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Los pelirrojos disfrutan gustosamente de los besos y de las delicadas y sutiles caricias que reparten por sus cuerpos. Sin embargo, esa tranquilidad se disipa en cuestión de segundos cuando oyen cómo la puerta de entrada de la joven se abre repentinamente.
—¡Cielo, ya llegué! —ambos se separan de golpe y se quedan de piedra, como si se trataran de dos personas desconocidas compartiendo el sillón—. ¿Cómo...?
Augustus se asoma en la estancia. Brick traga saliva, comenzando a sudar descontroladamente. Blossom, por su parte, inhala profundamente, se levanta y se dirige hacia su padre.
—H-hola, papá...
Hay un corto silencio en el que ninguno de los tres habla, por lo que Augustus aprovecha para examinar al pelirrojo de pies a cabeza con una expresión severa.
—Buenas tardes... —finalmente, el menor se decide en tomar la palabra, tratando de ser lo más cortés posible.
—Creí que estabas enferma —habla, ignorando por completo al joven—. Esta mañana dijiste que no podías ni hablar.
Blossom abre los ojos como platos. Al parecer, había olvidado por completo el detalle de aquella mentira piadosa.
—B-bueno, es que... —se rasca la nuca, con nerviosismo— no quería ir al instituto hoy, y...
—Fue mi culpa, señor. Y-yo le dije que lo hiciera...
—¡¿Estás imbécil o qué?! —le susurra la muchacha.
—¡Ya dejen de mentirme! Sé que ambos lo están haciendo —gruñe—. Tan sólo díganme qué sucede aquí.
Los menores se lanzan una mirada de complicidad, como si sus mentes se sincronizaran, pensando exactamente en lo mismo. Brick asiente, dándole a entender que se siente preparado.
—Papá... —toma la mano del ojirrojo y entrelaza sus dedos, levantando el agarre en el aire— Brick y yo estamos saliendo.
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