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Rachel entró apresurada a su casa y Gemma comenzó a saltarle encima.
—¡Ya sé todo lo de Maddie! ¡Y estoy llegando muy tarde así que solo he venido por un segundo!
Atravesó la sala corriendo, mientras que los rostros sorprendidos de sus padres la observaban pasar como un rayo escaleras arriba. Se puso una camiseta nueva, un pantalón y bajó apresurada. Abbie y Shin estaban viendo una película mientras Sam dormía a su lado.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó su padre con el rostro rojo por el alcohol.
—No, correré —sostuvo ella abriendo la puerta.
—¿Por qué hay tanto griterío fuera? —preguntó su madre bostezando—. Acabo de sacar a Gemma y parece que el bosque estuviese poseído.
Ella exageraba, aunque no tanto. La Iglesia no se encontraba demasiado lejos y el eco de la música y el griterío parecía viajar entre los árboles.
—La fiesta se mudó al bosque para ver el eclipse —indicó rápidamente—. ¡Debo irme! ¡Volveré en un rato!
—No quiero imaginarme cómo habrá quedado el Milk después de... —comenzó a decirle Abbie.
Pero ella ya había cerrado la puerta.

...

Se internó en el bosque a toda velocidad. Mientras recorría el camino de memoria, rebuscó en sus bolsillos para utilizar la linterna del móvil.
—¡Demonios...!
Lo había olvidado otra vez, probablemente en el bolsillo de sus shorts. Pensó por un segundo en ir a buscarlo, pero ya iba demasiado tarde. El Mirador estaba construido entre medio de su casa y la de Maddie, y en menos de cinco minutos, pudo ver a la distancia destellos de luces anaranjadas que salían de él. Cuando llegó al viejo columpio escuchó los gritos y risas de adolescentes, que se dirigían probablemente a la Iglesia. Suspiró de buen humor. Sentía que no había estado allí desde hacía años. Pasó su mano por las sogas que sostenían aquel pedazo de madera que la había visto crecer y luego levantó la mirada hacia el gran y robusto árbol que sostenía el Mirador. Subió la escalera sin hacer ruido y cuando estuvo debajo de la abertura tomó impulso.
—¡Te tengo! —exclamó.
Pero allí no había nadie. Una carcajada no muy lejana la sobresaltó. Divisó a tres jóvenes con máscaras y cervezas en la mano que se internaban en el bosque. Se alejó de la ventana y observó la decoración del lugar. Maddie había hecho un gran trabajo. Estiró su mano y tocó una de las lunas hechas de papel glasé y cartón que colgaban desde el techo. Luego se sentó en uno de los dos almohadones y comenzó a juguetear con el telescopio que asomaba por la ventana. ¿Dónde estaría ella? No era muy prudente dejar velas encendidas e irse, a pesar de que estuviesen dentro de frascos. Encontró su mochila junto a unas bolsas de frituras. Si sus cosas estaban allí, probablemente no tardaría en regresar, aunque no faltaba demasiado para que el eclipse llegara a su punto máximo. Veía a la Oscuridad avanzar y consumir la Luna como si estuviese tragándosela, aquello le provocaba una sensación hipnótica. Se refregó los ojos y se apartó del ocular. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero comenzaba a impacientarse. A este paso Maddie perdería el eclipse. Bajó del Mirador, la brisa se había vuelto algo más fría. Comenzó a caminar en dirección a donde vivían sus abuelos, suponiendo que la encontraría por allí, pero a mitad de camino se arrepintió de su decisión, estaba demasiado oscuro. En ese momento escuchó un ruido a su derecha.
—¿Maddie?
Nadie contestó. Empezó a caminar más rápido y nuevamente volvió a escuchar ruidos. Aquello hizo que se erizaran los cabellos de la nuca, y sin pensarlo dos veces, comenzó a correr en la oscuridad mientras daba grandes zancadas sobre la tierra. A unos cuantos metros se paró y se escondió detrás de un árbol. ¿Alguien la estaba siguiendo o acaso era su imaginación? Se sintió como una idiota. ¿Cómo podía haber pensado que salir a caminar por el bosque, sola y en la oscuridad, podría haber sido una buena idea? Su respiración estaba acelerada, asomó su rostro detrás del tronco, y en ese momento vio a un hombre de espaldas vestido completamente de negro. Sintió que su cuerpo se volvía rígido, como si fuese un animal observando las luces de un auto que estaba a punto de atropellarlo. El hombre parecía buscar a alguien, probablemente la estuviese siguiendo. Ella tuvo el presentimiento de haberlo visto antes, estaba casi segura de que se trataba de la misma persona que las había seguido en el río. Contuvo la respiración y cuando él giró pudo ver una horrible máscara de lobo brillando bajo la luz de la Luna. ¿Qué podría hacer? ¿Y dónde diablos estaba Maddie? Si acaso hubiese tenido su móvil quizá podría... El Lobo pareció escuchar algo y se dirigió hacia su izquierda. Rachel pensó en correr hasta su propia casa, aunque temía que su amiga se topara con él. Mientras se debatía qué hacer, vislumbró unas luces no muy lejanas en la dirección opuesta a la que el hombre de negro había ido. Probablemente más personas dirigiéndose a la Iglesia, ellos tendrían un móvil y de seguro podrían ayudarla. Corrió lo más rápido que pudo, pero cuando llegó, se encontró con un claro vacío en el cual solo había un cruce de agua. Tardó un momento en darse cuenta de que la luz que había visto provenían de cientos de luciérnagas que volaban por todo el lugar. ¡Luciérnagas! ¡El sueño de Bonnie! "¡No! ¡No! ¡No!", comenzó a gritar en su interior. En ese momento sintió una presencia, y cuando volteó, se encontró con él. Allí estaba el Lobo, parado en la oscuridad, observándola. Su instinto la hizo tomar una piedra grande del suelo, pero luego sus músculos volvieron a agarrotarse. El enmascarado comenzó a caminar hacia ella.
—¡No te acerques! —gritó tratando de sonar amenazadora—. ¡Voy a gritar! ¡Y mis amigos vendrán corriendo a darte una paliza!
De pronto el hombre levantó su mano y se quitó la máscara.
—¿Eddie...?
—¿Rachel? —preguntó él sorprendido—. ¿Qué haces aquí?
Todavía seguía abrumada por el miedo y su mano continuaba temblando.
—¿Qué haces aquí? —interrogó, desconfiada.
El muchacho fijó sus ojos en ella.
—Estaba con los demás en la Iglesia pero decidí volver a casa, supongo que me indicaron mal el camino y ahora estoy algo perdido —explicó sonriendo apenado, luego señaló su mano—. ¿Vas a pegarme con eso?
Rachel la bajó, pero no soltó la roca.
—¿Por qué estás vestido así? —inquirió en tono acusador.
El muchacho se miró.
—¿Quieres decir con mi suéter? —preguntó él como si fuese una pregunta estúpida—. Tenía frío.
Luego se percató que ella miraba la máscara.
—Oh... ¿Esto? No es mía —se apresuró a decir—. Intercambiamos máscaras con un chico borracho, ni siquiera creo que lo recuerde mañana.
Sonrió y luego comenzó a acercarse.
—La parada del autobús se encuentra por allí —señaló ella con el dedo—. Está algo lejos, pero te dejará a unas cuadras.
La frialdad en sus palabras lo detuvo.
—Mira, Rachel, lamento lo de esta noche —comenzó a decir arrepentido —. Quizá podrías acompañarme, es difícil ubicarse en estos bosques, y tal vez así podríamos hablar.
La joven analizaba cada facción y movimiento de su cuerpo.
—Lo siento, pero estoy esperando a una amiga... y a Daniel —mintió intentando sonar natural—. Deben estar por llegar, así que...
Aquello pareció disuadirlo.
—Bueno, como tú quieras —soltó él sin más.
Se dio media vuelta y comenzó a alejarse. Había dado menos de cuatro pasos cuando pareció pensarlo mejor.
—¿Sabes qué, Rachel...? —dijo girando sobre sus talones—. Estoy harto de tu actitud de diva.
Las señales de alarma colonizaron su cuerpo.
—Primero parece que te agrado, luego no... —decía mientras su personalidad parecía transformarse—. Hasta tienes las agallas de mentirme en la puta cara. ¿Quién demonios te crees que eres? ¿Realmente te sientes tan especial?
Rachel comenzó a retroceder a medida que él se acercaba. La persona que tenía delante no se parecía en nada al muchacho que había conocido.
—Eddie, yo no... —balbuceaba pensando una manera de calmarlo.
—Dime —ordenó mirándola con una oscuridad que ella no había visto nunca—. Te gusta ridiculizarme, ¿verdad?
Metió la mano en su bolsillo y sacó una navaja. ¡¿Qué debía hacer?! Eddie era más fuerte y tenía un arma mientras que ella tan solo contaba con una piedra. Quizá podría correr, pero era muy probable que él la atrapase. Mientras continuaba acercándose, ella trató de seguirle la corriente.
—Lo lamento, nunca fue mi intención lastimarte —dijo tratando de sonar sincera—. He pasado por tantas cosas esta semana, ni siquiera lo creerías...
Se forzó a sí misma a no retroceder mientras veía cómo se acortaban los metros que los separaban, ya que si mostraba desconfianza, él lo notaría. El muchacho se percató de su cambio de actitud y la miró curioso.
—¿Te refieres a toda esa estupidez del Lobo? —soltó mofándose.
Ante su sorpresa, sonrió con desagrado.
—Sé más cosas de las que tú piensas —sostuvo misterioso.
Las luciérnagas iluminaban el claro, la Luna estaba casi por desaparecer.
—Eso es lo que piensas —dijo Rachel tratando de sonar herida—. ¿Sabes acaso todas las veces que te defendí de Daniel? ¿De Sarah...?
El joven pareció considerarlo, pero no guardó su navaja.
—Siempre estuve de tu lado —insistió tratando de que le creyera.
Él entrecerró los ojos como si estuviese analizando si mentía.
—Pensaba que me considerabas un fenómeno... un monstruo —acentuó.
Rachel negó con la cabeza y luego lanzó su única protección al suelo. Debía confiar en su instinto.
—Nunca —mintió, mientras sentía correr por su cuerpo una electricidad paralizadora—. Lamento si te lastimé esta noche, pero me tomaste por sorpresa... ¿Cómo puedo compensártelo?
Edgard la miró a los ojos.
—¿Qué tal un abrazo? —sugirió mientras una sonrisa aterradora aparecía en su rostro—. Prometo no tratar de besarte de nuevo.
Sabía que estaba jugando con fuego, pero había logrado calmarlo y mantenerlo de esa manera era su mejor opción, no podía arruinarlo ahora.
—Claro —dijo intentando de sonar normal—. Pero primero tira la navaja.
Él miró su propia mano y luego con un rápido movimiento la lanzó al agua. Ella se acercó a Eddie, que ahora le parecía más grande que nunca, y a pesar de que todos los músculos de su cuerpo le indicaban que huyera, se estiró y lo rodeó con sus brazos. Mientras se abrazaban, él se acercó a su oído.
—Eres una perra mentirosa... — le susurró.
En ese momento sintió una fuerte presión, como un golpe, y luego su cuerpo se sacudió. Ambos se separaron cuando ella se tambaleó unos pasos hacia atrás. Edgard no se movía, en su mano traía un nuevo cuchillo de mango negro y dientes aserrados cubierto con sangre. Comenzó a sentir algo húmedo que corría empapándole la ropa y se tocó el costado. La había apuñalado. Sus ojos quedaron abiertos como platos, ni siquiera se había percatado del cuchillazo, solamente había sentido un golpe caliente en el sector bajo de su espalda. Trató de alejarse corriendo, pero él la agarró del pelo y le hundió nuevamente el cuchillo, esta vez cerca del omóplato. Ella no sintió dolor debido a la explosión de adrenalina que ahora recorría su cuerpo. Comenzó a retorcerse mientras intentaba zafarse de aquella garra que asía fuertemente su cabello. Giró sobre sí misma en el momento en que Edgard sostenía el cuchillo en alto y le dio un puñetazo tan fuerte en la mejilla, que logró hacer que la soltase. El rostro del muchacho sangraba profusamente. Lo vio escupir, y algunos dientes terminaron sobre la tierra. Rachel tomó nuevamente la piedra que había lanzado al suelo, pero no lo enfrentó, en cambio, comenzó a correr. Pero no llegó muy lejos, ya que él la alcanzó nuevamente y la derribó haciendo acopio de toda su fuerza. Ambos comenzaron a forcejear. Cuando Eddie quedó sobre ella, lanzó el cuchillo a la carga, pero Rachel también tomó impulso y le estrelló la roca contra el lado izquierdo de la mandíbula, aunque no antes de que él volviese a penetrarla cerca del pecho. Todavía no sentía dolor, pero su vista comenzaba a tornarse borrosa. La sangre de ambos estaba por todos lados y se mezclaba. El golpe no había bastado para matarlo o siquiera desmayarlo, solo lo había atontado. Ella trató de levantarse, pero se resbaló con la sangre y nuevamente terminó acostada sobre la tierra. Intentó gritar pero no pudo hacerlo. Ambos parecían haberse quedado sin fuerzas, por lo que por unos segundos, ninguno de los dos se movió de donde estaba. Rachel respiraba de manera rápida e irregular. Podía ver chapotear a algunas luciérnagas que habían quedado atrapadas en la sangre, mientras se movían intentando escapar. Eddie comenzó a hacer extraños ruidos con su mandíbula, la abría y la cerraba, quizá comprobando si estaba dislocada. Luego rompió con su cuchillo parte de su suéter y le lanzó el pedazo de tela.
—Haz presión con eso o morirás pronto... —le dijo con una voz extraña.
Ella no se movió, le dolía la cabeza y se sentía mareada. Su mente comenzó a vagar y se volvió borrosa entre la luz de las luciérnagas.


...

Cuando despertó, descubrió que Eddie había cubierto parte de sus heridas y ahora la estaba arrastrando por el bosque. Su consciencia iba y venía mientras él la jalaba de los pies. Una melodía que le resultó familiar, salía de los labios del muchacho. ¿Dónde la había escuchado antes? De pronto su cuerpo se paró en seco.
—Bueno, bella durmiente..., hemos llegado —lo oyó decir con aquella voz gutural, áspera y extraña.
En ese momento pareció volver a la realidad y el pánico se apoderó de su cuerpo. Había sido acuchillada, golpeada y luego arrastrada a lo que posiblemente iba a ser su tumba. Él la levantó bruscamente y ella intentó asestarle un golpe pero falló, ya casi no tenía fuerzas. Aquello hizo reír a Eddie y en ese momento pudo ver sus dientes... sus desparejos y afilados dientes.
—Ahora sabes cómo se ve un verdadero monstruo —masculló con una desagradable sonrisa.
La empujó hacia atrás, haciéndola rodar por una pendiente. Giraba sobre la tierra clavándose piedras y ramas, hasta que finalmente chocó contra algo que la detuvo. Sus heridas continuaban sangrando y estaba mareada por la pérdida de sangre y las vueltas, así que no se percató enseguida de que había chocado contra un cuerpo. Estaba semicubierto por la maleza, y cuando finalmente comprendió que aquello era una persona, se sobresaltó.
—¡Hey! —exclamó luego de un momento.
Intentaba despertarlo. Su mente no funcionaba correctamente y creía que quizá solo se había desmayado. Rachel temblaba y no podía ver con nitidez. Comenzó a palparlo en busca de un móvil, pero no encontró nada. Al sentir su frialdad supo que, quien sea que fuese, estaba muerto. Automáticamente se alejó de él. Echó una rápida mirada hacia arriba y cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, comprobó que Edgard había desaparecido. Aquel lugar parecía ser una tumba improvisada. Quería alejarse de allí, de aquel cuerpo, de la podredumbre y de la muerte, pero en ese instante, uno de los brazos que asomaba por un costado captó su atención. Sus ojos se posaron en aquella familiar pulsera tejida a mano con su nombre escrito. Por un momento pensó que estaba desvariando, pero cuando retiró las hojas que ocultaban el rostro de Maddie y vio lo que él le había hecho, sus alaridos fueron tan fuertes que se convirtieron en aullidos.


...

Buscó algo con lo que pudiera defenderse, pero sus manos solo levantaron hojas. Estaba desesperada, las lágrimas caían por su rostro y le nublaban aún más la visión. Se arrastró como pudo, intentando no mirar el cadáver de su amiga, y se alejó de allí. ¿Cómo era posible que nadie haya acudido en su ayuda? Observó a su alrededor y reconoció el lugar, no estaba demasiado lejos del Mirador. El maldito la había arrastrado de vuelta solo para que ella pudiese ver el cadáver de Maddie. La oscuridad era total y la Luna comenzaba a volverse roja como la sangre. Como ella misma. En ese momento lo vio, observándola retorcerse en su agonía. Estaba allí parado sosteniendo el cuchillo, con la máscara puesta y sus horribles y afilados colmillos llenos de sangre. Pero Rachel no pensaba correr esta vez, usaría las fuerzas que le quedaban para enfrentarlo. El Lobo se lanzó sobre ella pero la muchacha esquivó el primer golpe. Tomó el brazo que sostenía el arma y lo mordió tan fuerte como pudo. Él chilló de dolor y le pegó con el puño cerrado en el rostro, haciendo que ella y el cuchillo cayeran al suelo. El mundo de Rachel giraba y se desdibujaba a su alrededor, mientras sentía su sangre correr y envolverla como un rio. Todo había terminado. Moriría en ese bosque, podía sentirlo, solo podía detenerse a contemplar el inminente final. Edgard tomó nuevamente el cuchillo y se acercó a ella. Pudo ver el impulso de su brazo en cámara lenta mientras se alzaba y luego bajaba sobre su pecho. Cerró los ojos, pero en vez de sentir el acero penetrante contra su carne, experimentó una fuerte sacudida. Un frío intenso comenzaba a apoderarse de su cuerpo, pudo ver a Eddie luchando contra algo que lo había tomado por el brazo y no lo soltaba. Sus ojos reconocieron al animal. Era Gemma. Su vista comenzó nuevamente a volverse borrosa mientras se percató de otra pequeña silueta cerca de allí. Se sentía lejana, casi etérea. Ya no podía escuchar los aullidos de dolor de Eddie, ni los gruñidos de su perra. Levantó la mirada al cielo y lo último que vieron sus ojos fue aquella hermosa y mágica Luna de sangre.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora