DIA 16 MIGAJAS Y PIEDRAS

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Marcela continúa con la insistente idea de que es conveniente verla. 

Me pregunto de qué puede servir la terapia en este momento. 

No quiero pensar, salvo en aquello en lo que yo tenga ganas de pensar. No quiero ver realidades de otros. No por ahora.

Él vino hoy. Buscó el dinero, dice que lo va a depositar todo en el banco, me pareció muy buena idea. Se lo llevó todo.

Sigo sin ir a trabajar, sin bañarme y sin comer. Nada que por ahora necesite. 

Necesito pensar, sólo pensar. Aunque sienta que los arremolinados pensamientos van a dejar maltrecha mi apagada existencia.

 Anoche la apnea me despertó varias veces en ahogos profundos. Hoy más que nunca, fantaseo con dejar de respirar de modo permanente.

 Y así mi final sería ordenado, habría terminado mi vida con la misión cumplida de haber formado una familia, haber sido profesional, haber tratado de hacer lo mejor posible, haber ayudado a todos aquellos que lo necesitaron. 

En el momento justo en que mis hijas me podrán llorar pero rehacer prontamente sus vidas, y en el que mis padres podrán tener aún fuerza para afrontarlo. 

En el momento justo de no ver más allá de lo visto, de no saber más allá de lo sabido, de no decepcionarme más allá de lo que me he decepcionado. 

En el momento en el que mi brillo aún perdura en algún destello de mi mirar. En el momento justo en el que nadie pueda ver la decadente existencia que me aguarda, en caso de seguir respirando. 

Pero volví de cada ausencia temporal de aire, y amanecí un día más, con el perro en la cama, olor rancio en la boca, los ojos hinchados, la espalda entumecida y el alma hecha pedazos.

Cómo duele el dolor ... 

Cómo no vamos a enfermar el cuerpo cuando el alma llora, si el dolor no tiene a dónde ir para acallar su sufrir.

 Me duele el alma, y no sé dónde colocar ese dolor. Y me duele cada día más.

Todos siguen sin saber esto, sólo Valeria. 

Y también Marcela, pero su estatus profesional la deja afuera de la contaminación de información en mi círculo íntimo. A Valeria me vi forzada a decírselo, hace días que no voy a la oficina.

Él no sabe de mi pesar. El orgullo es algo que conservo de a ratos. La verdad es que a él se lo veía bien cuando volvió a buscar el dinero. Erguido, más de lo que le impone siempre su escasa altura, afeitado, impregnado de perfume, creo que un poco bronceado. También un poco exultan. 

Me avergonzó el contraste de cómo nos trataba a ambos el duelo naciente. 

Sin embargo, el castillo se cayó para dos. 

Tal vez es de tonto eso de no medir las consecuencias de los actos. 

No sé si sabe. Pero... Es necesario enamorarse primero de las consecuencias, antes que de las decisiones.

Las decisiones no son estáticas, la vida no sigue igual con una decisión fundamental que ataca el curso de nuestras vidas, invade todo, lo modifica todo, nadie vuelve a existir tal cual era. 

Es posible que ni siquiera haya tomado conciencia de las consecuencias de su decisión. O quizás es un juego. 

Quizás es transitorio. Tal vez él juega a ser libre. Crisis de mediana edad de hombre de dinero, amigos separados, whisky y habanos. 

Combinación de mierda si la hay. (Frase usual en él).

Quise decirle que no tendrá con quién compartir dichos del pasado, sin tener que explicarle largamente de dónde proviene cada uno, 

que cada Navidad sabrá a ausencia de las hijas para uno o para el otro, 

que deberá pasar mucho tiempo para acostumbrarse a la piel de otra, 

que nunca más habrá un domingo de lluvia en el cual el mejor programa sea revolver cajas de fotos que rememoren la aventura de la vida juntos.

Que, SI ARRUINAS EL FINAL, DESTRUIS LA HISTORIA.

Pero callé.

La razón no tiene lógica para la sinrazón.

Hoy siento que mi vida se resume a migajas y piedras. 

Conformada con poco y llena de obstáculos. 

No quiero vivir así y tampoco me animo a morir.

A qué limbo van aquellos sin ganas de vivir y tampoco de morir, en qué nube quedan suspendidos, cuánto tardan en decidir hacia qué lado in- clinarse. Ni siquiera me importa hacia dónde iré. Quiero saber que esto va a pasar, que no me voy a perpetuar en este dolor sin sentido, en este caos que será mi vida de ahora hasta que mi apnea quizás me ayude a tomar la decisión que no puedo tomar.

Le sugerí a él que se llevara toallas, esas que le gustan, que las traemos de afuera. Porque se quedó sin las toallas que le gustan. Se las preparé en una bolsa. No las quiso. Me apené un poco, se estará secando con otras toallas, no con las que a él le gustan...

No llevó su ropa tampoco. Viene cada mañana a cambiarse y a despertar a Valentina para ir al colegio, pero yo duermo. Y, cuando no duermo, me hago la que duermo. No quiero que vea que despierto y descubra que mi vida se reduce al sollozo, que lo primero que hago a la mañana cuando despierto es expulsar las lágrimas que alimento durante las noches.

Temo que me oiga hablar cuando está en casa, porque hablo mucho dormida, tanto que a veces me despierto con mis propios gritos o llantos. Y a veces camino sin registro de hacerlo. Mi papá también ha tenido sonambulismo en momentos de grandes crisis. Yo no lo había padecido hasta ayer, cuando me desperté frente a la puerta del ascensor. 

Hoy hablé con Marcela, pero no se lo mencioné. No lo hubiera dejado pasar y estaría acá, en casa, tratando de sustentar la teoría de que lo que me arruinó no fue que él partiera de mi vida, sino que él llegara. 

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora