DIA 34 ELLA

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El día de hoy transcurrió muy de prisa. Para arribar a las ocho y media de la noche al aeropuerto, a las seis de la tarde ya estábamos listas. Mi bolso había quedado casi en el mismo estado en el que se encontraba cuando llegué.

Fui prolija al sacar la ropa y sólo utilicé tres conjuntos y el traje de baño.

Me llamó Sol para saber a qué hora llegaba a casa. Me contó que él estaba junto a ellas y el novio de Sol, esperándome en el balcón. Me sentí feliz. El balcón todavía carece de vida, mis hijas no deben reconocerlo como propio. Mis balcones, patios o jardines tienen azaleas, rosas, quinoteros, pequeños pinos, plantas aromáticas, geranios, alegrías del hogar, mezcla de aromas y colores. Éste tiene dos maceteros vacíos, desde hace un año, cuando nos mudamos a esta casa. Creo que nunca lo vi feliz durante ese año, y eso agazapó mi alegría. De algún modo, tal vez querían salir de ahí. El clima era incómodo pero ameno. No puedo explicarlo de otro modo. Sol propuso ir a cenar todos juntos al restaurant de enfrente de casa. Era una buena idea. Quizás, él me había extrañado, quizás había comprendido que puede haber muchas mujeres, pero que aquella carta donde decía que yo era la gran Tamara, la preciosa, la inteligente la leona, la que siempre le decía qué hacer sin otro beneficio que para él mismo, hoy estaba más vigente que nunca.

Tal vez eso que sabe que es real, pero de lo que reniega por propia naturaleza de escorpión, hoy lo puede aprehender, hacerlo carne en su ser, tal vez dos días solo juntos a sus hijas le bastaron para saber que mi ausencia pesará con los años.

Volví en el taxi tan feliz con todas esas ideas absurdas en mi mente, revolucionada, sintiéndome esperanzada y viva por primera vez en muchos días.

Todos me habían extrañado, necesitado, todos habían valorado lo que se perdían sin mí.

Aunque sonaba extraño que algo tan profundo se pudiera comprender en sólo dos días... Podía haber sucedido. Era un gran milagro. Corrí por el pasillo del palier del edificio, abrí la puerta, les di besos a todos. Valen no quiso ir a cenar, pero estaba de buen humor. Simplemente le gusta estar en casa, siempre le dio mucho valor al hogar.

Tal vez nada era tan malo.

Llegamos contentos. Sol y su novio estaban tranquilos. Él estaba inquieto. Su semblante había cambiado al salir de casa. Hasta diría que, en ese balcón carente de vida, se sentía más a gusto que ese restaurante. Pensé que su inquietud se debía a su imposibilidad de aceptar un error. Durante toda nuestra vida juntos, que es casi lo mismo que decir durante toda nuestra vida, nunca escuché de su boca la palabra perdón. Si alguna vez, escasas veces, tuvo necesidad de pedir piedad o perdón, compró un anillo, o un viaje. Tal vez ésa era su inquietud, pensé. La necesidad de disculpas que habita en su cuerpo desde hace tantos años.

Estoy ahora tan mal que no puedo ni siquiera acordarme de qué había pedido para cenar, perdí registro de todo lo que sucedió antes de aquello. Mi día se vio quebrado por el sonido de un teléfono. El de él, que estaba sobre la mesa, en modo vibrador. Por lo tanto, los cuatro éramos participes de cada llamada y de cada vez que él colgaba, de modo frenético, como si por colgar una llamada pudiera evitar la próxima. Sin embargo, el teléfono no paró de sonar, sonaba y sonaba más veloz que sus torpes reflejos para intentar apagarlo. No quería atender, eso estaba claro, pero quienquiera que estuviera del otro lado estaba decidido a hacerse presente, eso también estaba claro, así fuera que, de tanto vibrar la mesa, terminaran cayendo todos los platos. Del otro lado, alguien se aferraba a su objetivo: "conmigo o sin nadie".

"Atendé −le dije−, la mujer que llama no va a parar, y parece que el teléfono va a explotar."

"No digas pavadas, loca de mierda", me dijo.

LA DESVENTURA DE AMARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora