55. Brújula

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POV Lily Luna Potter:

Abrí los ojos con pesar, me dolía el pecho y la cabeza me daba punzadas. Solté todo el aire retenido en mis pulmones, incorporándome despacio hasta quedar sentada.

- Bueno, la bella durmiente al fin ha despertado.

Intenté enfocar en dirección a la voz, observando una persona de pie a unos metros de mí y, dos más, sentadas en unas sillas. La cabeza me empezó a dar zumbidos, provocando que mi vista se nublara más de lo que ya estaba.

- ¿Dónde estoy? – mi voz era áspera y débil; tragué para suavizarla. - ¿Quiénes sois?

- No hace falta que preguntes tanto – una voz masculina se acercó a mí. – Eres demasiado preguntona, niña.

- ¿Qué? – cerré los ojos un par de veces pudiendo, por fin, ver al hombre delante de mí. - ¿Qué es lo que quiere de mí, señor?

Era un hombre alto y delgado, vestido con túnicas negras bastante dejadas, el cabello canoso lo tenía hacia atrás acentuando su nariz larga y puntiaguda.

- Señor – su fría y seca risa me erizó el vello de la nuca. – Me gusta que me llames así – me cogió fuerte del pelo. Apreté los dientes ahogando un grito. – Debes tener respeto a tus superiores, sangre sucia.

- No soy una sangre sucia – llevé ambas manos a mi cabeza, intentando deshacerme del agarre.

- Tu madre y su familia son unos traidores – gruñó. – Y tu padre es un sucio mestizo.

- Mis padres son héroes de guerra.

Soltó su agarré tirándome al suelo, sacó su varita apuntándome con una gran sonrisa.

- Antes no has notado nada, estabas inconsciente, pero ahora sí que lo vas a sentir – no aparté mi mirada de la suya, no me dejaría pisotear por alguien como él. – Crucio.

El grito que salió de mi interior fue el más fuerte que podían ofrecer mis pulmones. Sentía como si centenares de cuchillos candentes se clavaran en cada centímetro de mi piel, provocando que mi cabeza quisiera estallar del dolor.

- ¿Quieres retirar lo que has dicho, niña? – el dolor se fue de golpe, pero mi cuerpo seguía resentido. - ¡Habla!

- Mis padres son héroes – susurré.

- Estúpida – bufó. – Crucio.

El dolor más intenso y devastador que nunca había sentido regresó a mi cuerpo. Los ojos querían salirme de las órbitas, los huesos estallar y la cabeza solo tenía un pensamiento: morir.

- Ya basta, Travers, ya le ha quedado claro quién manda aquí – una voz demasiado conocida hizo parar la maldición.

Respiré con dificultad, sintiendo como bajaban las lágrimas por mis mejillas, notando mi cuerpo pesado y cansado.

- ¿Qué quieres? – le pregunté en un murmuro.

- Creo que eres lo suficientemente lista para saberlo – hizo un movimiento de cabeza.

- Podrías contármelo, tengo la mente un poco dispersa.

- Vamos por partes – se sentó en la silla que otro hombre le trajo. – Supongo que ya conoces a Kenneth O'Neill, sanador en San Mungo – intenté que ninguna emoción se reflejara en mi rostro. – Lily, de verdad, tus padres te enseñaron modales, no me hagas enfadar.

- Es un gusto volverlo a ver, señor – mi sonrisa era más falsa que un mago sin magia.

- Puedes llamarme sanador – me cogió por los hombros, poniéndome de pie, alejándose de nosotras después.

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