DIA 54

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DIA 53......

DIA 54

Recién ahora, a las doce de la noche, puedo escribir. Ayer, el mundo volvió a caer. Llegó rodando a un precipicio sin fin, negro y sombrío, donde lo recibían pensamientos macabros teñidos de pecado. Cualquiera de los sietes pecados se repetía en ese túnel negro, una y otra vez. Y mi mundo se iba pegando a uno, a otro, y caía y caía, tumbado, cada vez más veloz, cada vez con más fuerza. Quizás no era el día indicado, es decir, no fue el día indicado para que ello sucediera. Pero cada vez voy aceptando con más resignación que los hechos no saben de fechas ni conveniencias, ni siquiera saben de destinatarios. Suceden, sin importar lo que nosotros podamos hacer con ellos, aun cuando produzcan un cataclismo en nuestras vidas, y nos transmuten, y no nos reconozcamos frente a ellos en ninguno de nuestros recovecos. Suceden. Sin permiso. Y, si bien en este caso yo puedo haber sido la motora de la causa, el efecto llegó cuando no lo esperaba. Justo ayer, justo cuando un poco en secreto ansiaba verlo, que tenía una vaga o tibia ilusión, que guardaba la ilusión de decirle feliz cumpleaños y rozar su mejilla, sentir su olor y percibir su piel, a través de un e-mail y sin previo aviso, el investigador, aquel señor tosco de manos gruesas, rompió toda posibilidad de anhelo de un día de festejo. Querría borrar el sentimiento que me produjo ver. Mis pupilas quedaron hipnotizadas frente al monitor de la computadora. El tiempo se detuvo, pero mi mente no.

El detalle de los días de viajes de él a Miami era mucho más que eso. A veces, un solo hecho habla de muchos otros. A veces, el engaño conlleva un montón de acciones que son tan nocivas como una simple infidelidad sexual o romántica o amorosa. El detalle de los días me llevó al calendario, y el calendario a un collar de cuentas de coincidencias decepcionantes. Desengaños, decepciones y alienación.

¿Qué día? ¿El día siguiente al que yo viajé a Londres? Londres, donde yo lloraba su ausencia, donde su plato vacío me hizo sentir miserable y desmerecedora de todo eso. Y todo eso no era nada frente a todo esto. Es decir, ¿todo eso era además todo esto?

Me sentí idiota, ultrajada en la confianza, en la inteligencia, me sentí usada. Seguro, en ese momento no me dijo de sus viajes con su amante, porque aún no estaba seguro acerca de qué camino tomaría Es decir, estoy viendo si me servís o no. Te serví toda la vida, y si no lo notas hoy, algún día lo notarás. Más allá de mi enojo, pensé en su miseria humana, en la piel de quien hizo mentir a sus hijas, diciendo que papá no atendía el teléfono porque estaba ocupado. Papá no estaba, y ellas debían mentir por él. Ése es el educador que me acompañó en la vida en la crianza de ellas.

Serán inevitables para ellas culpas que no son propias, pero así las sentirán. No hoy ni tampoco mañana, ni quizás en un par de años, pero se lo diré. Hijas, ninguna culpa. Ninguna persona debe cargar con culpas ajenas. Es él el que pagará la culpa de mentirme a mí, de mentirles a ustedes para que caigan en la red tramposa y manipuladora de su enmarañado discurso y obligarlas a mentirme a mí.

Tal vez debí calmarme. Me ganó la bronca.

La ira es el dolor transformado en demonio.

Me poseyó. Perdí conciencia y razón. Y casi no importó el anexo de fotos con una mujer, siempre de espaldas, donde sólo se ve un cabello un poco dañado y una figura un poco cuadrada. Ella no es mi marido, no es ella a quien ayudé toda la vida, no es ella quien me engañó, no es ella quien me atormentó varios años de mi vida con una idea de perfección inalcanzable que me dejó rendida y debilitada. Ella será, en todo caso, y de perdurar, otra víctima. Sólo eso.

Él. Él sí fue el causante de mi ira. Comencé a golpearme, como si quisiera que mi cuerpo estallara en mil pedazos, y que cada uno de ellos quedara desperdigado por el piso. Y repetía "hijo de puta, hijo de puta", y recordaba los vómitos de Londres y gritaba, y se plasmaba en mi cabeza la soltura de su figura en las fotos y crecían mis náuseas y mi desconsuelo. Podría haberme causado cualquier daño en ese momento, porque no sentía el dolor físico; la furia y la desesperación, montada en una montaña de dolor del alma, lo hacían transparente. A la impotencia, sólo la sobrepasa el sentimiento de soledad.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora