DIA 58

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Creo que hoy llegué a la empresa más tarde que ayer, lo que parece natural. Ayer tenía ilusiones. Hoy solo tenía certezas. Con Valeria quedaban temas por hablar y fuimos a almorzar. Creo que hasta me divertí. A veces con Valeria aparece la Tamara de carne y hueso. Cada vez menos, pero a veces se hace presente, para mostrar que aún vive.

Valeria dice que Luciano la llamó para saber de mí. Increíble, eso es desnudarse. Algo que Luciano no hace, no permite que nadie lo defina por nada más que su frialdad.

Valeria dice que quiere verme. ¿Por qué no lo ves, hace cuánto que no tenés relaciones?", me dijo. Es verdad. Cuánto, cuánto hace que no me abrazan, que no me besan, que no me desvisten. Con Luciano no hacíamos el amor, volábamos juntos.

Pero no logro dejar de sentirme sucia sabiendo que Luciano aún, con sus idas y vueltas, con la infelicidad y los sueños rotos tatuados en su rostro e inundando sus retinas, está junto a su esposa.

Valeria dice que lo de ellos fue una vana ilusión, que no llegaron a pertenecerse. Que Luciano siempre fue mío. Que yo lo deje así, mío, aquel día en que volví con él para tomar miles de mates que nunca tomé. Y Luciano no es mío porque nosotros hayamos seguido nuestra relación, porque eso no sucedió. Había demasiado rencor de parte de los dos. Luciano no me había salvado con un caballo blanco, y yo había regresado a la prisión de Barba Azul.

Por mucho tiempo, cuando descubrí frente a mis ojos el error de haber vuelto con un embustero del amor, cuando supe que sus promesas serían falsas, lo culpé a Luciano por no impedir mi regreso. Como si él pudiera haber hecho algo. No había nada que hubiera podido hacer. Uno espera demasiado de las personas. Uno le pide demasiado a la vida.

Luciano era buena persona, lo amé, vibrábamos en la piel, compartíamos valores, pero no era mi dueño. Y no había nada que él pudiera hacer contra alguien que era mi único amo y señor. Y, si el señor lo desea, la niña, esa a la que trata como a sus dos hijas, regresa a su hogar. Y punto.

Cuando lo entendí, también tuve ganas de decirle que tenía razón. Luciano, no sos responsable de nada, no podías hacer nada. Pero, para cuando yo había sanado el rencor y comprendido el devenir de aquellos días, Luciano ya había experimentado sus propios desencantos y desilusiones, había estallado contra la realidad de que el amor no se fabrica, de que también existen las carceleras, y en ese momento era Luciano el que me odiaba por ello. Así que ambos quedamos unidos por los hilachas invisibles del rencor y la desventura. Pero pasaron tantos años... Es así. El tiempo atempera cualquier sentimiento, los buenos y los malos. Esta vez, jugó a favor. No parece haber rencor de parte de Luciano. Del mío, mucho menos. Y tal vez es cierto que existen asignaturas pendientes sin las cuales uno no termina de recibirse de nada. Tal vez hay que cerrar puertas para abrir otras. La puerta de Luciano siempre quedó entreabierta. O tal vez, mucho mejor, se dé cuenta de que no puede vivir sin mí, y yo me dé cuenta de lo que ya comprendí: que un carcelero no es un amor, y no supe verlo a tiempo. Quizás los dos seamos hoy más valientes, quizás Luciano tenga en algún lugar, guardado por muchos años, un saludable caballo blanco. E intente el rescate. Tal vez hasta podamos casarnos y tener hijos. Quién sabe, todo esto tiene sentido sólo por Luciano. Sólo tal vez.

Le dije a Valeria que lo voy a llamar, para dejarla tranquila. Para que no se preocupe también por mi vida sexual. O, mejor dicho, por la falta de sexo. Pero no sé. Luciano no es sólo sexo. Es una trampa muy grande. No estoy para agregar sentimientos. Los sentimientos son sólo para él. Aunque tampoco querría sólo un momento de pasión. Quiero también amor, necesito amor a gritos. Pero siento por momentos que aunque insanamente, aún lo amo a él. Por otro lado, lo diga alguna vez o no lo diga nunca, Luciano me ama. Y yo, aun sin sentimientos, también de algún modo extraño, amo a Luciano. ¿Amo de algún u otro modo a ambos? O quizás amo aquello que pone a mi alcance Luciano. Amo la esperanza que hace tantos años sembró en mi corazón, la de que alguien podía tratarme como par, que existe la dulzura en un hombre, que las palabras bajitas y románticas no son de los cuentos de hadas, que el amor a cada centímetro de mi cuerpo es posible, que reír al lado de un hombre, en vez de llorar, no es una fábula. Por eso lo amo, más allá de su persona. Lo amo porque fue el motor de mi tubo de oxígeno, y me llenó de aire cuando ya no podía respirar. Y volví a él, queriendo transformarlo en un hombre dulce, con amor en sus poros, con palabras bajitas. Un absurdo. Pero no quise hacer de Luciano sólo eso. Juro que no lo usé. Sucede que sólo era una presa. Y, como no lo sabía, me creía libre. Lo amé, sí. Y, si le hice daño, sólo me gustaría pedirle perdón, darle un beso y que me haga el amor. Para soñar otra vez, que alguien como él existe.

Debería llamarlo. Él aún sigue en Mendoza, estado de la Florida, y quizás sería conveniente ver a Luciano antes de que él regrese. No sé por qué siento que no puedo ser libre. Me encuentro bajo el dominio de él. Y pedirle permiso para hacer el amor con Luciano no conduciría a nada. 

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora