No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más.
Thomas de Kempis
Michael Landon (el legendario actor protagonista de series míticas como Bonanza o La casa de la pradera) también intervino en Autopista hacia el cielo, donde encarnaba a un ángel enviado por Dios para ayudar a la gente a resolver sus problemas. Aquel personaje ficticio de aspecto bondadoso se entregaba desinteresadamente a los demás llevando alivio a donde antes había sufrimiento. Para los más nostálgicos evocar su estampa resulta conmovedor. Se nos viene a la memoria una sonrisa cálida, generosa; un abrazo sincero, lleno de amor al prójimo, símbolo inequívoco de que la auténtica religión está en el corazón, no en las rodillas.
Sin embargo, en el mundo real las almas caritativas escasean. Es difícil encontrar ese buen samaritano que nos ayude a levantarnos y nos cure las heridas con ungüento tras habernos dado de bruces contra el suelo. Aun así, la beneficencia no convierte el agua en vino pero hace lo que puede con los recursos a su alcance. Las aportaciones solidarias sirven para que muchos vagabundos se refugien de la intemperie en las cocinas económicas y tengan un plato caliente con el que alimentarse y sobrellevar su desgracia con dignidad. Al menos, la suficiente como para no perder la fe y la esperanza.
Durante la época en que nos toca cumplir con nuestras obligaciones de ciudadanos pagando los impuestos al fisco, en los locales sociales del barrio los responsables parroquiales suelen encargarse de que el correspondiente cartel animando a marcar con una X la casilla de la iglesia en la devolución de la declaración de la renta esté bien visible. Los domingos, festivos y demás días de guardar en que se celebra la eucaristía muchos feligreses pagan para que el párroco mencione el nombre de sus familiares ya fallecidos. El monaguillo (aprovechando el interludio en el que se otorga la comunión) pasa el cepillo y, aquellos que no comulgan ni se confiesan, suelen rascarse el bolsillo pensando que con la limosna que aportan el santo por el que sienten devoción intercederá en su nombre para absolver sus pecados.
Muchos espabilados se aprovechan del fervor de las masas para fines ilícitos. Son desaprensivos que no dudan en corromper lo más sagrado (una reliquia, una religión) por un puñado de billetes tan viles como las treinta monedas de plata con las que Judas traicionó a Jesucristo. No son más que una recua de granujas de medio pelo que se lo montan de cine disfrazando vicios y pecados, defendiendo dogmas de dudosa ética, haciendo alabanzas y gestos piadosos: echadores de cartas que se encomiendan a Santa Rita, abogada de los imposibles; videntes que dicen leer las líneas de las manos o entrever el futuro en sus bolas de cristal; seminaristas irreverentes sin alzacuellos con menos vocación de sacerdote que un gogó de discoteca; telepredicadores yanquis que pregonan a los cuatro vientos el himno de la vida austera y la castidad con un magnético carisma que atrae y seduce a las masas sedientas de ídolos mientras buscan inspiración para sus sermones retozando en el jacuzzi de sus mansiones con conejitas del Playboy. Lo mejorcito de cada casa, vaya.
Las residencias religiosas (instauradas bajo la tutela de una congregación de monjas o frailes), se rigen bajo la férrea disciplina de las instituciones eclesiásticas cuyas señas de identidad son bien conocidas: permisividad restringida y concesiones las justas. Ahí se erige la alargada sombra de la avaricia y el egoísmo. Cobran las pensiones de aquellos ancianos que tienen un retiro desahogado, rebañando bien las cartillas de ahorro como un goloso una tarta de merengue. Donativos, legados de viudas sin descendencia y subvenciones de organismos públicos pasan a engrosar la hacienda, mientras que propiedades y terrenos heredados conforman un patrimonio nada desdeñable. Las letanías de oraciones y rezos, los misterios del rosario y las reverencias acompañadas del consabido "Dios se lo pague, ha hecho usted una obra de misericordia", constituyen la personalidad de los que son tan amarrados como la Virgen del Puño. Las habitaciones donde se alojan los residentes dejan mucho que desear. No se puede censurar ningún aspecto relativo a la higiene, puesto que si de algo pueden presumir los religiosos es de pulcritud y limpieza. No obstante, las instalaciones son espartanas, con una cama, una mesa y una silla. Con respecto a la alimentación las dietas son desequilibradas (con deficiencias nutricionales) y no del todo saludables (no se vigila demasiado la sal, el colesterol o el azúcar). Sin embargo a la hora de invertir fuertes partidas de sus presupuestos en lujos superfluos que lucen de cara a la galería no les duelen prendas: figuras talladas en maderas nobles, vidrieras emplomadas, amén de armarios y expositores donde exhiben los reconocimientos a su labor de dedicación a los desamparados.
En la Santa Sede de San Pedro de Roma la jerarquía suprema de la santa madre iglesia se sirve de su poder para proclamar la paz y la convivencia en armonía. La Curia Vaticana no dice una mala palabra, pero tampoco realiza una buena acción. A la teología de la liberación la tildan de irrespetuosa, de no contar con el respaldo del Sumo Pontífice, pero la minoría que sigue sus preceptos representa un bálsamo para los renglones torcidos de Dios, aquellos marginados que pasan hambre, están enfermos, no tienen acceso al agua potable o sencillamente nacieron en el lugar equivocado. Pero sí ha lugar para que, haciendo sonar la saca del dinero, se concedan alegremente nulidades matrimoniales o se proceda a beatificar a un iluminado al que se le atribuyen hipotéticos dones curativos.
Hay quien piensa que por acudir a la casa del Señor, santiguarse con agua bendita haciendo una genuflexión, pasarse un buen rato arrodillado en un banco con las manos unidas en una plegaria y no quitarle ojo a la imagen de la divinidad que tengan enfrente ya han ganado el cielo. Pero los auténticos cristianos son aquellos que caminan ayudando al prójimo por la senda de la virtud, ésa que está llena de espinas y que no todos se atreven a cruzar. Lo demás es pura y simple santurronería.
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Promesas incumplidas de juguetes rotos
Non-FictionAtrévete a parar durante un rato tu frenético ritmo de vida. Aquí hallarás reflexiones profundas sobre temas que nos preocupan a todos contadas desde un punto de vista crítico y personal.