DIA 43

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Si acaso debí pagar el pecado de tanto alcohol, con la resaca de hoy la deuda quedó saldada con creces.
Me acosté con la cama girando en el sentido de las agujas del reloj y me levanté con la cama girando en sentido contrario.
Creo que vagué toda la noche. Aunque con el alcohol quise olvidar, aunque logré comer y reír. Fue pasajero. Soñé que él me venía a buscar, tocaba el timbre tal vez para sorprenderme, y tomaba mi cara con sus manos. Jamás lo hace. Eso hacía Luciano, me tomaba la cara entre sus manos, como si fuera una pieza de colección a la que hay que cuidar, que se puede romper si no es tratada con lenta dulzura. Y en especial cuando hacíamos el amor. Tal vez es un gesto usual cuando un hombre quiere a una mujer, pero a mí siempre me sorprendió. Él nunca tomó mi cara de ese modo. Nunca, salvo ayer en sueños. Quizás necesitaba soñar que me amó. Empiezo a dudarlo. Todo sería aún más devastador si descubro que estuve al lado de alguien que no me amó. Aunque muchas veces me pregunto si alguien con tal mal genio puede guardar dulzura en su corazón, puede amar siquiera a quien lo ama, o no tiene capacidad de amor.
Lo bueno del tema es que es tan difícil de obtener una respuesta, que puedo transformar la verdad en mentira o la mentira en verdad. Lo que me guste, y a la carta.
Hoy prefiero pensar que a veces exagero en los pensamientos que me asaltan cada vez más seguido. Que él no tiene las aristas que a veces comienzo a adivinar. Que un simple encuentro sexual con una mujer lo transforme en mi cabeza en un ser de dimensiones y formas monstruosas no significa que lo sea.
Quizás sí deba aceptar que quienquiera que sea él, no es quien yo tenía en mi cabeza. Día a día, eso queda más claro. Y cuidarme de cada previ- sión debería ser la regla, y no la excepción. Hoy me cuidé. Desperté con las manos de él en mi rostro, recordé la sensación del amor y del desamor, y esa contradicción me llevó a lugares mundanos. Esos donde mi madre quiere que esté centrada. La cuenta del banco y yo en este momento tan lejos de Buenos Aires. Hace tiempo que no me llega el extracto. Que no recibo ningún e-mail. La cuenta del banco. Tiene firma indistinta. Él sabe que eso no es un riesgo para él. Yo nunca sacaría el dinero. Yo no tomaría la mitad que le pertenece a él. Pero él, qué haría él. Qué haría el mío, el "él" de la adolescencia, el "él" con quien juntaba dinero en una lata para comprar las cosas para poder casarnos. Él, aquel con quien mes a mes contábamos los billetes arrollados, los estirábamos con energía e ilusión, y recorríamos bazares para ver si llegábamos a adquirir los cubiertos o tal vez algunos vasos. Qué haría el mío adulto, ese que decía que todo era para su familia, pero tenía cada vez más espacios ciegos, esos donde yo no sabía dónde estaba y qué hacía, esos espacios que no los notaba en aquel entonces, pero ya existían. Ese con quien podía comprar cien copas juntas del mejor cristal con tarjeta titanium o con billetes prolijos, como recién emitidos. O este "él" de hoy, el que no sé quién es.
Era imposible para mí sacar el dinero. No hubiese podido vivir con ello, aunque, después de los acontecimientos de hoy, me pregunto si no hubiera sido la mejor opción.
Fui un rato a la playa, me senté en la orilla del mar, traté de apreciar las olas en la retina. No hay nada en la vida que pueda hacerme sentir tan viva con el mar. Puedo perder la dimensión del tiempo mirando romper una ola tras otra. Desde chica, trataba de recordar el modo, la fuerza y el estilo con que rompía cada ola. Tenía la obsesión de poder descubrir siquiera una parecida a la otra, aunque las separaran horas o años. No la encontré. No hay ninguna ola igual a la otra. Eso es lo fabuloso del mar, cada una de sus llegadas a nuestros pies es única y no se repetirá jamás; aunque a veces parece estar sereno, y sus olas simulan ser monótonas y coherentes unas con otras, cuando llegan a la orilla todas lo hacen de ma- nera distinta. Como las historias de vida, no hay una igual a otra, así que tal vez yo no quedaré en la calle, como le pasó a la vecina, ni quedaré sola, como sentenció él, ni seré una divorciada más. Porque eso no existe. Mi historia será una ola. Única.
Querría haber estado más tiempo allí, y sin embargo, por más amor al mar y al paisaje que sentía, me vi tentada de dejar la limonada por la mitad y regresar a la habitación. La cuenta bancaria.
No entiendo por qué soñé en el inconsciente con las caricias y en el subconsciente con la cuenta. Los contrastes de mi vida actual.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora