Llueve. Hace un frío inusual para esta época del año. Creo que mañana es el día en que armo el árbol de Navidad.
Cada Navidad tenía esperanzas renovadas de armar el árbol entre todos. La verdad es que nunca sucedía. Sé que les encantaba ver el árbol armado. Enorme, lleno de falsa nieve que se distribuía a su antojo por toda la casa, con miles de juguetes navideños que año a año compraba en Miami y guardaba con cuidado para la ocasión. Todo un arte. Terminaba extenuada. Feliz también. Aun cuando nunca ninguno de ellos compartió conmigo la tarea, por más ruegos e ilusiones que depositara al respecto, creo que los ponía contentos el verlo ahí esperando llenarse de regalos a las 24 de cada 24. Valentina se disfrazó, los últimos años, de Papá Noel. No creo que este año lo haga. No hay demasiado motivo para festejar. Él estará solo. Creo que es una sanción muy leve para tanto dolor de mi parte, tanta indiferencia, ingratitud y crueldad de él. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que estará solo, que ésta es su familia, y faltará en la mesa. Que es natural que esté aquí, al lado de todos, que tantas cosas vivimos juntos, al lado de mis padres que aún se consideran los de él, al lado de mis hijas, rodeados de todos los recuerdos de una vida juntos, donde las fotos tienen sentido, donde los olores son conocidos, donde las anécdotas no necesitan de preámbulos. No estará en soledad sólo él, yo también estaré sola. Pero creo que para él es coyuntural la necesidad de estar con nosotros en Navidad, y esa necesidad, para mí, es intrínseca. Y esa gran diferencia hace que no tenga que dejarlo estar aquí. Sé que bastaría un mensaje telefónico para que él estuviera sentado a la mesa. Y sólo escarbaría mi herida, tejería ilusiones vanas y fingiría una vez ser feliz. Y sé que la decisión, a los ojos de mis hijas, parece extrema. Quisiera explicarles el dolor infinito por la Navidad que van a vivir. Quisiera explicarles que sé que, cada minuto de esa cena en que su corazón lata, estará a gritos pidiendo una realidad distinta, que sé que sólo pensarán en dormir y que todo pase. Lo sé. Yo también estaré allí fingiendo que hay algo por qué brindar cuando no existe nada. Pero prefiero que me crean cruel a que noten la verdadera dimensión de mi dolor, que quedaría desnuda al brindar por una Navidad ficticia, que el año que viene sería imposible revertir. La acumulación de actos de este tiempo hace irreversible mi decisión, más allá de la de él. Y esa irreversibilidad es lo que me agobia y me obliga a tratar de no vivir situaciones que sé que no se repetirán. Sólo Dios sabe qué pasará en nuestras vidas, escribió él. Tal vez no ve aún la irreversibilidad de mi decisión. Sé que pensará que es él quien decidió. Es cierto, él se alquiló un departamento, él se fue con una mujer de rostro desconocido aún, él olvidó fines de semana con las chicas, pero yo decidí que no habrá más fuegos de colores alumbrando el mismo cielo en Navidad, desde ésta. Aunque duela. Aunque duela la vida entera.
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LA DESVENTURA DE AMAR
Narrativa generaleTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...