DIA 49

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Creo que es grave. Eso dijo el veterinario, "creo que es grave", y me mandó urgente a hacerle una placa de columna a mi perro. Cuando me la entregaron, me dijeron "tiene una lesión irreversible". ¿Una lesión irrever- sible? No soporto las lesiones irreversibles. Mi vida se llenó de repente de decenas de lesiones irreversibles. Y también con mi perro. No. No con mi compañero, con mi bola de amor, como le digo tantas veces. No con mi protector, mi único motivo de risas, ese que está a mi lado siempre. Siem- pre. Que pasó días sin comer, días aguantando sus necesidades por mí. Y yo qué puedo hacer, cómo compenso, cómo agradezco, cómo le devuelvo aunque sea un mínimo de todo lo que lo me dio. Creo que hasta ahora lo hacía, hacía todo lo que me pedía, no me quejaba si a veces ensuciaba algo, lo sentaba en mi regazo mientras miraba la tele, le acariciaba por largos ratos su panza cuando quería caricias y se tumbaba boca arriba en señal de pedido. Pero una lesión irreversible... Cómo puedo contra eso. Porque la vida me pone siempre el reto de lo irreversible.
La llamé a Marcela, dice que a veces simplemente las cosas no depen- den de mí, que yo creo que todo lo puedo solucionar en la vida y que si no me conociera podría pensar que eso es soberbia, pero no lo es. Sólo que no reconozco el momento exacto en el que debo dejar de luchar. Que, para graficarlo, sería como si tuviera que hacer reanimación a una persona: nunca podría parar, no podría aceptar el momento en que partió, y seguiría y seguiría tratando de reanimar aquello que ya no tiene solución. Que así hice con él, que así hago con todo. Que intente todo lo que pueda, pero que por favor, por mi salud, deje de intentarlo a tiempo.
Me dio el permiso que necesitaba, y hoy me hice una experta, hay tratamientos de ozono, de células madres, hay muchas cosas para hacer. Le leí los estudios al veterinario y me dio el mismo diagnóstico. Es grave. Pero quizás no conoce tantos avances, cosas que hay para hacer. Y si deja de caminar, como dice, podría andar en cochecito. En Miami se usa mu- cho. Disfrutaría igual del sol, del viento y de mi compañía. Unos pañales podrían solucionar lo otro. "Intentá lo que quieras", dijo el veterinario. El otro permiso que me faltaba. Y antes de cortar me preguntó: "¿Mueve la cola al menos una vez al día". "Eeeee −dije yo−, no sé".
GISElA F. MAyER

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Pero lo sé. Mi perro, el que saltaba los escalones de dos en dos, el que jugaba a devolverme la pelota durante horas y caminaba en dos patas du- rante muchos minutos, no mueve la cola.
Es cierto que casi no ve y oye muy poco, que camina lento y se choca con las paredes, pero eso no es tan serio.
Mi perro, el que se transformaba en león cuando yo estaba triste, el que me llenaba la cara de besos, el que me seguía de un lado al otro, no mueve la cola.
No pretendo que vea ni oiga, sólo querría que su alma no se aquietara, llena de horas grises.
Mi perro está viejo, y no por la disminución de sus otros sentidos. Mi perro está viejo porque ya no siente alegría, aun cuando juega sólo para que yo no caiga con él.
Aún hoy y en estas circunstancias, me enseña que todo tiene un ciclo, que la felicidad no se puede forzar, y que sólo uno decide cuándo quiere estar o no.
Mi perro, diecisiete años después de que nos enamoramos, me sigue dando lecciones.
No me imagino la vida sin él, y siempre fue tan sabio, que quizás me está llevando lentamente por el camino de la aceptación de que los tiempos se acortan.
Hoy siento que me dice "mi luz se apaga, y hagas lo que hagas por mí, las cosas jamás serán las mismas. No luches contra la contundencia de lo irreversible".
Mi perro nunca ladró, decíamos que hablaba, hacía ruidos parecidos a las palabras, movía la cabeza indicando que lo siguiéramos y −lo juro− también reía.
Ése. Mi gladiador, mi protector, mi "hijo perro", como yo bromeaba, ya no mueve la cola.
Mi saltarín, mi sabio, mi dulce, mi brillante perro me está enseñando de a poco que no tendré de quién contagiarme la alegría única que él me brindaba, aquel día en que ya no esté.
Porque mi perro sabe más que muchos otros.
Mi perro siempre supo que hay muchas cosas que no comprendo, que lloro cuando advierto que no basta el amor para sanar, pero también sabe que sé aprender. Y, si bien lucharé y querré vencer lo irreversible, hoy entendí un poco de todo lo que me intenta enseñar. Hoy entendí que no es feliz, aun cuando sigue intentando que yo lo sea. Y, tal vez en unos años o en unos meses, aprenda tantas otras cosas que estaban ocultas a mi corazón.
Hoy estoy otra vez devastada. Siento que me suceden cosas que no entran en mi esquema. Que la vida me asalta minuto a minuto. A veces trato de no dormir y, una vez que el sueño me vence, me despierto con la absurda idea de que no existen los días, con la ilusión de que todo sea un gran limbo sin principio ni fin, para que, si van a suceder más cosas, sucedan todas juntas. Eso pediría hoy. Vida, dame todo lo malo de un sorbo y de golpe. Dame un fondo blanco de catástrofes. Dejame tumbada, exhausta pero dame todo ya y de una sola vez. Sin embargo, parece que la vida no me escucha. Tal vez nadie lo hace, y el único que lo hace no puede contestarme y anda con ganas de partir al cielo perruno.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora