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      La familia se encontraba almorzando alrededor de la mesa. Sam engullía los trozos de carne que Abbie había asado anteriormente. Mientras, su padre se encontraba ajeno, con la vista clavada en el teléfono, llevaba el cabello negro algo descuidado y lucía más bien cansado.
—Hoy saldré por unas horas —comentó Rachel mientras se servía otra milanesa de garbanzos—. Ayudaré a un par de niñas a rescatar un animal.
—Puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando no lo traigas aquí —indicó su padre.
Rachel ya tenía antecedentes. Había llevado perros, gatos, pájaros e incluso un par de murciélagos que habían espantado a su madre.
—Creo que salir un poco te hará bien, desde que Maddie se fue, has pasado demasiado tiempo encerrada —sostuvo Abbie mientras limpiaba los trozos de papa que Sam tenía en sus pantalones. Luego se dirigió a su esposo—: ¿Crees que podrías tomarte el próximo fin de semana? Es la primera salida de la CNA, llevaremos a los niños al lago y...
—Lo lamento, lo más probable es que tenga que viajar a Japón por el tema de la herencia de Yoko —se apresuró a decir él.
Rachel se percató de que su padre nunca hablaba de su madre como tal, simplemente le decía Yoko. La Sra. Anderson parecía decepcionada, pero fingió restarle importancia.
—Por supuesto —dijo—. Quizá cuando todo se calme un poco podríamos hacer algo en familia, como ir a acampar. A todos nos vendría bien tomar algo de aire.
—Suena bien —estableció su padre con una sonrisa algo forzada.
Rachel tomó el periódico que estaba en la mesa y comenzó a pasar las páginas.
—¡¿Reabrirán el viejo matadero?! —exclamó escupiendo parte de su comida.
Samuel dejó de masticar y comenzó a jugar con su vaso de agua. La noticia se encontraba en un pequeño apartado de la portada.
—Por favor, Rachel... —pidió su madre—. Todos necesitamos un poco de paz el día de hoy.
—¡Pero, mamá! Tú sabes cómo tratan a los animales dentro, ellos... —decía Rachel indignada.
—Lo entiendo pero no puedes salvarlos a todos —la interrumpió su padre con tono irritado—. Tampoco es posible cambiar la manera en que las personas quieren vivir sus vidas, a la gente le gusta la carne y punto.
En ese momento, Samuel dio un golpe en la mesa e hizo que Rachel pegara un salto. Con ese gesto, parecido al de un juez que cierra un caso, la conversación llegó a su fin. El resto del almuerzo transcurrió en una conversación entre sus padres acerca de las sucesiones de los bienes de Yoko y el posible viaje a Japón.
—Rachel, ¿podrías llevar al correo el resto de las cartas? —preguntó Shin.
Al parecer, la suya no era la única que su abuela había escrito. Rachel asintió con la cabeza todavía algo resentida.
—Perfecto, se encuentran en mi maletín —le indicó.
Cuando terminaron de comer, tomó las cartas y comenzó a revisarlas... ¡Bingo! Agatha Boucher era una de las destinatarias. Las metió en su morral y salió de la casa siguiendo las indicaciones que le había dado Bonnie para llegar a la cabaña. Anduvo un largo rato entre los senderos del bosque, donde solo había un montón de árboles, mientras Gemma la seguía de cerca.
Decidió enviarle un mensaje a la niña, pero al palpar sus bolsillos se dio cuenta de que había vuelto a olvidar su móvil.
—Maldición... —gruñó.
Lo que sí encontró en sus bolsillos, fue una especie de mapa que había hecho con las indicaciones para llegar al lugar. Gemma olfateaba el aire y cada tanto jugueteaba con alguna rama caída que encontraba a su paso. De pronto, como si hubiera sentido algo, se echó a correr entre los árboles a una velocidad increíble.
—¡Gemma!
Lanzándose en su persecución, la joven casi se golpea con la rama de un árbol. Por suerte su mascota no había ido demasiado lejos, sino que al parecer había encontrado una rústica estructura escondida entre los árboles. Era una cabaña de madera de dos pisos, algo destartalada y vieja. En ese instante, aparecieron en su mente algunos cuentos infantiles como los que solía leerle a su hermano, en muchos de ellos se mencionaban casas ocultas en el bosque. Se acercó pronunciando en voz alta los nombres de las historias que recordaba:
Caperucita Roja..., Hansel y Gretel..., Los Tres Cerditos...
En esas fábulas, una casa aislada nunca podía significar algo bueno. Gemma comenzó a arañar la puerta de madera, sacándola de su ensoñación.
—¡Hey! ¡Detente! —la regañó sosteniendo con fuerza el collar.
Unos segundos más tarde, la pequeña ventanita que poseía la puerta se abrió y un ojo de color gris comenzó a observarla de arriba abajo.
—¿Quién eres? —preguntó secamente una voz femenina.
—¡Oh! Hola..., soy Rachel ¿Es esta la cabaña de Bonnie?
—No, no lo es —contestó el ojo.
—Disculpa, debo haberme equivocado —dijo.
La persona detrás de la puerta le cerró la ventana en la cara. Media aturdida aún, dio media vuelta para marcharse cuando vio que Bonnie venía corriendo a su encuentro.
—¡Rachel, espera! —gritó la niña mientras trataba de recuperar el aliento. Gemma comenzó a ladrar de felicidad al verla y Rachel tuvo que sostenerla para que no la lastimase. La niña traía la misma ropa que el día anterior y tenía atado el cabello en una cola de caballo baja y floja.
—Hola, Bonnie. ¿Es este el lugar? Creí que me había equivocado —dijo.
—¡Oh, sí! Perdona. Debí advertirte... Vynx no le abre a extraños —indicó ella.
"Con que esa es Vynx...", pensó.
—Es su cabaña, la llamamos Pink Palace —dijo Bonnie señalando un cartel pintado de rosa, que se encontraba roto y colgaba destartalado de una sola cadena.
Ambas subieron las escaleritas de la entrada y Bonnie volvió a llamar a la puerta. Unos segundos más tarde la ventana volvió a abrirse.
—¡¿De nuevo tú?!
—Hola, Vynx, ¿nos dejas pasar? —preguntó Bonnie en puntitas de pie para que el ojo la viera.
—Mmm... ¿Cuál es la contraseña? —preguntó.
Rachel ya estaba comenzando a exasperarse, pero la niña se acercó a la puerta como si fuese a susurrarle un secreto y dijo:
¡Serendipia!
—Muy bien, pero la bestia se queda afuera —ordenó la odiosa voz.
Rachel ató a Gemma en un árbol cercano.
—Lo siento, chica, volveré pronto —le dijo acariciando su cabeza.
El interior de la cabaña la sorprendió, estaba completamente renovado y tenía un estilo ecléctico. Lo primero que llamó su atención fue el enorme y colorido mural de buda que se encontraba en una de las paredes, luego sus ojos se posaron sobre el kotatsu rosa que apuntaba a un monstruoso monitor.
—Uau... —murmuró admirando la hermosa y extraña araña ubicada en el techo.
—¡Te dije que era ella!
Una muchacha de aspecto exótico y cabello turquesa se acercó agitando los brazos.
—¡Bienvenida! —dijo con una reverencia estilo namasté que Rachel identificó por los canales con los que su madre practicaba yoga—. Disculpa lo de antes, Vynx tiene problemas de confianza. Soy Ava.
Rachel se presentó y mientras ella le mostraba un lugar para guardar los zapatos, trató de disimular que le observaba la ropa. Su estilo era sumamente peculiar, llevaba puesta una remera blanca ajustada y corta. Sobre ella, una camisola muy ancha con mangas que llegaban hasta los codos y por último un pantalón alto y suelto con el mismo estampado hippie.
—Tú serás una oveja —señaló Bonnie pasándole unas pantuflas con cabeza de animal, luego le mostró sus propios pies—. Yo soy un conejito.
—¡Dios! Tus ojos son simplemente... ¡maravillosos! —exclamó Ava. Luego añadió—: "Maravilloso" es mi nueva palabra favorita.
Rachel notó los miles de accesorios que Ava traía puestos y la cantidad de maquillaje que usaba. Todo en ella era excesivo, pero de alguna manera lucía genial.
—Has traído un perro, ¿verdad? Yo no puedo tener perros, tengo cuatro gatos... —parloteaba Ava, logrando que Rachel se perdiera con todo lo que decía—. Mi tía es fanática de los gatos, cuando era joven llegó a tener doce, ¿puedes creerlo? Ahora por lo menos la casa huele mejor...
Rachel había quedado aturdida por tantas palabras.
—Oh por dios... —se quejó una voz que le resultaba familiar.
Se volteó y reconoció el ojo que le había hablado a través de la ventana, era una chica.
—¡Ya no puedo tolerar ese sonido! —dijo tapándose los oídos. Luego, con desconfianza, le preguntó a Rachel—: ¿Puedes hacer que pare?
Era una joven delgada, con el cabello naranja muy corto y recto, con un pequeño flequillo, estaba de brazos cruzados y parecía salida de una revista antigua. Traía puesto un vestido tipo overol marrón oscuro y una remera de hilo naranja que dejaba asomar el cuello blanco de una camisa.
—Ha estado así la última media hora —informó Ava—. Dice que lo escucha moverse por las paredes, pero francamente yo no escucho nada. Creo que finalmente ha perdido la razón.
Rachel contuvo una risita.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora