4. Orgullosos de salir del armario

6 3 0
                                    

Son tantas las cualidades que conforman a un ser humano, que cuando reviso las cosas que realmente admiro de las personas veo que lo que hacen con sus partes privadas está tan abajo en la lista que es irrelevante.

Paul Newman

La homosexualidad ha dejado de ser un tema tabú en la sociedad occidental, la cual ha tendido a mostrar su lado más hipócrita por su intolerancia. Con una sensación de vómito en la boca del estómago se pretendía tapar lo que era una realidad que pocos se atrevían a mostrar en público. Hacerlo conllevaba ser tildado de lila, maricón, amanerado, nenaza, sarasa, afeminado, que perdía aceite... (en el caso de los hombres), y de bollera o tortillera (si se trataba de mujeres). En resumidas cuentas, multitud de términos peyorativos de argot callejero que marginaban a este colectivo convirtiéndolo en diana de burlas y mofas.

La época más intransigente marginó la homosexualidad señalándola con el dedo del puritanismo más conservador. El solo pensamiento de que dos hombres o dos mujeres llegasen a tener un contacto íntimo ya suponía que aquellos actos impúdicos podrían suponer un pecado de los gordos capaz de condenar en el infierno al que se atreviese a realizarlos. Que el Señor Todopoderoso librara a una familia de albergar en su seno a un desviado o invertido que mancillase el honor de su estirpe proclamando su atracción por una persona de su mismo sexo. Semejante ofensa conllevaría su destierro moral y tal vez físico, pues no admitía perdón.

Si nadie tiene derecho a juzgar a otro por profesar tal o cual creencia religiosa tampoco debería entrometerse en su orientación sexual y dejar en paz a aquel que piensa o sienta diferente. Pero la realidad es que en nuestra sociedad las apariencias son nuestra mejor carta de presentación. De ahí que los practicantes de la diversidad sexual se enfrentasen (y sigan enfrentándose) a despidos laborales improcedentes, acosos, amenazas y agresiones físicas o verbales. En el ámbito cultural los más valientes comenzaron a levantar su voz y consiguieron hacerse oír, no sin recelo. Se era muy reticente a la hora de aceptar que dos hombres pudiesen estar unidos porque se amasen; que dos mujeres accediesen al acogimiento o adopción de menores; que un hombre se viese extraño en su propio cuerpo y se sintiese mujer o viceversa; y que a algunos, en materia de apetencias sexuales, les diese igual la carne que el pescado. Se trataba de querer mantener el concepto de familia tradicional católica, apostólica y romana, pues otras alternativas sencillamente no tenían cabida en las mentes más obtusas.

Pero los tiempos cambian y ahora a un gay/lesbiana/transexual/bisexual ya no se lo mira como a un bicho raro bajo la lente de un microscopio. No son degenerados ni pervertidos; eso ya es una leyenda negra del pasado. Ahora ha llegado su hora, la de la revolución sexual en toda regla. Salir del armario y proclamar que tu mujer ya no te resulta tan atractiva y que te entiendes con el monitor de fitness de tu gimnasio es lo más natural del mundo. Se reclaman derechos que no tardan en ser concedidos pues los políticos no se lo piensan dos veces y aprueban leyes para que se casen entre ellos o hagan lo que se les antoje. No se atreven a especular con los votos de tanta gente que se ha cambiado de acera o se ha inclinado por la del vecino. Ya nadie se corta un pelo en reconocer públicamente con quien se siente más identificado. Todo son sonrisitas de complicidad y palmaditas en la espalda. Bienvenido al club, colega, te estábamos esperando con los brazos abiertos.

Lo que ya tiene bemoles es el cariz de circo que está tomando el asunto. Ya se pasan de la raya aquellos que salen a la calle en el ya reconocido oficialmente como Día del Orgullo Gay. La fauna que se reúne para conmemorar los logros conseguidos y el final de la dura represión a que fueron sometidos es de lo más variopinta. Carrozas y vestimentas multicolores de lo más hortera se pasean al ritmo de música house o hip-hop a todo volumen, donde los más osados se regodean con movimientos y posturas obscenas provocando y jaleando a las multitudes que los vitorean. Una auténtica marea humana que llena las avenidas de las principales ciudades con cientos de miles de gargantas que emiten gritos de júbilo y desinhibición. El arrebato de furor es auténticamente festivo y propio de una bacanal al más puro estilo Calígula.

Ser de la acera de enfrente tiene sus ventajas, qué duda cabe. Las chicas consideran a los gays los mejores amigos, pues les revelan sus confidencias más íntimas con la tranquilidad que da saberse escuchadas y comprendidas. La sensibilidad de los maricas (frente al tópico del marimacho sargento de semana con el que se tilda a las lesbianas por su acentuada virilidad) les granjea las simpatías del colectivo femenino. La estética del bolso en bandolera, las deportivas de suela de goma o los pendientes con que adornan sus orejas los hace acreedores de un cierto toque chic, de miradas coquetas en el espejo del cuarto de baño, de sentir escalofríos que les recorren la espalda cuando ven a un efebo en bañador en la portada de una revista anunciando una fragancia o unos calzoncillos, con sus rozagantes músculos en plenitud y un torso poderoso con tabletita de chocolate en el abdomen incluida.

En los locales de ambiente unas miraditas insinuantes bastan para engatusar a quien las entiende, y las luces de neón se encargan de hacer el resto. Los vídeos de contenido X estimulan a quien se ha entonado previamente bebiéndose un gin-tonic o unos margaritas. En los cuartos oscuros una cortina oculta a aquellos que dan rienda suelta al deseo, al no te escondas, mis manos quieren acariciarte, relájate, no seas tímido, lo pasaremos bien.

Pasearse cogiditos de la mano o agarraditos por la cintura ya es algo habitual para las parejas homosexuales. Atrás quedaron los tiempos en donde ese tipo de conductas eran inimaginables y sencillamente no se podían manifestar en público tan alegremente. Hoy en día que un chico viva con su amigo o una chica tenga compañera sentimental no es que esté bien visto pero al menos se respeta. Lo que sí debería hacernos reflexionar es qué ha propiciado ese cambio de mentalidad, si las luchas de los colectivos implicados por reivindicar su condición de personas normales que intentan ponerle freno a la discriminación o que por fin nos hayamos decidido a aceptar la disparidad de orientaciones sexuales que existen no intentando esconder lo que no nos agrada tener delante de las narices. Así que manga ancha, pero tampoco que se nos suban a las barbas presumiendo de lo que son como si hubiesen ganado una medalla en las olimpiadas o descubierto la vacuna contra el sida porque si lo que reclamaban era igualdad eso es lo que tendrán, y no que los heterosexuales les rindamos pleitesía por su cara bonita. Que aparezcan todos llenos de razón vistiendo una camiseta serigrafiada con lemas transgresores y se les hinche el pecho como a un pavo enarbolando la bandera de la promiscuidad y el amor libre ya empieza a ser cansino y desquiciante como una canción de verano pinchada y remezclada por un inexperto DJ.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora