DIA 72 Y 73

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DIA 72

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DIA 73

Pensé que mi perro resistiría, que su amor por mí le daría las fuerzas para permanecer a mi lado hasta que yo estuviera de pie.

No puedo ni siquiera escribir. Anoche dormía a mi lado, y de repente comenzó a dar fuertes vueltas, como en aquel ataque de epilepsia, como si todos sus órganos se le retorcieran y se desmoronaran al unísono. Invocar aquel esporádico brote de epilepsia me hizo pensar que aquello coincidió con nuestra mudanza a esta casa y sucedió una tarde en la que lo dejé solo en la cocina. No estaba acostumbrado a la soledad, tampoco al encierro. Creo que se enojó con su nueva vida, que los desconocidos muros lo asustaron, y su cuerpo habló.

Ayer su cuerpo no paraba de sangrar, me levanté, lo acuné como a un bebé, lo bañé, no cesaba de llorar. "Por qué llora, por qué no le basta todo mi amor, mi dedicación." Era la madrugada, ninguna veteranía estaría abierta, me senté en el piso a su lado, rodeada de pañales que oficiaban de alfombras; con una jeringa en la mano, le fui dando agua, para evitar la deshidratación. Una vez más, yo en el piso y él a mi lado con gemidos incesantes. Perdí la cuenta de sus hemorragias, las nenas se despertaron y decían que estaba descompuesto, pero yo sabía que aquello era sangre. Sabía que era su manera de hablar, de decirme que tomaba mi autorización, que la arrebataba de mis manos. Y quise decirle que se la revocaba. Que era mentira, que no era una posibilidad perdonarle que se fuera de mi lado. Pero ya era tarde. Lo llevé a la veterinaria, me quedé allí hasta las doce de la noche a su lado, con el suero, vencida. Las chicas pasaron a la tarde. Y la presencia de mis padres hizo ostensible el sabor a despedida. Al menos esta vez yo tengo la posibilidad de estar a tu lado, en tu muerte. Cuando estuvimos solos, lo acaricié, lloré a su lado. Cuando le acerqué mi mano a su cabecita, para desafiar su mustio olfato, la levantó y la corrió hacia mi lado y la apoyó en mi mano. Brillante hasta tus últimos instantes. Acuné su cabeza entre mis dedos por lo menos una hora. Se sentía lindo. Su gesto me había mostrado la fuerza de mi amor, lo trascendente de nuestra relación. Nunca imaginé su reacción. Ese gesto, acompañado de su mirada, permanecerá en mí como la muestra de que el amor no sabe de palabras, de fronteras, de razas, ni tan siquiera de especies. Yo le brindé mi mano, y él me brindó su todo. Apoyó su cabeza y entregó su ser. La veterinaria me dijo que su falla orgánica era integral. Pero que ya estaba hidratado. Y que al otro día debía llevarlo nuevamente. Camino a casa, apoyado sobre mi pecho, sentí que su respiración se apagaba hasta que cesó. Murió. Y no entiendo cómo voy a seguir sin mi perro. No concibo ningún trozo de mi pasado sin su presencia, y no puedo pensar en un presente que pueda ser más triste que este presente, y además, que en el poco futuro que veo, mi perro no esté.

Dónde volcar mi amor. Yo, una aprovechadora de su ternura. Jamás una caricia mía fue rechazada, nunca un mimo era sobrante. Mis hijas escapan a mis besos y mis caricias. Hay una capacidad de amar excedente en mí, que sólo era depositada en mi perro. Y se fue. Y cada perdida me desnuda otra faz de mi vida que no quiero ver. Llegué a casa. Las chicas lloraron horas, las vi tristes por nuestro perro, tristes por nuestro destino, tristes por nuestra familia rota. Nuestro perro era el mayor símbolo de nuestra la familia. El denominador común de todos nosotros, el que salvaba las diferencias entre todos los demás miembros. Había unanimidad en amarlo, en saber que era el mejor perro que pueda existir. Había consenso en quererlo bien y un poco más. Pero sus diecisiete años fueron muchos para vivir una vida que ya no le era grata. Si la mudanza lo llevó a la epilepsia, la separación, la infelicidad mía y las lágrimas como escenario habitual lo llevaron a la muerte. Le pedí perdón por tan poco. No pude darle demasiado el último tiempo, aunque lo cuidé hasta el último suspiro. Pensé que quizás el mejor regalo sería llevarlo al country, donde fue tan feliz, donde su cuerpito juega la pelota, donde corre raudo y salta hasta la mesa para intentar robar asado, donde se sienta un rato debajo de la silla de cada uno para recibir caricias de todos, donde parece que ríe a carcajadas con todos nosotros. Y lo cargué en el auto, envuelto en su manta de Navidad comprada hacía pocos días, y lo llevé al country. Manejé sin conciencia, aturdida. No podía apartar mi vista de él. El transito era secundario. Llegué tarde, muy tarde, de madrugada. Puse las llaves en la puerta, la idea era que él pudiera estar conmigo un rato más en la casa, y luego buscar algo para ponerlo debajo de un rosal. Allí, en su casa. En su lugar.

No pudo ser. El perro, en su despedida, también tenía algo para mostrarme. La cerradura estaba cambiada. Alguien, él, había aprovechado mi desventura, ocasionada o no por él mismo, y había cambiado la cerradura. Me senté en borde la pileta con el perro abrazado, los latidos rabiosos, y por un instante pensé en rociarla de alcohol y hacer encender en la casa mi aguda alienación. Pero, cuando los latidos se apaciguaron, pensé en el perro, que vagaba sin sitio hacía más de dos horas, sin un sitio donde descansar. Volví al auto, lo acosté nuevamente a mi lado y desandé el camino. Lo dejé en el living y me acosté un rato. No dormí. A las siete de la mañana, llamé al servicio de cremación que, precavido, me habían dado en la veterinaria, y a las nueve lo pasaron a buscar.

Hace un rato me devolvieron una caja pequeña de madera barata, donde se supone están sus cenizas. Han garantizado que son las de mi perro, pero me hubiera quedado más tranquila enterrándolo con mis manos en su casa. Voy a pensar que sos vos, mi querido.

Al fin y al cabo, tu alma era más grande que tu cuerpo. No quise dejarte donde no te pueda visitar. No quise que tampoco te venere y te llore quien no te conoce. Ella, una foránea a nuestra historia. Estas allí de todos modos, puedo sentirlo. Y al irte arriba te volviste joven, saltás y jugás, en la playa, en la pileta, con las nenas, con él, conmigo. Lo puedo oír. Oigo los ladridos.

En este momento, sé que el cielo perruno está de fiesta. 

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2020 ⏰

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LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora