DIA 45

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Hoy estuve todo el día en la playa. No quería ver a nadie. A nadie conocido. A nadie que me recordara que me siento sola, desvalida, insegura y con un futuro más incierto que el pasado. Porque el pasado a veces se me aparece tan incierto, en el sentido de no cierto, como el futuro. El presente sólo tiene sentido si puedo salirme de esos dos tiempos que tanto mal me hacen. Y, aun cuando nadie me hable de ello, el solo hecho de estar con quien conoce mi nombre, mi historia y mi dolor me hace sentir en el pasado y penar el futuro, sin poder situarme ni un instante en el presente. Si bien el sol no sale para mí en estos días, aun cuando dentro de mí todo es nube y tormenta, quise ser anónima. Hablar con la encargada del bar sobre las iguanas que andan entre las plantas, qué grandes que son, y son cada vez más. Preguntarle por qué no hay helado de frutilla a la crema, ese que tanto me gusta, y hablar del viento que se llevó todas mis servilletas. Y esa señora no sabe nada de mí, y yo no sé nada de ella. Y eso a veces me hace menos humana y, por ende, menos sufriente. Soy hoy sólo esto, una mujer en traje de baño con un sándwich de atún en sus manos y preocupada porque se ha acabado su adictivo helado de frutilla a la crema. Caramel no, definitivamente no. No entiendo cómo existe el caramel. El helado de caramel no es muy comprendido por los argentinos. El verdadero helado es de dulce de leche, ese que embriaga de empalagamiento. Ese que nos hace estallar de dulzura, que nos llena la panza de sabor a azúcar. Caramel es quedarse a mitad de camino. Caramel no. No me gusta estar entre el todo y la nada. Ni en el helado. Chocolate amargo tal vez; si no es dulce, que sea amargo, bien amargo.
Y por eso fui por chocolate amargo. Y fueron dos. Y volví a conversar con la encargada del bar. Las nuevas reposeras. Me quedé allí en la piscina. Sola. Sin nadie que me conociera. Sin conocer a nadie. Así a veces es mejor. Se sufre menos.

Dora insistió en salir, yo decliné con distintas excusas. Y luego, más tarde, hace tan sólo un rato, escribió él, como si nada. Suele hacerlo, y me desconcierta, me hace sentir fuera de esquema. ¿Acaso no podrías ser un desgraciado, por un tiempo prolongado, de manera ordenada y lineal? Eso le haría muy bien a mi salud. A veces siento que estuve con dos, o tal vez con varias personas, todas en el mismo "él".

La llamada era para preguntarme si lo autorizaba a pasar por casa, a despertar a Valentina. Su voz era serena; su tono, casi amable. Y el motivo del llamado tenía poco sentido. No suele pedir permiso para nada. Además, despertar a Valentina era algo que se iba diluyendo, y de repente, como si nada, necesita de nuevo despertarla.
Quizás necesita acercase de nuevo a ella, después de haberla aban- donado en el country. "Sí –contesté−, hacé como te parezca". "¿Qué pasa −replicó él−, estás muy bien acompañada?" Supera mi poder de comprensión, hay un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que esté con una mujer y se preocupa por esta mujer que se encuentra acá, a miles de kilómetros, ésta, la buena para nada, la "hija de puta"  ,  "la perra", "la forra".
No contesté. Seguí durmiendo en la reposera cercana a la piscina. Cuando desperté, había diez mensajes seguidos, cada uno de los cuales ocupaba toda la pantalla, haciendo conjeturas sobre mi amante invisible, que él estaba solo, que quería que yo lo supiera, que se fue porque yo no le daba atención, etc., etc., etc.
Tal vez existía un uno por ciento de probabilidad de que no hubiera ninguna mujer, y yo lo estaba arruinando todo; tal vez habría viajes de muchos, con los nietos, tal vez reiríamos y nos pelearíamos como siempre, como desde casi niños. Le contesté que nadie estaba conmigo. Que necesitaba estar sola, que me alegraba todo lo que decía, pero que en ver- dad aquel día que cenamos fue rara la situación. Que charlaríamos a mi regreso, que pensara que teníamos unos pasajes para Europa, que sería bueno ir. Quizás en ese tiempo podamos ver cómo vienen las cosas e ir a ese viaje. Estoy contenta, me voy a dormir feliz, tal vez los naipes de mi castillo puedan volver a pararse. Nada sería mejor. Nada.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora