25. ¡Si Cervantes levantara la cabeza!

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Cualquier necio puede escribir en lenguaje erudito. La verdadera prueba es el lenguaje corriente.

Clive Staples Lewis

Las encuestas aseguran que leemos mucho. Bueno, al menos que compramos bastantes libros, lo que no es necesariamente lo mismo. A los que apreciamos el noble arte de la lectura nos parece muy estimulante acercarnos a una librería o a las casetas de una feria de ocasión para hojear y por qué no picar y llevarnos algún ejemplar que nos llame la atención. En casa tal vez le dediquemos unos cuantos ratos libres o lo devoraremos de cabo a rabo en el mejor de los casos. Que luego pase a coger polvo en las estanterías del salón es algo que damos por hecho. No obstante, si hemos sido unos lectores constantes le sacaremos provecho. No lo apreciaremos como una evidencia, pero implícitamente nos habremos quedado con detalles del lenguaje, diversas expresiones que no solemos usar o el estilo personal del autor, que seguramente es lo que más nos gustó cuando nos decidimos a adquirir dicho título. El proceso de adquisición de vocabulario y soltura en el lenguaje es lento, una sedimentación a ritmo pausado.

En el polo opuesto se hallan los que experimentan alergia a la letra impresa. Se mantienen alejados de todo lo que huela a literatura porque al fin y al cabo la cultura no se come y el espíritu lo alimentan con otras hierbas que el campo no produce (póngase videojuegos de pelaje violento o cualquier otro divertimento moderno que anquilose las neuronas). Son los que cuando estudiaban y tocaba clase de lengua española desconectaban el receptor sensorial y se ponían a pensar en sus asuntos. El profesor ya podía esmerarse en enseñar las reglas de ortografía y gramática que a los anarquistas del verso por un oído les entraba y por otro les salía.

Nuestro idioma se mantiene a caballo entre quienes lo valoran y lo denostan. El español es rico, con diversos argots y dialectos, un crisol lingüístico de todos los pueblos que pasaron por la península ibérica. Con vocablos polisémicos e infinidad de términos capaces de designar la misma cosa. Hablado por cientos de millones de personas en el mundo. Con más obras literarias publicadas que ningún otro. Cualidades por las que goza de buena salud. No obstante, experimenta un desgaste y un uso por el que se desvirtúa. Deslenguados y charlatanes le asestan una sarta de puñaladas traperas que lo desprestigian y lo empobrecen. Los primeros porque de cada frase que sueltan la mitad son palabras soeces y malsonantes, eso cuando no se comen letras o se inventan términos que no existen, amparados por muletillas que cada dos por tres intercalan para poder seguir el hilo de lo que pretenden decir. Los segundos porque con mucho bombo y platillo se jactan de su verborrea para encandilar a las masas con sabiduría de oráculo.

No sería realista pretender que la educación nos permitiera expresarnos con una corrección académica e intachable. Los dejes y tendencias lexicográficas de cada región son variantes perfectamente aceptadas. Es lógico que abunden los términos coloquiales y que el lenguaje más cuidado y culto se emplee en ámbitos donde se precise hacer gala de cierto respeto y consideración. Pero ahí es donde cobra sentido el dicho de que la virtud está en el término medio, los extremos no suelen ser buenos espejos en los que mirarse. Intentar no ser soez ni pedante. El que se se caga en la madre que parió a fulano (porque no le vale con ¡maldita sea!)y está hasta los cojones de esto y de lo otro (harto sería ser poco explícito) no es menos educado que el que emplea eufemismos disimulados en acrónimos como ERE (Expediente de Regulación de Empleo) cuando con despido masivo nos enteraríamos mejor, piensa que el peinado trending topic (de moda) es muy cool (es decir, guay), que los travestis son Cross dressings o las celebridades VIPs. Hagámonos un favor (a nosotros mismos y a nuestro idioma) y llamemos a las cosas por su nombre, que es más fácil y nos costará menos.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora