con el dicho de "no ames a quien amó ni sirvas a quien sirvió". De ahí que opten por una actitud cómoda, carente de ataduras emocionales ni compromisos con los demás, exonerados de cargas, viviendo independientes por vocación. Les bastan unos cuantos contactos de follamig@s en la agenda para echar un polvo sin renunciar a ningún placer: viajan en grupo, salen a cenar o a tomarse unas copas, al cine, al teatro, a un concierto... y regresan felices a su hogar, dulce hogar, donde tal vez les esté esperando su perro meneando el rabo, sin nadie que pida más que una caricia de cariño ni que exija explicaciones del tipo "¿se puede saber dónde has estado?"
Sin embargo también hay quien se apunta con ilusión a vivir en pareja y casarse. Tienen moral para organizar una boda con toda la parafernalia que ello implica: buscar cura (si es que son católicos, apostólicos, romanos y no optan por el alcalde o el juzgado), vestidos, convite, invitaciones, reportaje fotográfico, luna de miel... Un derroche (una millonada) que no se llora, que se da por bien empleado, ¡como por lo general sólo se celebra una vez en la vida!; que se sueña de color de rosa; flotando en una nube de cuento de hadas; seamos felices y comamos perdices... Quién sabe, hasta hay quien celebra veinticinco o cincuenta años de sólida unión (aunque sean excepciones contadas con los dedos de una mano). Pero tampoco todos los matrimonios naufragan. Es cuestión de suerte y de cuidar el amor, de que no se rompa, pues es frágil como una flor de invernadero y no puede desatenderse. Hay que proporcionarle todo tipo de cuidados para que goce de buena salud.
Queda patente que las que mandan en todo este asunto son las hormonas, concretamente la oxitocina. Sin ella no habría atracción; no se nos aceleraría el pulso cada vez que estamos cerca de la persona que nos gusta; jamas sentiríamos el cosquilleo de un beso adolescente; las pasiones de juventud; la precipitación de la inexperiencia; los tonteos; el revolotear como mariposas de flor en flor o enamorarnos con locura sin miedo a nada, como cuando llegamos al final de una relación apasionada y pensamos: "¡No he luchado en vano. Volvería a dar mi vida por tu amor, por sentir tu aliento y la humedad de tus labios rozando los míos!".
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
Não FicçãoAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.