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El móvil de Bonnie sonó por quinta vez, Maggie parecía no rendirse.
—¿Hola?
—¡Bonnibel White! —se oyó gritar del otro lado—. ¡¿En dónde estás?! ¡¿Por qué no has regresado todavía a casa?!
Tuvo que alejar el teléfono para no quedarse sorda.
—Estoy en casa —indicó.
Maggie tomó aire.
—Tú sabes que ya no vives allí... —dijo intentando contenerse y sonar comprensiva—. Y además ese lugar es inseguro, podría derrumbarse.
—No creo que lo haga —contestó la niña, aunque sabía que aquello la molestaría.
Maggie comenzaba a perder la paciencia.
—¿Por qué continúas escapándote? Vas a lograr que muera de un infarto ¿Acaso eso es lo que quieres?
Por supuesto que no quería asustarla, pero ella simplemente no lograba entender que aquel no era su hogar, sino este. Entre las paredes donde solía vivir su madre y los pasillos por los que había pasado cientos de veces, los mismos que ahora Bonnie recorría. Aquel lugar estaba impregnado de su espíritu, y ahora que todo parecía estar cambiando, necesitaba un lugar en donde sentirse segura.
—Saldré a recogerte enseguida —se apresuró a decir Maggie—. ¡No te atrevas a moverte de allí!
Luego la comunicación se cortó. Suspiró. Se encontraba sentada sobre el suelo de su antigua habitación.
—Supongo que eso es todo por hoy —murmuró mientras lanzaba la pelota que tenía en su mano.
El pequeño perro se alejó brincando y volvió a traerla. Bonnie lo levantó en brazos y salió de la casa en dirección hacia el bosque. Maggie probablemente llegaría antes que ella y volvería a regañarla, pero aquello ya no le importaba demasiado. Acarició el largo cabello de la pequeña Lulú mientras caminaba. Era una buena chica pero, aun así, Maggie le había prohibido rotundamente traer cualquier tipo de animal a la casa, esa era la razón por la que la visitaba a escondidas. Había decidido quedarse con la perrita, sentía que Lulú la necesitaba tanto como ella.
—Eres la única que me entiende... mi única amiga —le dijo al animal mientras caminaba—. Te cuidaré siempre, lo prometo.
No se sentía sola en su compañía, y aquel sentimiento de angustia de no pertenecer a ningún sitio parecía olvidársele por un momento. Siempre intentaba ser fuerte e independiente como le habían enseñado, pero aquel miedo latente a volverse una marginada, tal como lo era su abuela, había comenzado a crecer en su interior. Los niños del instituto no la comprendían, ellos eran demasiado infantiles y malcriados. Bonnie, en cambio, había tenido que asumir roles propios de un adulto demasiado pronto, ya que desde que tenía memoria, había tenido que ayudar a su abuela con casi todas las tareas. Por eso le gustaba salir con Ava y las demás, se llevaba mejor con las personas mayores. Pero ellas ya no tenían permitido juntarse en el Pink Palace, y luego del accidente de Rachel, parecía que se habían olvidado de su existencia. Ya no la invitaban a ningún sitio y evitaban hablar de ciertos temas cuando se encontraba presente, aquello siempre la hacía sentirse excluida. Parecía que de pronto todos la habían abandonado de alguna manera. En especial su abuela.
Ya no le hablaba de cómo debía de cuidar las plantas, ni tampoco le contaba aquellas historias acerca de su madre que tanto le gustaban escuchar. Si hubiese sido la misma Agatha que solía ser, hubiese recordado que para aquella época del año solían hacer muñecas con hojas de maíz, que luego colgaban dentro de la casa para atraer la buena suerte. Bonnie había llevado una en su mochila aquella tarde, pero por supuesto, su abuela había olvidado hacer la suya. La resentía por haberse enfermado, y aunque sabía que no debía hacerlo, no podía evitarlo. Pero aquello era un secreto, un secreto como lo era Lulú. Así que se alegró de no haberle contado a nadie sobre aquellos regalos que un día comenzó a recibir. Al principio habían sido cosas simples y sin importancia, como una pelota de goma o un hueso de plástico, no entendía por qué alguien los dejaba en la entrada de su casa. Pero una tarde, cuando Maggie pensaba que estaba en la clase de la Srta. Williams, pero en realidad se encontraba en su vieja habitación, comenzó a escuchar ladridos que provenían del jardín delantero. Y al abrir la puerta, se encontró a una pequeña perrita dentro de una caja. Bonnie se enamoró inmediatamente de ella, y ni bien la tuvo en brazos, supo que nombre le pondría. "Lulú". En honor a su querido amigo invisible, aquel que la llenaba de regalos, y a quien ella solía llamar... "L".

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora