DIA 70 Y 71

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DIA 70

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DIA 71

Marcelo falleció ayer a las seis de la mañana. Así me lo hizo saber él mediante un mensaje de texto, una hora más tarde. La comunión del abrazo de antes de ayer quedó muy en el olvido. Fue mucho más fuerte la bronca que sentí por su frío mensaje de texto, que la que le transmití. "¿De este modo me lo decís? Recibo un mensaje de texto pensando que quizás venís a desayunar con Valentina y a cambio, simplemente, murió Marcelo." Nadie merecería que su muerte fuera comunicada por un mensaje de texto. Me sentí muy mal. Todavía tenía caliente su rostro en mi mente y podía sentir su energía al bailar, aún podía recordar los últimos chistes. Siempre se acercaba a mí, más de lo que yo a él. Creo que me quería, creo que fantaseaba con que hubiéramos podido unir nuestras almas, que nuestros diálogos nos regalaban una pícara intimidad de pensamiento, tan escasa entre los adultos de nuestra edad. Creo que conocía una faz de él que no le gustaba y que quería defenderme y no sabía cómo. Él inspira temor, más que amor. Pero con ello consigue su objetivo: gente a su alrededor. Y creo que Marcelo estaba a su alrededor por temor, por conveniencia, pero con una mirada crítica que no podía dejar de ver.

Ayer agoté mis fuerzas en saber dónde iba a ser el velorio, sólo recibí evasivas de él. No quise llamar a nadie más. No quise indagar. Comienzo a adivinar las segundas lecturas de su accionar. Sabía que no quería que fuera. Parece que cree que en mí, que todo gira en torno a él. Y no es así, o al menos en momentos excepcionales o en un escaso porcentaje no es así. Marcelo está muerto, abandonó el mundo, y entre sus últimas acciones estuvo acordarse de mí, es probable que me haya incluido en sus oraciones. Yo quería estar en la despedida que Marcelo hubiera planeado para su persona. Él, ayer, estaba muy atrás de Marcelo. No era el centro de mi mundo. Pero no pudo ser. Él, siempre él. Me quitó el derecho. Hoy le pregunté dónde era el entierro. "Lejos", contestó. No era la respuesta que necesitaba. Yo quería ir. No había logrado ir al velorio, pretendía ir al entierro, pero hay demasiados cementerios lejos. Hace un rato me llamó una cada vez más "ex amiga", ésa de la tropa de maridos déspotas, que mueven sus voluntades al punto de ni siquiera ellas saberlo. "No te vi en el entierro." No, no me viste, no estuve, pensé. Pero callé. "Tampoco en el velorio. No sabía que él tenía tan blanqueado todo, qué divinos que son ustedes, tan abiertos. Estaba con ella. Fea la chica, te voy a decir, muy ordinaria", continuó, sin que yo siquiera pudiera impedirlo.

Cómo se sobrevive a la maldad ajena cuando los recursos son tan escasos, cuando la piel esta en carne viva, y el desamparo ni siquiera nos sabe abrazar. Cómo se logra tratar de evitar desearle nuestra desventura, no por maldad sino para que sienta nuestro sentir y cuando, luego de haber descendido a esa cueva, vuelva y comprenda que sus palabras pueden decidir mi vida o mi muerte. Que cualquier otro dato, aunque sea real, puede dar el golpe final a mi existencia. Pero no. No dije nada. Al fin y al cabo, ya pensaba dejar de contestarle. Acabo de perder definitivamente a una casi ex amiga. Acabo de saber que mi reemplazante ocupa ávida mi lugar. Y eligió un momento certero, en el cual el anfitrión no tiene derecho a quejarse, a decirle que no ha sido invitada, que ni siquiera la conoce. Y ni siquiera eso me afectó. Lo que en verdad me afectó es saber lo imperativo y atropellador que puede ser él hasta contra la voluntad de un muerto. Estoy convencida de que no pensó un instante en lo que hubiera dicho Marcelo vivo sobre su decisión, le quitó toda posibilidad de voluntad, atropelló su extinta vida y, como siempre, hizo su provecho. No importa, querido amigo, te despido acá, agradeciendo las piezas de baile que me regalaste, los dulces piropos de quien sabe que viene a cubrir un déficit de años, tus escasas palabras y tus parlanchinas miradas. Te agradezco todo. Y, por adición, te agradezco haber sido el canal para descartar a una ex amiga de cuyos mensajes estaba harta y darle luz a mi realidad, desde donde quiera que estés...




LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora