DIA 22 UN ADIOS BREVE

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Sabia que no era un adiós definitivo, pero la duda de esta práctica me duró el día de ayer. Pienso que quizás es cierto, me hundo, pero parece que lo hago mejor acá, en estas páginas. Acá donde viene a parar todo lo negro, todo lo sombrío, todo aquello de lo no se habla.

Pero la verdad es que yo nunca hablo mucho, si tengo un problema no lo puedo compartir, quedo con la vista perdida en algún punto de luz en la oscuridad del cuarto y pienso hasta el amanecer, sin lograr ningún tipo de solución o respuesta.

De esos cadáveres que toda familia guarda en el placard, creo que conviene no hablar. Porque nadie quiere dejar de pensar que no vive en una familia normal, que el placard huele a podrido en vez de a lavanda.

A veces creo que todos los motivos de mis fracasos vienen de un cadáver que guarde bien guardado. Tal vez no sea mala idea de pensar que tiene algún sentido escribir acá esos momentos, para poder sacar ese cadáver al que le di poca importancia y tal vez tenga mucha.

Siento que no he podido transcender en la vida y no hay demasiada explicación para ello, en mi interior, se que no es falta de posibilidad individual, sino una fuerza desconocida, algo me tira hacia atrás. Tal vez tan atrás como a mis 12 años.

Había crecido de golpe, tan propio de las mujeres, aparentaba tres o cuatro años mas. En ese momento no había, o al menos no había en mi cabeza, un culto tan descarnado a quien era bello, algún que otro fotógrafo podía buscarte para ser su musa, te podrían sacar alguna que otra foto en el calle, se vivía con naturalidad, no era ningún valor agregado. El valor agregado vendría de mi intelecto, de mis ideas, de mis valores, de la inocente idea de cambiar el mundo, de la necesidad de ayudar a todos los necesitados.

Pero tal vez me había puesto muy mujer. No entiendo como alguien que vio nacer a otra persona, que además con sus doces años no deja de ser una niña, la pueda ver como una mujer. Siempre quise que la gente pudiera ver las mismas cosas que yo veía. Hoy voy comprendiendo que es un gran acto de soberbia.

Y que lo que no esta dicho no cabe suponerlo pero aun hoy la falta de observación o de inteligencia o del sexto sentido me irrita. Será por eso que esperaba cada domingo que alguien se diera cuenta que no era una buena idea que durmiera la siesta con el tío, con el tío que me había llevado tantas veces de chiquita al circo, con el tío con el juntábamos flores que sacábamos de los jardines de las otras casas, la gran aventura de lo prohibido. Era ventajoso que durmiera con el tío, me sacaba de la escena de los grandes y permitía tenerles charlas de adultos por rato. Quedaba presa alrededor de una hora, viviendo pesadillas despierta. La gente que no la ha padecido y no es experta en el tema cree que uno recuerda cada situación, cada incomodidad, cada sentimiento que despierta un abuso. En mi caso nada mas lejano a eso. Pasó mucho tiempo. Ya casada, recordé sus manos toscas por debajo de mi remera. Y rememoré la remera, tenia un perrito con la boca abierta y la lengua afuera, justo en el medio de mis incipientes pechos, antes de llegar a ir por debajo de la remera jugaba con el perrito con sus gruesos dedos dejándolos escapar un poco hacia los costados como al descuido. Decía que tenia esa remera para que el le tocara la boquita.

No esperes mucho más, estarías acercándote a la figura de Marcela. Recuerdo más mi sensación de sentirme una basura y sucia y asustada, que los actos en si. Arriesgaría a pensar muchas veces que no cruzo el limite mas allá de manoseos en glúteos y pechos, otras podría asegurar que me penetraba con los dedos y la mayoría de las veces que no lo tengo para nada claro.

Solo eso. Cuando poco más de veinte años me llamo a mi casa. Su voz dejaba pensar que se encontraba vencido, por la vejez y por la culpa. Estoy convencida que quienes tienen mucho que pagar, envejecen peor. Las cuentas impagas se le acumulan en el mente y en el corazón. Me recuerdo entonces, más buena que hoy, más misericordiosa. Mi tío quería verme y yo no podía negarme. Le dije que si. Al día siguiente sufrió un derramen cerebral, quedó internado tres días en coma. Lo fui a ver en el horario de terapia intensiva cada uno de los tres días. Y el cuarto, cuando llegué a la clínica, era un recuerdo.

Se fue sin poder pedir perdón. Y creo que ese fue su castigo. Pero yo lo perdone, me tomo cada uno de los tres días que fui a verlo, a ver un cuerpo consumido, que ya no conocía, a ver sus manos que ya no estaban y una persona que ya no era.

Y jamás volví a pensar en eso hasta que vi la foto de mi casamiento, con un ojo negro bien maquillado, pero que de mirarlo cinco minutos, cualquiera podría haberse dado cuenta. La gente, así se trate del colectivo familiar, no esta para ocuparse de desempolvar los cadáveres de las familias en los placares, así que nadie nunca miro mas allá mi pelo dorado, el vestido de seda y la sonrisa forzada de aquella joven novia. Al fin al cabo, lavandas tapan estiércol.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora