34. Mudanza

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Dominique y yo dormimos en mi habitación en la casa Potter, James y Lily durmieron juntos, ya que el primero quería disfrutar de las últimas horas con su hermana y, por último, Albus estaba en la suya y Louis en la de Lily.

Ginny nos despertó a todos cariñosamente y, después de una ducha rápida, bajé al comedor para comer las super tortitas hechas por Harry.

- Están deliciosas, papá – dijo Albus al acabar.

- Gracias, hijo.

- Si, papá, - dijo James – son las mejores del mundo.

- El primer día que tengas fiesta y puedas venir, te enseño a cocinarlas.

- ¿De verdad? – James estaba decaído e ilusionado por partes iguales, pero la sonrisa que le sacaron las palabras de Harry nos enterneció a todos.

- Por supuesto.

- Nosotros también queremos aprender – replicó Lily con una sonrisa.

- Las aprenderéis cuando os vayáis de casa– dijo Harry dejando el periódico a un lado. – Es un regalo que os doy al marcharos.

- Cierto – afirmé. – A mí también me enseñó.

- ¿Me lo dejas, papá? – Lily le pidió el periódico a Harry; esté afirmó.

- Así os acordáis de nosotros cuando las hacéis – una sonrisa tierna se adueñó de los labios de Ginny.

- ¿Son las que me enseñaste a hacer? – me preguntó Dom tocándome el brazo.

- Sí – le acaricié el cabello.

- Aún está aprendiendo – dijo Lily sin dejar de leer el periódico. - Salen regulares. 

- ¡Eh! – Dom le lanzó el paño de cocina divertida, ella lo atrapó sin siquiera mirar. – La próxima vez me saldrán buenísimos.

- No lo creo, se te da fatal la repostería – añadió Louis.

- Vale – dijo Harry intentando ocultar su sonrisa. – Seguro que los hace muy buenos.

- Gracias, tío. 

Quitamos la mesa entre todos menos Lily, quién estaba leyendo un artículo con el ceño bastante fruncido.

- ¿Qué lees, Lilu? – me acerqué a ella al acabar.

- Nada – cerró el periódico al acto.

- ¿Qué lees? – repetí intentando quitarle el periódico.

- Lily, nada de secretos – murmuró James. – Lee en voz alta. 

- Es una tontería, nada importante.

- Lee.

Lily me miró con los ojos suplicantes durante unos segundos. Con un movimiento de cabeza la animé a continuar. Sopló rodando los ojos y, sin pronunciar palabra, movió los labios diciéndome: "lo siento". Fruncí el ceño al no entender.

- Martah Skeeter para todos ustedes, señores – suspiró. – Podemos decir que Edward Lupin, uno de los aurores más buenorros del ministerio, ayer noche disfrutó como nunca con sus compañeros.

» Después de tomarse unas copas de más, pudimos hablar con el ahijado del salvador del mundo mágico para intentarle sonsacar algunas exclusivas. ¡Y así fue! Prepararos lectores; sentaros en la primera superficie plana que encontréis porque, lo que viene a continuación, es impactante

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