DIA 50

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Marcela vino hoy. La recibí con el perro en mis brazos. "Camina cada vez peor, sucedió de repente", le dije. Y vio la tristeza en mis ojos. Hace diecisiete años que tengo este perro, no puedo entender por qué no puede sobrevivirme. La que estoy de sobra en la vida soy yo, no mi perro. Se ve que hice demasiadas cosas mal, que no soy merecedora de nada bueno.
"Qué difícil es ser vos en este mundo", dijo, serena, como siempre. "Sí, es difícil, no te perdonás, no te ves valores, no podés pensar que qui- zás la falla es del otro, y vos sos merecedora de todo. Pero, hasta que no te sientas merecedora, vagarás por la vida con historias similares. Tenés que saber lo que valés, nunca te adiviné un destello de envidia o malas intenciones (es cierto, no las tuve, la cuestión es que pienso que el resto tampoco las tiene), diste, y de más, por él".
"Como ahora por el perro y, sin embargo, sentís que todo lo que suce- de tiene su causa y origen en la absurda idea de que no diste lo suficiente. A veces, exagerar el dar es el gran problema. No te diste cuenta de que, cuanto más le dabas, el resultado de eso era que alimentabas el monstruo que vive en él. La maldad no podrá ser seducida por vos. No es tu responsabilidad. La maldad no se cura con bondad. La maldad es en principio incurable pero, si algo le apaga el fuego o la neutraliza del otro lado, no es la bondad, sino los límites. Pienso que él, tal vez es hijo del rigor, que es su único modo de vivir. Recuerdo que mientras vos trabajabas y tenías a Valentina bebe, lo alentabas a viajar con tu hija mayor, porque vos no podías hacerlo. Fuiste generosa en todo. Eso es amor. Jamás le negaste un momento de felicidad con sus hijas aunque vos no pudieras ser parte del cuadro. Demasiado bondadosa. Le hizo mal. Necesita una mujer que lo ahogue, lo persiga, lo obligue a viajar solo con ella y lo someta. Cada vez que intentabas conducirlo, se irritaba. Cuando intentabas disculparlo, se descarriaba un poco más. Sólo podrá permanecer, quién sabe por cuánto tiempo, al lado de una persona peor que él. Hay gente que no puede evitar la tentación de abusar de los buenos. Está en su naturaleza. Pero en la tuya no puede y no debe estar el ser abusada. Venimos trabajando hace años para que salgas de este círculo espeso y profundo y, si no hubiera tenido yo como profesional la bendición de la ida de ese hombre, estaríamos proyectando que te animases a romper las cadenas al menos luego de que tus nietos terminaran la primaria".
"Yo quería tener otro hijo", le dije. No sé por qué dije eso. Lo recordé de repente. Cuando volvimos a estar juntos luego de nuestra primera sepa- ración, yo quería tener otro hijo pero, por más palabras de romanticismo extremo que intercambiáramos, sabía que eran vagas ilusiones, que tal vez él quería ser ese que pintaba en sus palabras, pero no lo era ni lo sería. Yo quería tener otro hijo, pero por suerte no lo tuve. En el último tiempo, es cierto, lo veía y me preguntaba por qué estaba con él. Por qué soportaba tanto destrato. Por una razón o por otra, dormía muchas veces en otra cama. Tenía tos o estaba desvelado o tenía ganas de mirar películas de trasnoche. Y casi no me hablaba. Tampoco peleaba. Y pienso que dejé ir la vida. Yo quería tener otro hijo, y no tengo con quién.
"Ahora parece muy lejano, pero quizás llegará, como todo". "Qué llegará, Marcela", dije, casi levantando la voz. "Todo llegará. A vos, y también a él".
La desafié. "No creo que todo llegue. No creo que me vaya a llegar nada mejor. Mi vida terminó. El resto serán días, años, décadas con suerte, pero no vida. Yo construí una vida, luché por ella, por el bienestar eco- nómico y emocional de todos, y quedé maltrecha y sola. No tendré vida. Nunca. No creo que me vayan a llegar otras cosas, creo que mi vida va a quedar suspendida por muchas años". "Suspendida como anulada, o tam- bién castigada", intervino Marcela.
Creo, querido diario, que son ambas cosas, quedaré con la vida vacía, con esas vidas en las que los días son iguales a otros, como las vidas des- pués de las grandes guerras, con tristeza de lo perdido, la gracia de estar vivo, y con los sueños aniquilados por los estallidos del pasado. Suspendida e invisible. Creo que las personas deprimidas o tristes se transforman en invisibles, ya nadie se fija en su rostro o en su alma, ya a nadie seducen ni nadie se preocupa u ocupa en conocer su interior, porque la oscuridad espanta. Así me veo yo, suspendida e invisible, y no creo que nadie puede ver a alguien invisible, salvo que, por no verlo en su camino, se lo lleve por delante y lo aplaste.
"Mucho para trabajar, dijo Marcela, volvemos al principio. Otro él no puede haber, así que deberás empezar a dibujar de nuevo tus colores para que todos vean la Tamara que yo veo. A ésa nadie puede resistirse".
Cuando se fue, quedé vencida. A veces, la exposición a tanto pensar, tanto analizar, produce cansancio físico. La maratón que cada día corro por entender, por encontrarle a todo un sentido, por pensar qué será de mi vida, se cobra cada vez más cosas en mi cuerpo. Pero tenía turno con el acupunturista del perro, y sin el perro, no sé cómo serían mis días. Por lo tanto, tomé su manta, un bolso con sus cosas, los estudios, y nos fuimos.
Volvimos a casa varias horas después, los dos igual de agotados.
El perro ya duerme. Yo tengo un rato más. Desde que llegué, no vi a las chicas, las luces de sus habitaciones siguen apagadas, los regalos sobre las camas al aguardo de su llegada. Las extraño, pero cada vez menos. Creo que estoy un poco enojada con ellas, pero no tengo ganas de decirlo. Seguro serían gritos y reproches. Creo que, el tanto ver que yo sólo tenía que dar, y que a él nada le bastaba, de algún modo hace que ellas actúen igual. Lo que nadie sabe es que tarde, muy tarde, tal vez mucho después de lo que lo que lo haría la media normal de los seres humanos, yo también me canso. Y cuando me canso no miro atrás. Aun cuando no creo que pase eso con mis hijas. Pero enojada, enojada sí puedo estar. Muy enojada.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora