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Las manos de Rachel se movían mecánicamente, provocando un desagradable chirrido cuando la piedra y el cemento se encontraban. Mientras dibujaba garabatos, su madre se acercó.
—Luces cansada, ¿está todo bien?
Aquel sábado disfrutaban la mañana en el parque junto a Gemma y Sam. Había sido una salida improvisada debido a que su padre, finalmente, había tomado un avión hacia Japón muy temprano ese mismo día y los planes de acampada de la CNA se habían aplazado por la posibilidad de una tormenta en los días siguientes.
—No pude dormir mucho —contestó, aunque en realidad no había podido pegar un ojo en toda la noche.
Abbie se sentó a su lado tratando de no ensuciarse los jeans azules.
—¿Tú también estás preocupada por papá? —preguntó comprensiva.
No contestó. Su madre parecía vivir inmersa en su propia burbuja.
—Hace tanto tiempo que no salimos a disfrutar del sol. Solo tú, Sam y yo —comentó elevando la cabeza y cerrando los ojos por un momento—. Es agradable, ¿no?
Sam estaba sentado en el sube y baja sin nadie del otro lado que hiciese contrapeso. Observaba las grietas en la madera mientras las seguía con el dedo.
—¿Estás segura de que él está bien? —preguntó Rachel mirándolo.
—El doctor dijo que se encontraba perfectamente —estableció su madre—. ¿Por qué? ¿Notas algo extraño?
Formó una visera con su mano para verlo mejor a través de los rayos del sol. Aquella mañana había muchas familias en el parque y Gemma paseaba entre todas aquellas manos amigables, mientras olfateaba a su alrededor.
—No... —murmuró mal humorada—. Pero podría tener cualquier otra cosa. Cáncer, leucemia... u otro tipo de enfermedad que ni siquiera conozcamos.
—¡Rachel! ¡¿Por qué dices esas cosas?! —exclamó horrorizada.
—O podría tan solo morir, así sin más... —añadió sombría.
Su madre la miró sin entender que rayos le sucedía.
—Nada va a pasarle a tu hermano —dijo finalmente—. Lamento no haber estado contigo aquella noche, sé que ha sido difícil para ti, pero él se encuentra bien.
—No es eso —se apresuró a decir Rachel—. Es solo que tengo un mal presentimiento. ¿Podrías llevarlo al médico solo por si acaso?
Su madre la miró con el ceño fruncido.
—Por supuesto, si eso te hace sentir más segura —contestó pasándole la mano por el cabello en señal de apoyo.
—¡Rachel!
Una silueta pequeña apareció frente a ellas tapando la luz del sol.
—¿Ellie?
Traía un vestido blanco y un algodón de azúcar celeste en su mano izquierda.
—Mira lo que tengo —indicó enseñándole la nube esponjosa.
Una mujer algo más joven que su madre apareció tras ella cargando una pequeña mochila de animalitos.
—¿Así que tú eres Rachel? Ellie estuvo obsesionada contigo estos últimos días.
Madre e hija se pusieron de pie.
—Soy Andrea —se presentó dirigiéndose hacia Abbie y le estrechó la mano—. La madre de Daniel, un compañero de su hija.
—Abbie —informó a modo de saludo.
—Daniel me dijo que lo ayudaste a limpiar el desastre que era mi hija —comentó Andrea.
Rachel hizo como si no hubiese visto la mirada interrogativa de su madre.
—No fue nada...
Un niño se había acercado al sube y baja e intentaba subirse del otro lado.
—¡Oh! Lo siento, enseguida vuelvo —se excusó Abbie alejándose.
Gemma regresó a su lado e instantáneamente Ellie se le lanzó encima.
—¡Perrito! —gritó feliz—. ¡Mira mamá!
—Su nombre es Gemma.
La niña estaba encantada.
—Rachel, ¿puedo preguntarte algo? —soltó Andrea, acomodando su pulcro peinado rubio—. ¿Cómo se encuentra Daniel? ¿Se está adaptando bien?
Se dio cuenta de que ella trataba de sonar casual.
—Sí, él está genial —contestó, no muy segura de lo que quería oír—. Parece agradarles a todos.
"Bueno, quizá no a todos...", pensó.
—Oh, eso es un alivio —musitó ella con una sonrisa—. Él no habla mucho conmigo desde...
—¡Rachel, mira! —Ellie se acercó interrumpiendo la conversación mientras señalaba su boca abierta.
—¡Parece que tu diente se caerá pronto! —exclamó la joven más animadamente de lo que esperaba—. Deberías ponerlo bajo tu almohada, así el hada de los dientes te traerá un regalo.
La pequeña abrió sus ojos sorprendida.
—Pero lo quiero ahora...
—No te preocupes, estoy segura de que muy pronto vendrá volando por tu ventana —la animó su madre.
—¡Oh, sí! ¡Creo que la he visto! —exclamó la niña dando saltitos.
—Bueno, debemos irnos... —dijo Andrea sonriente—. Ha sido suficiente azúcar por el día de hoy. —Tomó la mano de su hija y luego le dijo a Rachel—: Eres bienvenida cuando quieras, estoy segura de que a Ellie le encantará volver a verte.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora