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      Samuel, Rachel y Gemma se encontraban jugando en el jardín cuando su madre llegó. Al parecer, la reunión con la CNA había sido buena y varios padres se habían anotado para la primera excursión familiar.
—¿Cómo han ido las cosas en la clase? —preguntó su madre.
—Bien. Están organizando una exposición de los trabajos que hacen en el aula —explicó Rachel, recordando lo que Bonnie le había dicho.
—La señorita Williams es una gran profesora, ella sola se encargó de crear el taller de pintura para niños con necesidades especiales, al parecer el director ni siquiera quería hacerlo —comentó la Sra. Anderson—. ¿Sabías que su primo sufre de autismo? Claro que él ya es adulto, pero eso fue lo que lo impulsó a realizar un taller inclusivo.
Rachel la oía a medias, su madre solo hablaba de autismo, de personas con autismo, o de personas que hacían algo para las personas que tenían autismo. A veces podía ser realmente agotador.
—Mamá... —interrumpió ella.
—Dime, cariño —dijo mientras comenzaba a preparar la cena.
No sabía cómo abordar el tema, así que solo lo dijo.
—Los escuché discutir a papá y a ti, ayer por la noche. ¿Cómo es posible que la abuela haya estado viva todo este tiempo y nunca me lo hayan dicho? —increpó con tono acusador.
Su madre no se esperaba aquello, por lo que se quedó unos segundos procesando la pregunta.
—Siéntate —le indicó con la mano.
Rachel se ubicó en una silla y Abbie se sentó a su lado.
—Tienes razón, debimos decírtelo —admitió—. Pero la vida con Yoko presente fue terrible, francamente. Su salud mental siempre pendió de un hilo y tuvimos que internarla varias veces, por lo que no quisimos exponerlos a ustedes.
El hecho de que sus padres hayan tenido una vida paralela en la que tuviesen que esconder a su abuela le resultaba sumamente extremo. Ellos nunca habían sido una familia con secretos, eran más bien normales, aburridos.
—¿Qué era lo que tenía?
—¿Recuerdas al hermano de tu padre? —preguntó Abbie.
Esa era una historia que si conocía. Hideki, el hermano menor de su padre, había muerto de cáncer siendo un niño.
—Tu padre siempre culpó a su madre eso —comenzó a relatar—. Yoko era una mujer muy supersticiosa y en vez tratar a Hideki en un hospital, utilizó medicinas naturales y terapias alternativas. Finalmente, él murió en su casa.
—Pobre papá... —se lamentó Rachel, mientras su madre asentía con la cabeza.
—Tuvo que lidiar con la muerte de su hermano siendo aún muy joven y hacerse cargo de su propia madre, que empezaba a perder la razón —explicó Abbie—. Después de eso, Yoko comenzó a creer que una maldición había recaído en la familia.
—¿Una maldición? —preguntó Rachel sorprendida ante aquello que despertaba su curiosidad y asombro a la vez.
—Creo que ella también había perdido una hermana cuando era joven —indicó moviendo su cabeza—. Demasiadas tragedias para una sola persona.
El rostro de su madre se mostraba comprensivo. Rachel se preguntó si estaba pensando en sus propios padres, que habían muerto en un accidente automovilístico. O por lo menos, eso era lo que le habían dicho.
—Creo que tu abuela no pudo superarlo y simplemente fue demasiado para ella.
—Entiendo —dijo Rachel—. Pero... ¿por qué papá la abandonó? Era evidente que necesitaba ayuda psicológica.
Su madre suspiró.
—Vivir con una persona así no es nada fácil. Cuando conocí a Shin, él ya no tenía contacto con ella —estableció la Sra. Anderson—. Luego quedé embarazada de ti y posteriormente de Sam.
Rachel, abstraída con el relato, comenzó a jugar con un mechón de su cabello.
—Para ese entonces, Yoko nos había encontrado y ambos decidimos darle una oportunidad. Después de todo, era parte de la familia, así que la invitamos a casa —prosiguió—. No parecía una mala mujer, quizá solo algo extraña, hasta que estuvimos un momento a y solas me pidió que abortara a Sam. Tu padre la oyó y tuvieron una gran pelea.
—¿Te dijo que lo abortaras? —Rachel no podía creerlo.
—Sí... Fue horrible —recordó su madre—. Luego de aquella discusión tuvieron algunos encuentros intermitentes. Yoko mentía y no tomaba la medicación. Ni siquiera la enfermera que la cuidaba podía con ella. Entonces, estuvo internada por un tiempo y perdieron contacto por varios años. Apenas volvieron a hablar hace unos meses.
Rachel le había estado dando vueltas al asunto la noche anterior, sintiéndose enojada y traicionada por sus padres por haberla alejado de su propia abuela. Pero ahora no sabía realmente cómo sentirse. Abbie siguió contándole que su padre finalmente se enteró de que ella sufría de leucemia y por las tardes iba a cuidarla, y por las noches se dedicaba a trabajar, esa había sido la razón por la que volvía tan tarde a casa. Cuando se reencontraron, el estado de su abuela ya era crónico. Luego agregó que Yoko había fallecido hacía dos días.
—La abuela estaba enferma y, por más difícil que fuera, papá debería haberse hecho cargo de ella —sentenció Rachel.
Su madre le sonrió tristemente.
—Acusar a alguien, a veces, es más fácil que intentar entender lo que ha vivido —estableció—. Pero tienes razón, no podemos abandonar a alguien solo por el hecho de ser diferente.
Rachel se preguntó si estaba pensando en Sam. Al igual que con Yoko, su padre parecía poner alguna clase de distancia entre ellos, quizá para no tener que enfrentar el asunto. Rachel deseó que aquellos últimos encuentros entre ambos hayan traído algo de paz interior, tanto para su abuela como para su padre.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora