La luz del atardecer entraba por la ventana inundando la habitación con un tono anaranjado y alargando las sombras. Había escuchado que la llamaban
"la hora dorada". Era su momento favorito del día y se encontraba disfrutando de un buen libro en lo que ella denominaba su "rincón de lectura", que consistía en una especie de sillón empotrado en la pared, ubicado debajo de la ventana y coronado por unas bellas cortinas blancas tejidas por su madre, muy cerca de la biblioteca en donde se encontraba su colección de libros. La joven había estado la última media hora inmersa en las páginas de su pintor favorito. Le fascinaba el universo macabro e inocente que envolvía a sus creaciones; carne, sangre y tonos pastel rodeaban a niñas con expresión de muñecas. Rachel depositó junto a su cama, los auriculares que llevaba puestos y el libro. Le gustaba escuchar música al mismo tiempo que trataba de descifrar los símbolos ocultos en las obras del autor. En ese momento, Gemma ingresó a la habitación. La perra parecía no cansarse nunca de entrar y salir rascando la puerta para que le abran, por lo que Rachel, su sirvienta humana, comenzó a dejarla entreabierta. Se recostó con ella en el suelo de madera tomando su móvil mientras la acariciaba. Al parecer, Maddie se había cansado de enviarle mensajes disculpándose y de no recibir respuesta, pero Rachel aún seguía algo enojada. Volvió a leer los antiguos mensajes que le había enviado tratando de restarle importancia al asunto de Sarah de manera poco disimulada. Maddie le hablaba de su futura cita con ese tal Ryan y de que le encantaría que lo conociera. Suspiró y se recostó en el suelo, Gemma le lamió el rostro y se apoyó sobre su hombro. Desde allí, la luna que estaba pintada sobre la pared parecía deformarse. Siempre había sentido cierta atracción por aquel astro. En su cabeza, Rachel poseía una lista de cosas que le resultaban mágicas, y la Luna era una de ellas. Sobre su mesita de luz había una lámpara que simulaba ser la Luna, y dentro de su armario había guardado unos prismáticos que su padre le había regalado para ver eclipses. Pero lo que más le gustaba era un collar en forma de Luna llena que era lo único que había heredado de su abuela paterna, a quien nunca pudo conocer. Los padres de Shin Anderson eran de origen japonés, su padre había fallecido siendo muy joven y desde entonces no había tenido una buena relación con su madre, que lo había enviado a un colegio pupilo en América. En la universidad conoció a Abbie y se casaron rápidamente. Shin adoptó el apellido "Anderson" solo para poder desaparecer del radar de su propia madre, lo que a Rachel siempre le había parecido demasiado extraño. Aquella era una historia de la que sus padres no hablaban demasiado, por lo que nunca pudo saber qué era lo que realmente había sucedido. Debía ser algo grande, ya que Shin no quería tener nada que ver con ella, tanto así, que decidió dejar a un lado cualquier indicio de sus raíces japonesas. Las tradiciones parecían haberse ido con sus abuelos, así como también los rasgos en las facciones de su hermano y suyos, que permanecían ocultos a simple vista. La Sra. Anderson gritó algo inaudible desde el piso de abajo, eso significaba que la cena estaba lista.
—¿Qué hay para comer? —preguntó abriendo la alacena de los platos.
—Carne y ensalada —dijo sacando la bandeja del horno.
Rachel tomó cuatro platos y aguardó la indicación de su madre.
—Papá no llegará hasta tarde, así que solo seremos nosotros tres —informó Abbie.
Eso significaba que comerían en la cocina, ya que cuando su padre los acompañaba solían utilizar el comedor. Hacía varios días que eso no ocurría.
—Usualmente viene tarde... Quizá tenga una familia secreta —bromeó Rachel.
Su madre sonrió.
—Ve a buscar a tu hermano, ¿quieres? —pidió mientras secaba algunos cubiertos.
—¿A cuál de todos? —preguntó Rachel haciendo una mueca.
Luego se dirigió pesadamente al segundo piso, hacia la habitación de Sam.
—¿Puedo pasar? —preguntó mientras golpeaba la puerta que estaba abierta —. ¿Qué haces, Sam?
Entró a la habitación, pero su hermano no se encontraba allí. Se acercó sigilosamente hacia la tienda de campaña que su madre le había construido precariamente con dos sábanas y un par de sillas. Destapó rápidamente la tela que caía sobre la entrada y gritó:
—¡Buuu!
Samuel, que se encontraba dibujando dentro de la tienda, pegó un abrupto brinco que hizo que el crayón que estaba utilizando terminara bajo de la cama.
Dos segundos después comenzó a gritar y a taparse los oídos.
—¡Dios! ¡Lo siento, Sam! Shhh, tranquilo... Soy una idiota —decía tratando de calmarlo.
El niño comenzó a empujarla y a lloriquear.
—Está bien, cálmate —trataba de decir en tono conciliador.
—¡¿Qué ha pasado?! —exclamó su madre entrando agitada.
—Lo siento, no pensé... —comenzó Rachel—. Lo asusté... Pero era solo una broma, ni siquiera grité tan fuerte.
—¡Rachel! ¿Acaso tienes seis años?
Samuel había cambiado de dirección y ahora empujaba a Abbie.
—Ve abajo a comer, se enfriará la comida —le indicó molesta.
—Lo lamento, Sam —musitó mientras salía por la puerta.
Rachel se sentó sola en la cocina, la cual ahora le parecía demasiado grande y solitaria. Mientras, jugueteaba con el crayón rojo que había recogido antes de salir de la habitación de Sam. Cuando finalmente su madre bajó, ya había acabado su cena, pero como todavía se sentía culpable, se quedó para hacerle compañía.
—Al fin pude calmarlo —comunicó suspirando mientras se sentaba en la silla.
Más allá de los pequeños surcos que aparecían alrededor de sus ojos cansados, pudo ver en su mirada a una persona triste. Ella era la que siempre se ocupaba de Sam y eso debía hacerla sentir sola. En su familia no eran habituales las demostraciones de afecto, a no ser que vengan por parte de Abbie. Ella era la única que a veces la abrazaba y le decía que la quería, a lo que su hija solía sonreír sin responderle. Su madre, a veces, bromeaba diciendo que la poca demostración de afecto la había heredado de su padre. En ese instante Rachel quiso decirle que la quería, pero no lo hizo.
—¿Mañana es la clase de pintura de Sam, verdad? —preguntó mientras lavaba su plato.
Hablar de Sam le resultaba un tema de conversación fácil, ya que la dinámica del hogar giraba a su alrededor.
—¿Mañana ya es jueves? —preguntó consternada su madre—. Debía encargarme de algunos asuntos en la CNA y...
CNA eran las siglas de "Colonia para Niños con Autismo", una asociación de padres que tenían hijos con casos similares al de Sam. Estaban planeando el primer fin de semana para padres e hijos, en donde los llevarían a hacer actividades al aire libre. La Sra. Anderson era una de las organizadoras.
—Yo iré a buscarlo, no te preocupes —dijo Rachel.
—¿De verdad? —preguntó su madre aliviada, luego se acercó y la besó en la cabeza—. Por eso te quiero. Si se pone muy difícil, llámame.
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El Lobo está viniendo
Mystery / ThrillerSaga "El Lobo" Libro 1 "El Lobo está viniendo" La fina línea que separa la realidad de la fantasía se vuelve borrosa cuando Rachel, una chica de diecisiete años, comienza a convencerse cada vez más de que su hermano pequeño morirá antes de su próxim...