49. Nuestro futuro

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POV Edward (Ted) Remus Lupin:

La semana anterior había sido, sin lugar a duda, la mejor de mi vida. Por fin, después de mucho tiempo, Dominique Weasley era mi esposa: la actual señora Lupin.

- ¿En qué piensas, amor? – me acarició el pelo con ternura.

- En nuestra boda – la senté en mi regazo admirando las preciosas vistas que nos ofrecía nuestra suite. – Estabas guapísima. Tengo la mujer más guapa del mundo.

- Eres tonto – esa risa cantarina me enamoraba cada vez más. - ¿Qué quieres hacer hoy?

- No lo sé, cualquier cosa mientras estemos juntos – sonreí.

- ¿Cómo puedes ser tan noño? – rio con ganas.

- ¿No te gusta?

- Mucho – asintió. – Pero no eras así hace unos años.

- Hace unos años no estaba enamorado de ti – la besé.

- Doy gracias a la maldición por permitirme pasar mi vida a tu lado.

- Yo también – sonreí.

Miramos el paisaje en silencio, admirando las preciosas vistas que nos ofrecía el bungalow en medio del mar de las Maldivas. 

- ¿Hablarías con mi madre y Victoire? – ese tema siempre me ponía serio.

- No – dije sincero. – Ellas se fueron de tu vida y se comportaron muy mal la última vez que nos juntamos, no merecen tu tiempo.

- Son mi familia.

- Lo sé perfectamente – le subí el mentón con cariño. – Me has preguntado a mí, cariño, te he respondido con la verdad.

- Gracias por hacerlo – me besó.

- Voy a apoyarte en la decisión que tomes – le recordé.

- Lo sé – sonrió.

El día siguiente de nuestra boda, después de despedirnos de todos los amigos y familiares, nos fuimos directos al destino de nuestra luna de miel.

Fue difícil decidir un lugar y las fechas; el hecho de tener que conectar con Lily todos los días nos preocupó bastante a ambos. Finalmente, pero, después de hablarlo con mi padrino, acordamos que ellos se irían de viaje a un sitio cercano a nosotros y que, por lo tanto, podríamos disfrutar de nuestra luna de miel mientras conectábamos con Lily cada día.

Al principio, ella se sentía bastante mal. Se disculpaba siempre que podía cuando nos encontrábamos, pero le hice ver que esos quince minutos (sí, nos dimos cuenta de que con tan solo quince minutos teníamos más que suficiente) eran muy necesarios para mí. Lo realizábamos todas las mañanas, antes de que Dominique despertara; le encantaba dormir.

- Hoy vamos a cenar a ese restaurante debajo del agua, ¿verdad? – le pregunté a mi esposa.

- Sí – asintió. – Podríamos ver la puesta de sol después, en la piscina.

- Me parece perfecto – le acaricié el trasero con delicadeza. - ¿Quieres meterte ahora también?

- Sí – sonrió mientras se levantaba y cogía la varita. – Me gusta la privacidad que tenemos en este bungalow, pero nunca está de más algún que otro hechizo silenciador, ¿no?

- Cierto – sonreí entrando lentamente. – Nos dijeron que encontraríamos mal tiempo, pero hemos tenido mucha suerte, ¿no crees?

- Sí – asintió. – Espero que siga así estos dos días que nos quedan – me abrazó por la espalda.

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