Hoy, una vez más, me dormí cuando amanecía y desperté pasada la una de la tarde. Hoy, una vez más, no podía despabilar a cada uno de mis 48 kilos que pesan por mil, siento el cuerpo aplastado al colchón como si una fuerza centrífuga lo llevara cada vez más al centro de él. Mi perro sigue ahí, durmiendo a mi lado, acompañando los vaivenes de mis insomnios y mis sueños.
El agujero que hace días está en la ducha del baño sigue creciendo, y a esto se sumó la caída de la puerta del placar, lo que me impide sacar parte de mi ropa.
Soñé con Villa Gesell, soñé con los médanos, con los besos entre uno y otro, en aquel retrato de rostros casi infantiles que debe estar perdido en alguna caja de fotos plagada de recuerdos que hasta hace poco tenían sabor a triunfo y hoy son cadáveres de colores. Soñé con los castillos de arena con mis hijas, con las bolas de arena, con las olas que iban y venían. Y también ensoñe con ella, no pude dejar de evocarla allí con una piernas más largas que las mías. Había olvidado a su amante pasada, si es que acaso existe una presente, y en este último tiempo su turbadora remembranza me visita bastante. La vuelvo a recordar como si recién la hubiera descubierto. No traigo a la memoria tanto su cara, sino más bien mi tormento, cuando los vi besándose desde el balcón en el edificio que tan "felices" habíamos alquilado.
El balcón de un departamento mínimo en el que éramos dichosos de estrenar nuestro rol de padres.
Ella, allí, con sus piernas largas, apostada contra la columna, dejándose besar por el marido de otra, y yo mirando desde lo alto. Tal vez es así, tal vez siempre miré sus bajezas desde lo alto. Y, tal vez, no sea tan malo, aunque haya causado aflicción y dolor y... ¿duela? Tanto.
Así fue mi sueño, tan parecido a la vida. Con lo malo y lo bueno sin continuidad, tan mezclado y alborotado que cuesta distinguir qué de todo fue mejor o peor.
Tuve que tomar una ducha en el baño de Valentina. Quedé sorprendida por la dificultad para abrir la puerta, estaba obstruida por la cantidad de ropa en el piso.
La empleada faltó. Y Valentina no parece poner un poco de empeño en hacerme un tanto menos difícil este momento.
A veces siento que llegué al límite de las fuerzas y, cuando más agotada estoy, las cosas se precipitan con mayor velocidad. Nunca buenas.
El agua estaba fría, me duché en el baño de Valentina en medio de un caos que no es mío, que no generé, y con agua fría.
Nada es demasiado grave y todo lo es, en este escenario.
Toda invita con enorme magnetismo, a llorar.
Si el café está feo, lloro; si el agua está fría lloro; cuando la espalda grita, lloro.
Lloro y lloro, y también lloro porque me veo llorar.
Tal vez debería aceptar esa invitación a Punta del Este, me va hacer bien. Ni siquiera tengo un fin de semana para mí. Deberíamos ordenar esto. Algún régimen de visitas que imponga algún día, en el que él deba asumir su responsabilidad como padre, y yo poder disponer de ese día, aunque sea para estar libre de llorar, de pensar, de gritar, de no tener que guardar las formas para que mis hijas no piensen que el pozo en el que me sumerjo está cada vez más profundo.
Le escribí un e-mail a él, diciéndole que necesitaba ordenar los fines de semana, que, dado que él desde que buscó nuevos rumbos, de los que poco conozco, nunca había tenido a las chicas, este primer fin de semana sería mío y luego serían alternados. Estoy tranquila, me siento más firme al haber ordenado las cosas. Él sólo contestó "ok".
Eso quiere decir que está de acuerdo.
Tendrá que venir a quedarse a casa con las chicas, o también podrían ir todos a nuestra casa de fin de semana, porque él aún no les armó una habitación o algun lugarcito en su casa, algo que las haga sentir que ese el nuevo hogar de su padre, es a la vez también su hogar. Y tienen dos lugares a los cuales pueden pertener, dos lugares en los que se pueden cobijar.
Angustia, daña, ver que abandonan a tus hijas, aflije pensar en la parte en que mis hijas son mías, debería pesarle también a él dado que en parte también son sus hijas.
Aquí quedaron conmigo todo este tiempo y yo, deprimida, rogándole que las saque de esta casa, que las lleve unos días de viaje.
No quiero que me vean así, pero no puedo sostenerme de otro modo. Daría cualquier cosa por no verlas por un tiempo, para en realidad lograr que ellas no me vean a mí. Aunque ello pudiera significar no poder salvarme.
Quiero salvarlas a ellas, de esto que veo y no me gusta. La noto a Valentina como una mendiga de amor, a Sol con un padre que se le cae a pedazos, y querría evitarles esa realidad.
Si pudiera no estar tan mal, lo estaría. Si lograra fingir y ocultarles lo que me pasa a mis hijas, lo haría.
De hecho, a mi modo y con escasas fuerzas, lo hago. Sé que me sale mal, pero lo intento. Ordeno la casa llorando, me maquillo las bolsas de los ojos, y procuro poner chispa al mirar, aun cuando, por desgracia, no se inventó un producto que dé felicidad a ojos infelices.
Yo me esfuerzo. Y acabo de notar que él no lo hace. No sé por qué elige en este momento refugiarse en el trabajo, en vez de salvar a nuestras hijas.
Tal vez se sabe eternamente perdonado, beneficio del que yo no gozo. Yo soy la siempre cuestionada. ¿Será que mis hijas conocen más la incapacidad de amor de él? Tal vez lo saben más carente de lo que yo acepto verlo.
Me iré. Durante tres días, veré sólo mar y arena. Dejaré de lado realidades insoslayables, no veré los ojos tristes de mis hijas, no veré el agujero en la ducha ni el placar destrozado, no veré la montaña de ropa ni los libros de Valentina, no veré el desorden del cuarto de Sol. Sólo arena y mar.

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LA DESVENTURA DE AMAR
General FictionTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...