51. Latidos virtuales

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Vivimos en el mundo cuando amamos. Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida

Albert Einstein

La llama del amor puede comenzar a crepitar en nuestro interior en cualquier momento sin previo aviso. Basta con que se produzca esa chispa mágica que electrice los circuitos sensoriales estimulando la producción de hormonas desde el cerebro para que nuestro cuerpo quede envuelto en un sedoso tul de placentero éxtasis. Un oportuno cruce de miradas o el excelso perfume emanado por un níveo cuello virginal son el detonante para que Cupido dispare las hechizantes flechas que unen almas, corazones y vidas. Cuando uno toma conciencia de lo que ocurre (incluso aunque no lo admita y prefiera resistirse a aceptarlo), ya es demasiado tarde porque está perdidamente enamorado. A veces se trata de un inesperado flechazo y en otras ocasiones se fragua a fuego lento, con inmaculada pulcritud, tras mucho tiempo de roce, cariño, amistad y una sincronizada compenetración de pensamientos y sensaciones. Quizá ahí resida la auténtica esencia del sentimiento amoroso: que dos personas (sean de distinta raza, cultura o religión) se comprometan a compartirlo todo, admirándose y respetándose mutuamente y, sobre todo, queriéndose con plenitud.

En el amor uno se acostumbra a lo desacostumbrado e incluso se está dispuesto a renunciar a sueños e ilusiones por temor a que la felicidad nos abandone. Se realizan sacrificios y se cometen torpezas, acercando las manos a la tentación de la fruta prohibida del árbol del paraíso, a aquella deslealtad que representa un sacrilegio imperdonable: la infidelidad. Todo tiene cabida en este universo de emociones: las sonrisas y las lágrimas; la serenidad y el desasosiego; la dorada alegría y la más lastimera de las tristezas. El enamorado es un ciego sin bastón que sólo ve aquello que quiere ver, condenando al olvido (para que pasen desapercibidos) las manías y defectos de la persona amada. Convierte a ésta en objeto de adoración y, a su entender, no hay escritos suficientes poemas románticos ni plantadas bastantes rosas en el mundo para expresar su estado de exultación y dicha. El amante da rienda suelta a sus instintos posando sus ojos sobre la persona por la que bebe los vientos, apreciando las bellas facciones en su rostro y el contorno de su proporcionada figura (silueteada con sombras en la pared) a la luz de las velas en una cena íntima. La comunicación se establece en silencio mediante sencillos gestos ejecutados con destreza que mantienen el encanto y prometen momentos llenos de pasión.

Las relaciones amorosas también pueden desvirtuarse cuando los medios a través de los que se establecen no son los adecuados. Antiguamente se concertaban matrimonios de conveniencia entre contrayentes que no se habían visto antes de la ceremonia nupcial y lo único que tenían el uno del otro era una fotografía. Hoy en día lo que se estila es una moda extendida por el ciberespacio en la que los internautas suspiran a través de la fibra óptica. En algunos casos tan solo se trata de adolescentes inmaduros cuyo hobbie preferido es poblar los chats de ligues y encuentros calientes para reírse de cibernautas sinceros. Soltando más mentiras que un político durante un mitin electoral se corren una juerga a costa de espíritus ingenuos carentes de malicia. Pero si no contamos a quienes pecan de falta de sinceridad, lo cierto es que Internet está sirviendo de nexo a personas que no encuentran tiempo en su cotidianidad para disfrutar de una vida social plena y que contactan a través de portales específicos de búsqueda de amistad y pareja. Se registran y elaboran un perfil de personalidad potenciando sus virtudes y disimulando sus puntos débiles para llamar la atención de los demás. Los usuarios (que protegen su intimidad en el grado que ellos desean) se envían mensajes entre ellos y a veces surgen afinidades a medida que las conversaciones avanzan. Se gana confianza a medida que se van conociendo. En esos momentos se olvidan de que transmiten sus sentimientos a través de una máquina fría e inanimada incapaz de expresar emoción alguna. Sienten muy cerca al otro, tan próximo como si pudieran rozarlo con la yema de los dedos y sentir su piel, tibia y cálida. Una oleada de adrenalina asciende por su pecho sonrojando sus mejillas. Pero enseguida recuperan el dominio de sí mismos; todo sigue siendo igual de intangible e irreal, así como confusamente atrayente. Si ambos se aferran a la voluntad de llegar a establecer contacto personal tras muchas horas de videollamadas tal vez tengan futuro. Incluso en algunos casos el asunto hasta funciona y se consolida cuando por fin se ven las caras.

La red de redes posiblemente sea la mayor revolución en las comunicaciones jamás vista. Sirve para hacer casi de todo: correo electrónico; gestión de trámites burocráticos; compras on line; búsquedas de información; reproducción de contenidos audiovisuales... Pero si lo que deseamos es estrechar lazos en una relación interpersonal hay alternativas mejores. Para que el amor llame a nuestra puerta necesitaremos sentirlo físicamente, ya sea con una tenue caricia, un efusivo abrazo o un beso apasionado. Y eso (el contacto humano) no lo proporciona ningún componente electrónico.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora