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Cuando Rachel salió del hospital los reporteros la estaban esperando. Sus padres habían sido extremadamente cuidadosos para que no tuviese que lidiar con la prensa mientras se estaba recuperando, pero fuera del hospital, no había demasiado que ellos pudiesen hacer.
Más de una vez, su padre había dado un pequeño reporte ante las cámaras de cómo iba avanzando su salud para apaciguarlos, pero Rachel no estaba preparada para ser recibida de aquella manera en el instante en que puso un pie fuera.
Un tumulto de personas los encerró mientras intentaban caminar. Los siguieron hasta el vehículo de su padre mientras le gritaban cosas y la apuntaban con sus cámaras.
—¡Rachel! ¿Cómo se siente volver a casa?
—¡¿Estás preparada para el juicio?!
— ¡¿Sabes dónde se encuentra Daniel?!
— ¡Srta. Anderson! ¡¿Eddie formaba parte de una secta?!
—¡¿Qué se siente volver de la muerte?!
Su madre la metió rápidamente en el auto, y antes de irse, les pidió a los periodistas que respetasen el tiempo de recuperación mental y física de su hija, a lo que ellos la volvieron a inundar de preguntas.
Cuando llegaron a casa, Rachel inmediatamente percibió que las cosas habían cambiado.
Lo primero que vino a su mente fue "Gemma". Por un segundo esperó a que aparezca moviendo la cola para recibirla como lo hacía siempre, pero aquella quietud la atravesó como si fuese una flecha.
Sam tampoco se encontraba allí, así que todo parecía oscuro y demasiado silencioso. Había extrañado tanto volver a su hogar, pero no se sentía como lo recordaba, ahora simplemente parecía una vaga versión de lo que solía ser, una copia vacía.
Su madre le ofreció cocinar hot cakes, pero ella prefirió estar sola.
En su habitación continuó aquel sentimiento de extrañeza y desconexión, sumado a que todos los recuerdos que albergaba allí de Maddie se habían convertido en agujas que se insertaban en lo profundo de su ser. Cada pequeño sector de su habitación estaba empapado con su presencia.
Aquello se sentía irreal.
Ni siquiera había podido asistir a su entierro, era como si de la noche a la mañana ella tan solo hubiese desaparecido.
Rachel sentó sobre la cama y se quedó allí.
Encontró su móvil sobre la mesita de luz, lo tomó y comenzó a releer los mensajes que se habían enviado.
Aunque su última conversación había sido sobre Eddie, Maddie le había enviado algunos mensajes que ella nunca había llegado a ver. No había nada especial en ellos, ninguna reflexión sobre la vida ni un adiós implícito. Aquello le parecía tan normal y mundano que la descolocaba, nada indicaba que aquellas palabras serían las últimas que diría.
Aquello era absurdo.
Se suponía que uno debía de morir con dignidad, rodeado de personas queridas que lo ayudasen a encontrar paz. Pero su muerte había sido demasiado brutal. Ella se había visto sola frente a la agonía de la muerte, sufriendo de dolor... y probablemente ni siquiera hubiese entendido el porqué.
Ahora tenía la certeza de que aquellas no podían haber sido sus últimas palabras.
Maddie probablemente había gritado pidiendo auxilio, quizá hubiese rogado por su vida, o tal vez hubiera llamado a sus padres con su último aliento.
Se preguntó cuándo habría perdido la esperanza de que ella apareciese en su ayuda.
Se preguntó si sabría que iba a morir.
Consideró justo el hecho de que parte de ella misma hubiese muerto con su amiga.
Miró la quietud que había a su alrededor.
Era imposible defenderse de su ausencia.

...

Alguien le había sugerido intentar despedirse a su manera, o tal vez lo había visto en algún lugar, no lograba recordarlo. Su madre insistió en acompañarla, pero al llegar al Mirador, se alejó para darle su espacio.
Pensaba en aquel lugar como una especie de santuario que les había pertenecido solo a ellas, pero ahora se veía abarrotado de flores, peluches y toda clase de cosas.
Una fotografía de Maddie apoyada al pie del árbol la miraba con aquella despreocupada sonrisa suya.
Aquello la enfureció.
Habían profanado su lugar secreto, le habían quitado la oportunidad de despedirse en el único lugar que creía que podía llegar a hacerlo.
Las lágrimas comenzaron a aflorar de sus ojos por la rabia.
Comenzó a patear y a romper todo lo que allí se encontraba.
Su madre apareció enseguida, completamente desconcertada.
—¡No es justo! —gritaba con ira—. ¡Era nuestro lugar! ¡Nuestro!
—¡Rachel! ¡Cálmate! —su madre la miraba asustada, nunca la había visto así.
Pero ella continuó destrozando el lugar hasta que solo quedó la fotografía de Maddie.
Luego comenzó a alejarse a paso rápido.
—¡¿A dónde vas?! —gritó Abbie persiguiéndola.
—A buscar a Gemma.
Caminaron por más de una hora, en aquel bosque que se extendía ante ellas en toda su inmensidad.
Metió la mano dentro de la mochila y sacó un puñado de retazos de tela, luego comenzó a tirarlos como si fueran los guijarros de Hansel y Gretel. Pensaba que tal vez Gemma sentiría su esencia y la seguiría a casa.
Su madre la acompañó todo el trayecto sin quejarse, mientras buscaba entre la maleza y gritaba el nombre de la perra.
—Se está haciendo tarde —le dijo al cabo de un rato—. Volveremos mañana.
Ambas regresaron a casa en silencio.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora