5

215 51 11
                                    

Mientras desataba a Gemma, Lonnie se reunió con ella. Como también debía irse temprano, decidieron ir caminando juntas por el bosque.
—Hola, muchacha —saludó mientras jugaba con la perra—. Tiene tus mismos ojos. ¿Cuántas probabilidades hay de eso?
—No tengo idea, pero no creo que muchas —analizó Rachel.
Lonnie se puso de pie y comenzó a hablar con cierto aire de misterio.
—Hay una leyenda que dice que los perros que tienen un ojo azul y el otro marrón, pueden protegerte tanto desde el cielo como desde la Tierra.
Rachel nunca la había escuchado, pero le pareció algo bonito en qué creer. Se adentraron en el bosque caminando, pasando algunos troncos caídos que no había visto antes.
—¿Hacia qué dirección vas? —preguntó la muchacha rubia con las manos en los bolsillos.
—Umm... —meditó no muy segura.
—¿No vivías cerca de aquí? —inquirió riendo Lonnie.
—Sí, pero mi sentido de orientación no es el mejor —respondió Rachel.
No le diría que Gemma era quien realmente había encontrado el Pink Palace, ni que ella era una de aquellas chicas que cuando salen de una tienda no recuerdan para qué lado deben ir.
—Te llevaré primero a tu casa, entonces.
No opuso demasiada resistencia. Luego de darle algunas indicaciones se pusieron en marcha. Esa tarde, el bosque se encontraba radiante.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo repentinamente Lonnie.
Caminar junto a ella la ponía algo nerviosa, aunque no sabía por qué.
—Claro.
—¿Eres en parte asiática? No quiero ser grosera, es que tu rostro tiene algo... inusual —estableció la muchacha observando los detalles de su cara.
Esa era la segunda vez que se lo decían, recordó que Eddie le había dicho algo similar, tal vez los rasgos ocultos heredados de su abuela habían decidido aparecer. Luego de unos segundos de acoso visual, Lonnie dijo:
—¿Quizá... japonesa?
—¿Cómo lo supiste? —preguntó algo impresionada.
—Yo lo sé todo —bromeó guiñándole el ojo—. Cuando Ava se entere se volverá loca. Es probable que me cambie y tú pases a ser su mejor amiga.
En ese momento Rachel se percató de que Gemma estaba olfateando algo.
—¿Qué tienes ahí? —dijo frunciendo el ceño.
Ambas se acercaron a ver lo que era. Un pequeño huevo de color blanco se encontraba entre la grava.
—¿Qué carajo...? —comenzó a decir Lonnie.
El huevo estaba rodeado por una cinta verde que formaba un moño.
—Esto definitivamente es extraño —estableció Rachel sin entender nada—. ¿Quién dejaría un huevo con moño en medio del bosque?
—¿Quizá el conejo de pascua? —bromeó Lonnie.
Gemma no dejaba de olerlo, por lo que Rachel la apartó suavemente. Luego, dirigió su mirada hacia el gran árbol que se encontraba delante de ellas.
—¿Eso es un nido? —preguntó señalando una forma que no llegaba a distinguir y que estaba a unos diez metros de altura.
Tomó al huevo tiernamente entre sus manos y le quitó el estúpido moño. No estaba frío y pudo notar peso en su interior, definitivamente había un ave pequeña dentro. Tenerlo entre sus manos le produjo una emoción infantil y la sensación de madre protectora a la vez.
—Debemos llevarlo allí arriba.
—No... no creo que debamos —acentuó Lonnie lentamente.
—Subiré y lo dejaré en su nido.
La joven alta la miró algo divertida.
—¿Cómo sabes que es su nido? ¿Crees que su madre lo vistió para una fiesta y que luego él bajó en ascensor?
—Eso es tonto —indicó volteando los ojos.
—Pues ya entiendes mi punto.
Gemma, que estaba sentada sobre sus patas traseras, alternaba su mirada entre ambas mientras discutían.
—No me tomará mucho —aseguró Rachel dando un paso hacia delante.
—¡Espera! —gritó Lonnie mientras se interponía en su camino. Y agregó—: No creo que ese sea su nido. Probablemente, sea un simple huevo salido de un envase.
—Pero puedo sentirlo en su interior —contradijo ella.
—¡Entonces quizá sea un huevo duro!
Se dio cuenta después de ver la cara de Rachel que no iba a llegar a ningún lado.
—Bueno... yo iré —dijo rindiéndose.
—Tú ni siquiera quieres hacerlo, yo lo haré.
—De ninguna manera, ¡soy más alta! —le retrucó Lonnie extendiendo la mano para que le pase el huevo.
—Soy buena trepadora, nunca me he caído —afirmó Rachel—. No tardaré nada.
—Lo lamento Tarzán, pero si te caes y te rompes una pierna, ¿qué le diré a tu madre? No sería una buena primera impresión, ¿no crees? —la persuadió Lonnie.
—Esta conversación es ridícula —suspiró Rachel y comenzó a trepar el árbol.
—Está bien, pero ponte esto, puedes llevarlo en el bolsillo y así utilizar ambas manos —agregó sacándose la chaqueta y entregándosela.
En ese momento Rachel se percató de los moretones oscuros que llevaba en sus brazos, pero disimuló. Se puso la chaqueta que le quedaba algo grande y guardó el huevo en el bolsillo derecho.
—Gracias —dijo, y mirando hacia el enorme árbol susurró en voz baja—: Esperemos que mami no se encuentre cerca.
Sabía que las aves eran muy protectoras, y si descubrían que alguien estaba acercándose a sus nidos, eran capaces de perseguir al invasor a picotazos. Comenzó a trepar lentamente y con cuidado, para no lastimar al huevo, primero una rama y luego otra. Gemma ladraba nerviosa mientras Lonnie la sostenía. Rachel se encontraba a unos cuatro metros de altura, cuando se detuvo para evaluar qué rama podría sostener su peso.
—¡¿Todo bien allá arriba?!
—¡Todo bien! —contestó mirando hacia abajo.
Subió por una ancha y larga rama, se reincorporó y luego pasó a una más angosta. Pero cuando puso todo su peso en ella, la rama se partió con un crujido seco y Rachel quedó colgando de una mano mientras sus pies se mecían sobre la nada.
—¡Rachel!
Logró asirse a una rama más resistente y se impulsó hacia arriba.
—¡Esa rama estaba seca! ¡Lo siento!
Estaba a unos ocho metros sobre el suelo, los extremos del árbol se volvían más finos y probablemente no la aguantarían.
—¡No creo que puedas subir mucho más! ¡Vuelve!
El esfuerzo la había dejado cansada y sudorosa, pero ella realmente quería intentarlo, estaba tan cerca... Solo había una manera de impulsarse esos últimos metros hacia arriba y era por la parte donde nacían las ramas del árbol. Tendría que abrazarlo y subir. Se sacudió las manos que estaban llenas de tierra y un poco lastimadas, luego se posicionó y se impulsó con un pie. Ahora ya se encontraba a la altura del nido, podía verlo, dos pequeños huevos se encontraban recostados uno contra otro. Rachel buscó un punto de equilibrio para no caerse y sacó el huevo del bolsillo, que por suerte estaba intacto. "Ve con tus hermanos", pensó mientras se estiraba y lo colocaba con los otros. Cuando retiraba la mano escuchó un graznido agudo.
—¿¡Has oído eso!? —exclamó Lonnie—. ¡Creo que es la madre!
Gemma comenzó a ladrar sin cesar y a tironear salvajemente. Rachel trataba de descender lo más rápido posible. Había bajado dos metros cuando el ave la atacó, se tiró sobre su cabeza con las garras abiertas rasguñándole una oreja.
—¡Ah! —gritó tratando de no perder el equilibrio.
Se agarró fuerte con las piernas mientras trataba de espantar al ave con las manos. Lonnie comenzó a recoger piedritas del piso y a lanzarlas hacia el árbol para asustar al pájaro, mientras Gemma se alzaba sobre el tronco profiriendo unos graves ladridos. El ave se fue y Rachel pudo bajar unos metros más, estaba casi en el piso cuando ella volvió al ataque y le arañó nuevamente la cara, cerca del ojo. Esta vez casi se cae.
—¡Hey! ¡Vete de aquí! —gritaba Lonnie mientras continuaba lanzando piedras.
El pájaro volvió a perderse en el cielo y la muchacha consiguió acercarse a unos tres metros de la tierra. Escuchó a su derecha un agudo chillido y saltó antes de que el ave pudiera atacarla por tercera vez. Cayó de costado en el suelo y el golpe la dejó sin aire.
—¡Rachel!
Lonnie y Gemma corrieron a su lado. Se reincorporó con ayuda y mientras ambas escuchaban el reclamo de mamá ave, Rachel dijo con dificultad:
—Vámonos de aquí.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora