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-Dime tus pecados hija.

Jugueteo con mis dedos y con la vista baja, recorro el pequeño cuarto de madera, incapaz de verle bien el rostro al cura, pero lo suficiente para saber que se encuentra aquí, me siento cómo si estuviera en un lugar que al confesar las maldades se borrasen de tu vida, ¿Será así de fácil?

Me cuesta creerlo.

-Práctico costumbres dadas a los hombres...-Murmuro contraída de la vergüenza, cerrando mis manos en puños mientras plancho con ellos mi vestido de flores rosado repetidas veces.

Suspiro, pasando mi mano por mi frente sudada.

Jadea impactado o más bien indignado, lo sé. Está mal, pero mi padre me dijo hace pocos días que empezaremos la rutina de práctica de espadas, cortar leña y entre otras cosas que a mí no me corresponden, sino a un hombre, ¡Quiero cocinar y tejer, casarme! ¿Será por ser la única hija, me corresponde a mí?

Dios nunca me perdonará que me vaya contra las leyes humanas.

-Pero qué has dicho...-Reprende, estricto.-ese no es labor de una niña que pronto será dama.

Dígame algo que no sé.

-Lo sé padre, pero resulta ser que mi verdadero padre se niega a que conlleve las costumbres femeninas.-Muerdo mi labio inferior riendo cuando me doy cuenta de mi énfasis nada cordial. Relajando mis puños para desacerlos y admirar mis pequeñas manos, casi al tamaño de las flores del vestido.-Pido perdón.

Ahora bórrelos.

-Que deshonor hija, eso afectará cuando te conviertas en dama, los hombres no querrán casarse con una dama que se comporte como barón.-Tenso mi mandíbula, poniéndome sobre mis pies frustrada y camino a la salida, siendo mal educada, sin embargo estoy furiosa, sin control sobre mis emociones.

-Me largo.

¿No he sido perdonada?

No puedo pensar con claridad, no cederé ante los mandatos de mi padre.

Camino sin ver atrás hacia la carroza de mi familia, los Stein. Siendo ayudada por un caballero fiel sirviente de mi madre para subir levemente en las gradas y encontrarme con la dulce sonrisa de mi queredísima madre, Victoria. Corriendo hacia su paradero para rodearla con mis brazos, riendo por sus besos traviesos en mis mejillas.

-¿Hoy me enseñarás a cocer?-Le pregunto, admirando sus lindos ojos celeste, acariciando con mis palmas sus suaves cabellos dorados. Quisiera parecerme a mi madre o a mi padre, pero soy diferente, ni siquiera herede el cabello de mi madre que es tan hermoso.

Me acomoda encima de sus piernas, acomodando mi vestido y mi gorro. Sintiendo como rebota levemente la carroza por los caballos y las piedras debajo, en el suelo.

-Tu padre quiere empezar hoy la práctica Sasha.-Me tenso, bajando mi mirada frustrada, apartando mi cuerpo de repente del suyo, cómo si sólo su contacto que antes era adictivo se vuelve venenoso, de un momento a otro, mirando su cara con frialdad.

Otra vez con ese tedioso tema.

-¡Tú estás de acuerdo con él!

Su rostro se contrae, notablemente triste.

-No hija, no lo estoy.-Niega repetidas veces, sin embargo sus acciones y palabras anteriores no eran lo mismo de ahora.-Pero es por tu bien amor, lo necesitarás.

¿Necesitar? Quiero ser simplemente una dama, no necesito saber cosas de hombres, nadie me querrá, ya he sido el hablar de muchas personas por la decisión de mi padre y el cura se negó a perdonar tal atrocidad, nadie me querrá, ¿Eso quieren? ¿Qué me quede soltera toda mi vida?

Muerdo mi labio inferior con fuerza.

De pronto se detiene el carruaje bajando de él a zancada sin que pusieran las gradas, escuchando el grito del susto de mi madre para correr a la mansión, abriendo la puerta de una y sin la espera de los sirvientes. Me adentro, somatando de puerta con furor, quitando mi gorro e intentando quitarme este molesto vestido que lo único que me ha dado es calor.

En algo concuerdo con ser cómo caballero, que esas ropas ligeras que llevan no es nada comparado con estos vestido hermosos, eso sí, pero son peores que las frazadas al dormir en verano.

Sin percatarme de la presencia de personas en el salón. Me doy cuenta al instante al oír voces masculinas detener su charla cuando mi presencia se hace notar.

-Sasha Stein...-Mi piel se eriza al oír el tono furioso de mi padre, elevando mi mirada para encontrarme con tres caballeros y mi padre en el salón, tomando licores, posando toda su atención hacia mí, dos riendo, uno serio sin afectarle mi impetuosa presencia y mi padre que ya saca espuma por los oídos.

Mi cuerpo se sobresalta y trago duro.

Muerdo mi labio inferior poniendo mi mano sobre mi pecho al percatarme los latidos apresurados de mi pobre corazón, necesitando aire de pronto cuando todo se sale de mis pulmones y me agacho, recogiendo el gorro torpemente, apretando de este entre mis dedos y cuando elevo mi cabeza, me altero al ver los pasos de mi padre más cerca, amenazando con sus puños hechos.

Si no huyo ahora, lo más probable es que no viva para contarlo.

¿Contar qué? Quizás mi futuro cómo dama solterona.

-¡Lo lamento!-Exclamo tan rápido como escapo de sus garras, agachando mi cabeza al mismo instante que por poco me atrapa, echo a correr cómo la velocidad de la luz llegando gracias a los dioses a mi habitación, cerrando de este la puerta con seguro y oír los golpes de mi padre, nada sutiles, sudando mis palmas por los nervios.

¿Qué diablos fue eso?

-¡Abre ahora Sasha Stein o verás mi verdadero enojo!

Mamá te necesito ahora, por favor ven rápido, olvida mi enojo, tengo uno peor ahora que se encuentra al otro lado de la puerta. Sus golpes secan y arqueo le ceja dudosa que sea una buena idea permanecer aquí luego de hacer eso, he hecho cosas menores que me llevaron a lamentarlo gravemente, conociendo de sobra a mi querido padre estricto.

No me creerá que esto no fue a propósito, le he colmado de basto la paciencia en el pasado.

La confianza entre nosotros se desvaneció hace mucho.

Quitando el resto del vestido, para jalar los pantalones que le robe a Carlo, mi amigo que justamente medimos lo mismo y una camiseta blanca, de manga larga elegante que también le tome prestado, lo uso en momentos de desesperación o urgencia.

Osea ahora.

Unos zapatos y un gorro para guardar mi cabello negro, agradeciendo a los dioses también por ser plana y no levantar sospechas, junto a unas cuantas monedas que recolecte vendiendo mis joyas, abro la ventana y dejo que el aire haga lo suyo, mientras el sol ilumina mis maliciosas obras.

Escucho el tintineo de las llaves al otro lado de la puerta y no le doy tiempo al tiempo, cuando salto de la ventana.


El Vil Origen del Vínculo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora