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Rachel estaba arriba del autobús que la llevaría a casa cuando decidió, repentinamente, cambiar de rumbo. El día era cálido y no había nubes, las personas parecían haber salido para aprovechar el sábado y se encontraban ejercitando en sus jardines o dando una vuelta con sus mascotas. Lonnie no había contestado los mensajes y estaba preocupada por haberle traído problemas, por lo que decidió dar una vuelta por su casa y disculparse en persona. La entrada del lugar estaba un poco descuidada y el pasto necesitaba una buena podada. Se acercó a la puerta y llamó. Se sentía algo nerviosa, probablemente no debería haber ido sin avisar. Probó una vez más y le pareció ver movimiento en una de las cortinas de la ventana izquierda. Luego de unos segundos, la puerta se abrió y Lonnie apareció en la entrada.
—¿Rachel? —preguntó sorprendida—. ¿Qué haces aquí?
Aunque llevaba lentes oscuros, pudo ver su desconcierto.
—Yo... eh..., te envié un mensaje —comenzó a decir, pero antes de que pudiera terminar la frase, notó que Lonnie tenía el labio partido y que un moretón asomaba bajo su cabello, cerca de la frente— ¡¿Qué te ha pasado?!
Ella agachó la cabeza y se acomodó el cabello para ocultar el moretón. Parecía tensa e incómoda.
—No es nada, no te preocupes —dijo rápidamente.
—Pero...
—Pasa —le indicó.
En vez de llevarla a su habitación, se dirigieron a la parte trasera de su casa, donde había un pequeño cobertizo. El lugar tenía un sillón viejo y algunos almohadones en el suelo, estaba abarrotado de cosas viejas y oxidadas, lo único nuevo era un juego de dardos que se encontraba sobre una de las paredes.
—Mi hermano y sus amigos solían pasar el rato en este lugar —dijo sentándose en el sillón verde oscuro.
—Lonnie, ¿yo te hice eso...? —preguntó señalando su rostro.
Por un momento pensó que quizá se había puesto violenta y la había atacado, aunque luego recordó a Ava decir que ella se encontraba bien aquella mañana.
—¿Tú? —Rio levantando una ceja—. Tranquila, Hulk, no has hecho nada.
Se quitó los lentes y los apoyó sobre una madera que servía como mesa.
—¿Ha sido tu padre...? —inquirió Rachel cuidadosa—. Ava me dijo que tuvieron una discusión por mi culpa.
—No fue tu culpa —se apresuró a decir—. Es solo que... así son las cosas por aquí. Ray es un maldito bastardo, siempre lo ha sido.
En ese momento recordó las oscuras manchas que había visto en sus brazos anteriormente.
—Entonces tus moretones... —su voz se fue apagando. Se acercó y se sentó a su lado—. ¿Se lo has contado a alguien?
Lonnie sacó un cigarrillo y lo encendió, aspiró profundamente y luego soltó una larga bocanada de humo.
—No.
—¿Ni siquiera a Ava? ¿Y qué me dices de tu madre? —las preguntas comenzaron a salir atropelladamente de su boca—. ¿Hace cuánto que ocurre esto? ¿Lo has denunciado?
—Realmente no tengo ganas de hablar de esto —sentenció.
El rostro de Lonnie estaba serio, cerró los ojos por un momento y se apretó las sienes. Rachel se mordió el labio inferior, pero no dijo nada.
—Por favor, no me mires así —pidió Lonnie luego de un momento—. Odio esa maldita mirada.
Aquel comentario la hizo sentir herida. Luego ambas se quedaron en silencio.
—Lo lamento... —dijo suspirando Lonnie mientras apoyaba los codos sobre sus piernas. Volvió a dar una profunda pitada y a soltar el aire lentamente—. Ava sabe que nos llevamos mal, pero nada más. Andar en skate me dio una buena excusa para explicar los golpes.
Lonnie parecía no querer mirarla a la cara.
—He intentado denunciarlo dos veces, pero no ha servido de nada —expresó seria—. ¿Adivina quién es el jefe de policía?
—¿De verdad? —preguntó Rachel incrédula abriendo los ojos.
—Sí, esa es mi suerte —dijo sonriendo amargamente—. Y mi madre... bueno, no hay mucho que decir sobre ella. Al principio Ray era violento solo con mi madre, aunque Alex se metió varias veces llevándose la peor parte, pero ahora que él no está...
Ella se había vuelto su saco de boxeo.
—¿Por qué tu madre sigue con él? —preguntó Rachel desconcertada—. ¿Por qué no se separan?
—Es lo que me pregunto todos los días —musitó la muchacha rubia con la mirada perdida—. No lo sé, supongo que es porque es estúpida... y débil.
—¿No tienes otros parientes con quienes quedarte? —inquirió sintiéndose inútil.
—Lo intenté por un tiempo, pero no funcionó —Lonnie se reincorporó y apagó su cigarrillo en un cenicero rojo que había sobre la mesa—. No te preocupes, cuando cumpla dieciocho me largaré de aquí.
Los pensamientos de Rachel viajaban a la velocidad de la luz y solo sabía que no podía permitir que ella se quedara allí.
—Podría hablar con mi madre y explicarle la situación, quizá podrías venir a vivir con nosotros.
En ese momento Lonnie la miró.
—¿Un solo beso y ya quieres que nos mudemos juntas? —bromeó.
—Lo digo en serio.
—Lo sé.
Acercó su mano a la de Rachel y comenzó a acariciarla con los dedos.
—Gracias.
En ese momento pensó que Lonnie iba a besarla, podía sentir la misma electricidad en el aire que había sentido la noche anterior. Pero, en cambio, ella se levantó y tomó un dardo. "¡Dios! ¡¿Pero en qué estás pensando?!", se reprendió. Lonnie le preguntó algo que ella no escuchó.
—¿Qué?
El dardo voló rápidamente incrustándose cerca del centro.
—Dije que llegaste cinco minutos después de que mis padres se marcharan —repitió acercándole un dardo a Rachel.
—Sé que debí esperar a que contestes, pero quise pasar a disculparme por lo de ayer —dijo tomando el dardo.
Cuando lo lanzó, se clavó algo más lejos que el de Lonnie.
—¿Disculparte por qué? De todas maneras, no iba a poder contestarte, Ray se ha llevado mi móvil —explicó—. Usualmente, tengo otro de repuesto, pero se rompió hace unas semanas.
Tomó el segundo dardo y se posicionó para lanzar, hizo un movimiento rápido y lo clavó en el círculo más grande.
—¡Maldición! —exclamó y siguió hablando mientras esperaba a Rachel— Me alegró que vinieras. Realmente estabas ida anoche, quiero decir, he visto malos viajes, pero aquello fue... ¿qué fue lo que viste?, parecías aterrorizada.
Rachel estaba por realizar el lanzamiento, pero en ese momento se detuvo y bajó la mano. No podía decirle que había visto su cadáver y mucho menos ahora.
—Creí haber visto al lobo del cual hablaba Henri —contestó revelando solo una parte.
Volvió a levantar la mano y lanzó. Su pulso estaba algo acelerado, así que el dardo rebotó cayendo al suelo.
—Esa mierda se está metiendo en tu cerebro —estableció Lonnie moviendo negativamente la cabeza.
Ella tomó el tercer dardo y comenzó a girarlo en sus manos.
—¿Sabías que Agatha había matado a alguien? —soltó Rachel repentinamente.
—¿Hablas del hombre que asesinó a su hija? Ese maldito se lo tenía merecido —dijo contundente mientras lanzaba el dardo con fuerza acertándole justo en el blanco.
—Agatha lo conocía, al parecer ambos estuvieron en la misma institución mental por un tiempo.
—¿De verdad? Eso es tan... retorcido —dijo sorprendida—. Ni siquiera sabía que Agatha había estado en un manicomio.
—Creo que de allí podría conocer a mi abuela —indicó Rachel—. Mis padres me dijeron que estuvo internada por un tiempo.
—Ya veo... Ahora todo eso de la maldición tiene algo más de sentido, ¿no? Ya puedes relajarte un poco —Pareció darse cuenta de la mirada insegura de Rachel y cambió de tema—: Así que... ¿Estás lista para hoy? Tu fiesta de bienvenida. Si me preguntas, pienso que es un poco ridículo.
—Yo creo que es un lindo gesto de su parte. Nadie me había hecho algo así antes —En ese momento, el móvil de Rachel vibró, era su madre—. Debo ir a casa. ¿Estás segura de que no quieres venir?
—Gracias, pero no —le contestó haciendo un gesto negativo con la cabeza. Y ofreciéndole un dardo, le preguntó—. ¿El último antes de irte?
—Claro.
—Pero... ¿por qué no apostamos algo para hacerlo más interesante? —Lonnie la miraba divertida.
Estaba segura de que ella era una de esas personas a las que no les gustaba perder, así que le siguió la corriente.
—¿Puedo pedir cualquier cosa si gano?
—Lo que quieras.
Rachel pensó por unos segundos.
—Está bien, si yo gano, deberás dejar de fumar esos horribles cigarrillos —la desafió—. Es un mal hábito, ¿sabes?
Lonnie soltó una risita. Su humor parecía haber vuelto a la normalidad y en su mirada podía verse el placer que le generaba el desafío.
—De acuerdo —dijo con sus ojos fijos en Rachel—. Pero si yo gano... —especuló acercándose lentamente y soltó—: Me ayudarás a matar Ray.
Algo en su mirada le produjo un escalofrío. En ese instante, la joven comenzó a reír.
—¡Deberías haber visto tu cara! —exclamó—. No hablaba en serio.
Pero Rachel no estaba tan segura.
—Si yo gano... —volvió a repetir Lonnie—. Me quedaré con esto.
—¿Con mi pulsera? Ni hablar —dijo con el ceño fruncido—. ¿Para qué la quieres?
—Tengo mis razones —se defendió—. ¿Aceptas?
—No —dijo protegiendo la pulsera con la mano—. Es... especial para mí.
De ninguna manera le daría el regalo de Maddie.
—Fumar es especial para mí.
Comenzó a sentir un calor que crecía desde su estómago y llegaba a su cabeza.
—¡Esto es tan infantil! —exclamó enojada.
—Si vas a ser tan gallina, creo que prefiero no jugar.
—¿Estás hablando en serio...? —Rachel la miró completamente indignada.
—Creí que tendrías un poco más de fe en ti misma —estableció Lonnie con los hombros levantados.
Estaba enojada, pero tenía claro que ella solo lo decía para obligarla a jugar. "Si llego a perder, siempre puedo recuperarla con otra apuesta", pensó.
Su enojo se transformó en ansias de derrotarla y hacer que no pudiera volver a tocar un solo cigarrillo más en su vida. Respiró hondo.
—Hagámoslo.
Lonnie sonrió satisfecha.
—Si aciertas en cualquier parte blanca, tú ganas —explicó—. Pero si cae en alguna parte negra, yo seré la ganadora.
—Bien —gruñó Rachel.
Tomó el último dardo, estaba demasiado exaltada para concentrarse. Su cuerpo oscilaba entre la adrenalina del rencor y el temor a perder, pero aun así intentó concentrarse en su objetivo. Comenzó a balancear su mano para calcular la dirección. Lonnie la observa atentamente apoyada sobre la pared. Contuvo la respiración y lanzó. El dardo terminó clavado en uno de los triángulos negros cercanos al centro. Había perdido.
—¡Demonios!
La muchacha rubia se acercó y ambas quedaron a un palmo de distancia. De muy mala gana y sin decir una palabra, Rachel le entregó la pulsera.
—Estoy sintiendo tu ira en este preciso momento —dijo Lonnie—. Pero no deberías odiarme, en el fondo soy una buena persona.
Rachel solo quería irse de allí.
—Debo irme —dijo cortante y se dirigió hacia la salida mientras escuchaba que ella le gritaba.
—¡Nos vemos esta noche!


...

Ni bien entró a su casa, Gemma comenzó a saltarle encima. Había llegado justo para cenar y sus padres ya estaban en la mesa.
—¡Miren quién ha vuelto! —exclamó su madre desde el comedor—. Parece que has tenido un día bastante ocupado. ¿Cómo se encuentra tu amiga?
—Ella está bien —respondió todavía algo exaltada por su encuentro con Lonnie.
La Sra. Anderson comenzó a darle un sermón sobre la bebida, que rápidamente pasó a ser un sermón sobre drogas.
—¿Te acuerdas lo que le sucedió al hijo de los Johnson? —preguntó.
—¿Podemos cambiar de tema? —pidió su padre que siempre se sentía incómodo cuando la conversación tomaba un rumbo distinto al de su zona de confort—. No es algo apropiado para la cena.
—¿Qué le pasó? —curioseó Rachel, mientras separaba algunas arvejas oscuras de su plato que evitaría comer.
Sam parecía estar de muy buen humor aquella noche. Tenía puesto su pijama y devoraba papas fritas con ensalada mientras jugueteaba con un mazo de cartas.
—Solo digo que si se hubiera abstenido solamente de fumar marihuana, todavía seguiría aquí —comentó su madre.
—¿Está muerto? —se sorprendió Rachel, aunque ni siquiera tuviera idea acerca de quién estaban hablando.
—¡Abigail, por Dios! —exclamó su padre como si acabara de ver un insecto en su plato.
—¡No está muerto! Solo lo enviaron a rehabilitación. Esa clase de cosas pasan cuando no hay una buena comunicación en casa...
Mientras su madre hablaba, Sam comenzó a armar una torre de cartas que Rachel observaba temerosa dado que podían derrumbarse en cualquier momento.
—Rachel no toma ninguna droga —aseguró su padre.
—Lo sé, pero el mundo está cambiando, y debemos hablar de estas cosas —indicó su madre—. Ahora, por ejemplo, muchas personas consideran a la marihuana como algo medicinal, pero...
—Entonces, ¿puedo fumar marihuana? —bromeó Rachel.
Sus padres reaccionaron al mismo tiempo.
—¡No! —se enojó Shin.
—¡Por supuesto que no! —exclamó su madre.
La torre de Sam cayó unos segundos después.

...

Luego de cenar, comenzó a levantar la mesa y cuando estaba subiendo las escaleras, su madre le pidió que ayudase a Sam a lavarse los dientes.
—¡Utiliza la tableta! —le indicó desde la cocina.
Sam tenía un cuaderno con pictogramas que le brindaban indicaciones para desarrollar tareas básicas, mostrándole qué era lo que debía hacer paso por paso. Pero hacía unos meses atrás habían incorporado una tableta con una aplicación que cumplía las mismas funciones y estaban probando si lograba adaptarse a ella. Rachel se acercó a su hermano y le señaló la imagen de un niño cepillando su boca.
—Es hora de lavarse los dientes.
Tuvo que repetirlo unas veces más hasta que, finalmente, Samuel se dirigió al lavado. Rachel cliqueó el dibujo y se desplegaron una serie de ilustraciones que consistían en mostrar todo el proceso, así que paso a paso fue guiando a Sam hasta que él terminó.
—¡Ya estás listo, niño!
Samuel aplaudió y luego la agarró de su ropa arrastrándola a su habitación.
—¿Qué es lo que quieres?
La llevó hacia una pequeña biblioteca de cuentos clásicos que ella y su madre solían relatarle.
—¿Quieres que te lea? Realmente no tengo mucho tiempo...
Sam tomó un libro y se lo alcanzó, se trataba del cuento llamado El Lobo y los Siete Cabritos.
—¡Ni lo sueñes! —exclamó moviendo negativamente la cabeza—. Ya tuve demasiado con los lobos. Elige otro.
Intentó guardar el libro un par de veces, pero Sam continuaba sacándolo del estante, insistente.
—¡Está bien! ¡Está bien! —se resignó suspirando.
Su hermano se metió dentro de la cama y Rachel se sentó a su lado. El cuento era corto y tenía unas bellas ilustraciones, cuando iba por la mitad de la historia, en donde el lobo devoraba casi a todos los cabritos, exclamó:
—No puedo creer que mamá te compre estas cosas... ¡Alguien debería darle al lobo una buena patada en su peludo trasero!
En ese momento Gemma entró caminando lentamente y se echó en la alfombra cerca de sus pies. Los ojos de Sam comenzaron a cerrarse unos minutos antes de que ella terminase el relato.
—"... los cabritillos se acercaron al pozo saltando y cantando alrededor de él, celebrando que finalmente volvían a estar juntos." —concluyó Rachel—. Fin.
Cerró el libro y miró a su hermano, que ya dormía plácidamente. Observó atenta el movimiento de su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración. Todavía seguía pareciendo un niño pequeño. Rachel se lamentó de haber tenido esos horribles pensamientos en casa de Ava. Se recostó a su lado por unos minutos más mientras lo abrazaba.
—Te quiero, Sam... —le susurró al oído antes de irse. 

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora