Capítulo 3.

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Lali

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Lali.

Me despierto y veo que ya son las ocho de la mañana. Saliendo de la cama, voy y me doy un baño, después me cambio y salgo de mi cuarto. Cuando llego a la sala, veo botella tiradas y un desorden  horrible. Busco una bolsa de basura, y comienzo a recoger todo. Ya estoy acostumbrada que mi madre haga esto.

Empiezo a limpiar todo hasta dejar limpio. Llevo los platos sucios y comienzo a lavarlos. Lo bueno que mi madre no está, así puedo hacer las cosas tranquilamente. Después de una hora, ya la casa está limpia y sin rastro que pasó algo. Escucho que la puerta se abre y mi madre entra, ella está hablando por teléfono y no se da cuenta que yo estoy presente. Ella no deja de decir que conoció al hombre de su vida. Deja de hablar y me mira  seriamente.

— ¿Que haces ahí?

— Nada.... Solo estaba terminando de hacer el aseo.

— ¿Te pregunté? Lo que quiero es que te vayas, no quiero ver tu horrendo rostro.

Hago una mueca y comienzo a caminar yéndome a mi cuarto, pero la voz de mi mamá me detiene.

— Espera, quiero que vayas a la tienda y me traigas unas pastillas para el dolor de cabeza.

— Pero, pero no quiero salir.

— Por el amor de Dios, Mariana. Deja ya de querer esconderte, estarás asi para el resto de tu vida, así que aprende a vivir con esa cicatriz horrenda que tienes.

— ¿Por qué me odias tanto? — la miro con tristeza. — soy tu hija.....

— Ya deja tus tonterías, y ve a la tienda por lo que necesito. — deja la cartera en la mesa y se sienta. — estoy que me explota la cabeza. ¡Vete!

Suspirando. Tomo el velo y me cubro mi cabeza. Agarro mi monedero; salgo y comienzo a caminar rumbo a la tienda. Cada vez que me toca salir, me da nervios de como me quedan viendo. Hago una mueca al ver como un grupo de chicas pasan a la par mío y empiezan a reír al verme. Siempre es lo mismo, lo peor es que de ríen por verme con el velo puesto, pero si vieran mi cicatriz sería peor. Es tan injusto; las personas solo se burlan sin saber la causa, lo que uno sufre. Creo que si supieran cual es mi vida, más bien sentirían lástima por mí.

— Hola. — me detengo de golpe al escuchar nuevamente esa voz.

Levanto la cabeza y veo que se trata del hombre que conocí en la tienda.

— ¿Te acuerdas de mí? — pregunta al ver que solo lo quedo viendo.

— Sí me acuerdo de usted.....

— Soy Peter, por cierto. Ayer no me presenté.

— Mari..... María. Soy María. — digo.

«¿Por qué no le dije mi verdadero nombre?»

— Es un gusto conocerte María.

— Un gusto también.....

— ¿Vas alguna parte?

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