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Aquel día era su cumpleaños, cumplía siete y su único deseo era ver a su hermano entrar por aquella puerta.

Lo había esperado todas las noches desde que se había ido, allí, frente a la puerta. Lo esperaba hasta altas horas de la noche, quedándose dormida sobre el pequeño escalón de la entrada. Ya no utilizaba su habitación, la había dejado tal y como Ryu la había arreglado el día que se fue.

La habitación del contrario permanecía bajo llaves, excepto cuando la niña se metía para poder sentir el aroma de su hermano, lo cual la hacía sentirlo junto a ella.

Ayumu no tenía la fuerza suficiente como para llevarla hasta su habitación todas las noches, así que se limitaba a taparla con una manta para que no pasara frío mientras esperaba el regreso de su hermano mayor.

Ayumu sabía que no volvería, él mismo se lo había dicho, y ella lo aceptaba.

Ryu se había hecho el hombre de la familia en muy poco tiempo, había tenido que cuidar y criar a su hermana menor como si fuera su hija mientras ella estaba trabajando o haciendo los quehaceres.

Se encargó de enseñarle todo lo que sabía sobre el clan y sobre Konoha. Le enseñó a ser discreta y a manejar el chakra.

Pero era obvio que cuando él se fuera, ella estaría así. 

Era una niña demasiado apegada a él. Muerto o no, separarlos dolería como un infierno, al menos para ella. Pero si lo pensaba, ya era momento de que su nieta abandonara su niñez y comenzara a comportarse como una genin.

De ahora en adelante iría progresando como shinobi por lo que debía empezar a comportarse como tal.

Ayumu caminó hasta la entrada de la casa y posó su mano sobre el hombro de su nieta.

—Él no vendrá. ¿Por qué no vas a comer unos dangos con Obito?— Ofreció mientras le entregaba un poco de dinero, no era mucho pero era de lo poco que les quedaba.

Nyoko la observó y luego observó el dinero en su mano. 

Obito se encontraba en una misión en aquel momento, estaba claro que no podría ir junto a él a hacerlo, pero tampoco quería entristecer a su abuela por lo que optó en asentir e ir a caminar por la aldea.

Se colocó sus sandalias y un abrigo fino pues era primavera. 

Observó las flores de cerezo, se veía realmente bellos, siempre le había gustado que su cumpleaños fuera en una época tan bella del año. Era fácil recordar cuando era su cumpleaños ya que era la época en donde las flores de cerezo florecían.

Intentó posar un sonrisa en su rostro, pero los recuerdos de sus cumpleaños pasados junto a su hermano lograron que toda intención se borrara.

—¡Oi!

Escuchó como una voz conocida exclamó, levantó la mirada del suelo y comenzó a buscar a la persona que había gritado dándose cuenta por primera vez de las miradas de las demás personas su alrededor.

¿Por qué todos la observaban de tan mala manera? ¿Acaso siempre había sido así?

Ella nunca se había dado cuenta de que la gente la observaba así, su mente le decía que probablemente era debido a que su hermano había abandonado la aldea, volviéndose un desertor para ellos.

Pero no era su culpa, ella no era su hermano como para que se desquitaran también con ella. Ella también estaba sufriendo con lo que sucedía pero a los pueblerinos no les importaba.

Sumergida en sus pensamientos, olvidó totalmente la voz que había oído gritar hace unos momentos, sin embargo, el dueño de la voz se encargó de sacarla de sus pensamientos. Nyoko levantó la mirada observando al chico de grandes cejas tomándola de la mano.

ᴄʜᴀʀᴍᴏʟʏᴘɪ; ᴋ.ʜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora