Cuatro de la mañana. Aun así, ayer todavía es hoy en mi mente. La ponencia fue muy bien. Amanecí temprano con ese letargo que me produce madrugar. A la noche había dispuesto dos conjuntos de posibles camisas y polleras sobre la cama. Creo que ninguno de ellos fue acertado. La camisa rosa oscura, una pollera negra. Me pregunto por qué hice algo que me puso tan mal; muchas veces hablé en público, pero esta vez no podía resistir la sola idea de la transición entre mi despertar y el momento de mi exposición. Sentada en una enorme mesa, de cara a cientos de personas, aguardando el turno para mi ponencia, me resultaba absurda la idea de estar allí, el motivo de mi paso por ese lugar, y hasta podría decir mi vida misma.
Fue el primer panel en el que se habilitaban las preguntas, algo con lo que no contaba. Pero nadie optó por intercambiar ideas. Creo que la maldición china podría haberme alcanzado si me hubiera sometido a preguntas fuera de mi exposición. Las filminas se deslizaron al ritmo de mi relato de manera sincrónica. Hablé pausado y claro, con una fonética bastante aceptable. No fue el mejor inglés, pero creo que me di a entender.
Mi gran tranquilidad fue lo más llamativo para todos. "Hablaste como si no estuvieras frente a mil personas", dijo Matías. Tal vez no estaba... Creo que, en el instante de subir al podio, sólo recordé su ausencia. Me desdoblé. Dejé el cuerpo allí y envié el alma a algún otro lado, tal vez donde tenía ganas de estar. Desde que llegué a Inglaterra, uno de los lugares donde más en "casa" me siento por lo general, no he querido estar aquí. No estoy feliz. A decir verdad, estoy demasiado triste, sin ganas de reír. Yo, la pura risa de dientes chuecos.
No ilumino ni la cara ni los ojos ni el alma, todo está perdido, todo vaga en las tinieblas de los suburbios de la tragedia interna. Y me digo: "Tamara, si no pasa nada, ¿no te das cuenta de que no pasa nada? No seas desagradecida, tal vez es la crisis de la mediana edad". Pensé que sólo los hombres caían ante esas pavadas de verse gordos y pelados, y entrar en crisis. Ni él ni yo somos esa clase de personas. "Como si no estuvieras ahí", dijo Matías y replica en mi cabeza. Él no estaba ahí, y yo tampoco. ¿Qué me pasa sin él, tal vez desaparezco? Siento que me atrapo en un entuerto entre el corazón y la mente. ¿Dónde quedo yo sin él?
No estuvo sentado allí, no llamó por teléfono ni mandó un mensaje. Valentina absorbe a todos, y seguro también a él. Lo dejé a cargo de todo. Me siento mal al pensar que él se olvidó de mandar un mensaje, cuando está al cuidado de las chicas. Tamara ante mil personas, Tamara en el sendero de las cruces de su pasado, Tamara sin él.
No sé qué de todo eso fue lo que lo causó, pero vomité hasta las en- trañas. Llegué al hotel sola, apresuré el paso a la habitación y caí en el piso del baño. Quedé sostenida del inodoro por lo menos dos horas, atrapada en la incontenible expulsión de un vómito espeso que mutaba de colores a medida que el tiempo pasaba. Bilis, estimo, porque llevo días comiendo poco y nada. Me vi allí, sosteniéndome a mí misma, y estallé en lágrimas. Yo, que jamás lloro. Yo, que jamás vomito. Ácido y sal. Todo revuelto. Quería poner música, aunque resultaba absurdo. Quería música en mi vida para ese momento. Quería sentir que no estaba sola, que yo aún existía, que todo era un sueño, rebobinar mi vida al máximo, hasta mis quince años, hasta ese momento en que, con una risa abierta y llena de sueños, lo elegí a él para bailar, en una disputa de galancitos.
Tal vez fue la última oportunidad en la que elegí. O tal vez me hizo creer que elegí yo, y siempre eligió él.
Esto pasará, tomé la costumbre de estar mal. Marcela, mi psicóloga, me reprende mucho por ello, por acostumbrarme a estar mal. También me regaña por continuar casada. Es absurdo, pero quiere que me separe. Yo, que lo tengo todo. La nada es mi problema y es lo que tengo que resolver.
Es de desagradecida, teniendo todo, volar en pensamientos siniestros de descontento y abulia.
Es de desagradecida ver una mancha negra del puño de quien dice quererte, en vez de la imagen de la joven envuelta en raso italiano.
Es de desagradecida pretender tenerlo a él sosteniendo mi cabeza mientras vomito cuando está en casa porque se quedó en la alternancia de su trabajo y el cuidado de nuestras hijas.
La pasé mal. Sí. Un viaje con gusto a desamor y a desamparo. Pero tal vez es mi costumbre de estar mal la que me hace caer en el espiral de los tropiezos. Como el chino.
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LA DESVENTURA DE AMAR
Fiction généraleTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...