57. La vida en un pueblecito del norte

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Quien es auténtico asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es.

Jean Paul Sartre

Los primeros copos de nieve que anuncian la llegada del invierno caen cadenciosamente sobre las ramas de los abetos vistiéndolos con un tul de inmaculada pureza. La bucólica estampa del entorno (con las colosales montañas al fondo y el fértil valle en primer plano) parece salida de una postal navideña. En el medio de la vaguada se enclava Cicely, pequeña población de unos ochocientos habitantes perteneciente al condado de Arrowhead. Las prisas no tienen cabida en lugares como éste, en pleno corazón de Alaska, donde el cielo es un hermoso lienzo azul decorado con soles de medianoche y auroras boreales. Aquí predominan los territorios salvajes poblados por alces en los que es poco probable hallar indicios de asentamientos humanos en cientos de kilómetros a la redonda. Este es el lugar en el que un joven doctor titulado por la Universidad de Columbia instala una consulta para ejercer la práctica de la medicina con los medios más rudimentarios. Convive con un grupo de gente de lo más variopinto, una pandilla de entrañables chiflados de los que acaba encariñándose una vez se desvanecen sus prejuicios de urbanita.

Joel es de raíces judías, bajito, de rostro aniñado y va embutido en un gran anorak relleno de plumas para combatir el frío. Su espíritu racional está impregnado de una pátina de inconformismo que lo hace ser algo cascarrabias, aunque siempre se muestra comprensivo y entregado a los demás. La secretaria de su consulta es Marylin, una mujercita india rechoncha como un barril de cerveza que suele estar abstraída en lejanos y enigmáticos pensamientos. Maggie es la piloto de avioneta encargada de transportar las provisiones y el correo al pueblo. De unos treinta años, alta, con el pelo castaño corto, preciosos ojos color avellana, mejillas sonrosadas y labios carnosos que le confieren una singular belleza cuando sonríe. Detrás del mostrador del Brick, el bar local, está Holling, alto y fornido, rubio, de ojos azules y con el rostro curtido y lleno de arrugas. De carácter tranquilo, es una persona de confianza, bondadosa y generosa. Su encantadora mujercita, Shelly, es una joven de larga melena trigueña cuya edad mental es la de una niña de ocho años. En los fogones del establecimiento encontramos a Adam, el cocinero, un tipo excéntrico con barba de varios dias y un pañuelo de tela anudado a la cabeza como si fuera un pirata. Su aspecto desaliñado empuñando una cuchara de madera para rehogar un guiso y las exageradas peroratas que argumenta sobre cualquier tema rozan el delirio. Ruth Ann regenta el ultramarinos local. Es una anciana de fuerte temperamento aunque apariencia frágil, con cabellos canos peinados en una media melena y mirada acuosa. Cuando hay una fiesta es la primera en ponerse las botas y celebrarlo a lo grande. Maurice es un veterano de la guerra de Corea y ex astronauta. De unos sesenta años, corpulento, con el pelo cortado al cepillo, mirada ambiciosa y carácter gruñón. Aunque habitualmente se comporta con displicencia (pues presume de su status y riqueza) es una persona sentimental y de gran corazón. Chris es la voz de la última frontera, el locutor de la emisora local de radio. Joven de larga melena y rasgos que parecen haber sido labrados por el cincel de un escultor griego. A pesar de su pasado de presidiario, es un ser pacífico, amante de la naturaleza y la filosofía. Sus sesudas lecturas a través de las ondas, empleando un timbre mesurado y emotivo, le confieren un encanto casi místico. Finalmente tenemos a Ed, un chico de origen indio con vocación de chamán que ejerce de recadero en la tienda de Ruth Ann. Su semblante serio y circunspecto (el de alguien que medita sus decisiones concienzudamente) se vuelve alegre y desenfadado cuando habla de su auténtica pasión, el cine. Posee una amplia colección de películas en cinta de vídeo y una cámara súper 8 con la que rueda escenas cotidianas.

Como ya habrá adivinado el lector (si es que es mínimamente avispado y pasa de los treinta años) lo que se ha descrito aquí es un esbozo de los personajes que intervenían en una serie de televisión titulada Doctor en Alaska, emitida en los años 90 en tve que, sin ser la mejor de la historia (honor que corresponde a ER Urgencias, Dios salve al doctor Mark Greene) no dejaba de ser excelente. Aunque su horario era bastante intempestivo merecía la pena trasnochar para evadirse de la vulgaridad de programas de prime time destinados a audiencias poco exigentes y refugiarse en la genialidad de una historia sencilla contada con un tempo lento que fluía con la frescura de un caudaloso río rebosante de vida.

Promesas incumplidas de juguetes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora