DIA 32

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Armar un bolso para irme a Punta del Este con una amiga a la que conozco poco, de esas con la que hablas cosas triviales, con amabilidad y respeto, pero con una distancia prudente para no involucrarte en los verdaderos problemas y sentimientos de cada una , a una casa que no pregunté ni a quién pertenece ni dónde ubicada, es un poco extraño. Es, en este momento, lanzarme al vacío. No lo seria en cualquiera otra circunstancia, pero hoy, que tengo la piel en llagas, cualquier contratiempo, cualquier situación de incomodidad seria una lanzar un fósforo a un tanque de nafta. 

Mi vida tenía un marco y un orden tan distintos a los de antaño, hace tan poco tiempo...

 Un hecho extraordinario tornó lo armónico en caótico en un solo instante. 

Mi vida, esta de hoy, para la Tamara de hace unos días, hubiera sido un desastre. Este cuadro lo miraría con profundo estupor y no podría no aventurar una mínima solución.

No lo reconozco, no me reconozco. No puedo vivir nada de lo vivido durante este tiempo como propio. 

Ojalá algún día tenga una vida otra vez. Hoy tengo una sucesión de días que me pesan, aglutinados en un desorden magnífico, en un gran ovillo del cual no logro encontrar ninguna de las puntas.

Si ahora, ya caída la   noche, me preguntaran qué hay en ese bolso, diría que no tengo idea. 

Sí podría decir que hay desesperanza, desilusión y ganas de huir. Un pequeñísimo olor a triunfo también, al dejarlo después de veinte días a cargo de las chicas, una batalla ganada en el "volver a ordenar". 

Siempre sentí que su vida, la de él,  hubiera sido un camino sinuoso entre la banquina y el precipicio de no haber estado yo acompañándolo en el camino, sosteniendo y acomodando el volante a cada instante. 

Pero también sentí que sabía que así debía ser, que él sólo, sin mi fuerza y mi ayuda,  caería al vacío y que su vida era mejor a mi lado, corrigiendo su dirección  de manera permanente. Digamos que para mí fue una tarea agotadora, jamás pude relajar el brazo, la mente y los sentidos. 

Mi vida se fue reduciendo a acomodar su rumbo, el resto era  componer el rumbo de mis hijas para que sintieran lo menos posible el impacto de una figura masculina sin curso. 

Y por último quedaba mi vida. ¿Mi vida?

Ahora el volante quedó lejos, me cuesta evitarles la realidad a mis hijas, una realidad que habla por sí sola, y mi vida, por ahora, se reduce a mi pijama.

Ni siquiera sé cómo pude armar un bolso para cruzar la frontera cuando no puedo ni atravesar la calle sin que todos me griten "si vas así, te vas a morir". 

Las pocas, escasas veces que salgo a la calle, no veo autos, semáforos, gente. 

No miro nada. 

El mundo me parece otro. No comprendo las señales ni las reglas. Pero, de algún modo, mañana iré más allá de la cuadra de enfrente. Espero no ser tan mala compañía como preveo, considero que mi amiga no debe tener una mejor partida para que la acompañe, porque ni yo misma me hubiera elegido para pasar un fin de semana de verano. 

Soy lo contrario a la luz. Si hay alguien que hoy no representa el verano, soy yo.

Les comenté a mis hijas que el fin de semana me iba, parece que se pusieron contentas, no sé si por ellas o por mí. Sol dijo que se iría a la casa del novio, y Valen dijo que iría con su papá al country. Me puso feliz que se sintiera protagonista con su papá, después de mucho tiempo estaría con él sola, como en tantos viajes, como en tantos momentos de su vida. 

Y eso que siempre le gustó mucho,  yo lo promoví y lo respeté. 

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora