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Los años pasaron rápidamente, Nyoko había estado trabajando para raíz en aquellos seis años que transcurrieron, cumpliendo misiones que jamás se imaginaría que podría cumplir, sin embargo, allí esta.

Al principio se encontraba acompañada junto a Kinoe, un niño que la superaba por cuatro años pero eso fue durante el primer tiempo en el que estuvo.

Habían congeniado rápidamente, aunque a Danzo no le convencía el hecho de que rieran o sonrieran si quiera, pero poco les importó. Su amistad fue un hecho por más de que el mayor no estuviera de acuerdo con ello.

Hasta que un día no vio nunca más a Kinoe, no había sabido de él hasta que durante una misión lo vio con la vestimenta de anbu y una mascara, reconocería aquella voz, aquel cabello y todo de él donde fuera que lo viera.

Finalmente se quedó años con personas amargas que no sonreían pero eso no hizo que se sintiera incluida y parte de algo, justo como era de esperarse, ¿quien se sentiría incluido en un ambiente como aquel?

Era horrible decir una broma y que nadie se riera, de darle un dulce sonrisa a tu compañero porque habían cumplido la misión con éxito y que este, no solo no se la devolviera, sino que la ignorara.

Sabía que ese no era su lugar, allí no debía quedarse, no era bienvenida y tampoco quería serlo. Si bien matar ya no le parecía algo terrible, en su interior todavía prefería no hacerlo, justo como cuando le decía a Hiro que prefería no pelear para poder volver todos en una pieza a su hogar pero aquello fue lo que la llevó a la desgracia.

Gracias a Danzo, aquello ya no sucedería, ya había madurado lo suficiente como para que esas situaciones no se repitieran por nada en el mundo.

Y luego de mucho tiempo, vería por fin al Hokage ya que este la había mandado a llamar. Ahora una Nyoko de quince años caminaba por las calles de la aldea, esa por la que no había caminado durante seis años.

Todo se veía distinto, tal vez por el hecho de que todo estaba iluminado y ella había estado viviendo en un lugar oscuro, o quizás los años le había hecho efecto a Konoha.

Poseía una sonrisa en su rostro, jamás había dejado de sonreír y jamás lo haría, Raíz no pudo con ella y nadie más podría. Le debía mucho a Danzo, la había acompañado en su crecimiento y le había enseñado muchas cosas, tanto a nivel moral como de habilidades. Le había enseñado técnicas y jutsus que ni siquiera tenía idea de que existían.

Estaba segura de que algunos de ellos ni siquiera su hermano los conocía. Pero tampoco era como si ella supiera mucho de él y con el tiempo comenzó a distorsionarse su recuerdo hasta el punto de casi olvidar cosas importantes como cual sería su edad o como era su voz o sus abrazos.

Acomodó un mechón detrás de su oreja, su flequillo comenzaba a ser un mechón más de pelo, quizás era momento de que lo recortara un poco así no le molestaría a la hora de pelear, ojala no tuviera que pelear nuevamente.

Nunca fue una persona que se caracterizara por su apetito por la pelea, al contrario, le gustaba evitarla a a toda cosa.

Pero estando en Raíz cedió a su ideal de buscar la paz y simplemente hizo lo que se le encargaba hacer. Al principio dudaba al momento de tener que asesinar a alguien, era una pequeña asustada a punto de asesinar a una persona pero con ayuda de Danzo se volvió toda una mujer que asesinaba de ser necesario.

A veces sería necesario estar preparado para asesinar, eso se lo había enseñado el hombre aterrador.

Al principio llevaba la cuenta de cuantas personas había matado, con el objetivo de no superar su cantidad de dedos pero cuando pasó de las veinte personas dejó de contar y de prestar atención a esas pequeñas cosas.

ᴄʜᴀʀᴍᴏʟʏᴘɪ; ᴋ.ʜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora