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Al día siguiente, el grupo se había puesto en marcha temprano y el humor general había regresado a la normalidad luego de abandonar el bosque y comprobar que nadie las seguía. Por la tarde, Rachel estaba segura en la calidez de su hogar, había pasado lo que quedaba del día en pijama, recluida en su habitación y recobrando toda la energía que esos dos últimos días le habían demandado. Pero ahora su estómago comenzaba a quejarse. Mientras bajaba a la cocina, en busca de bocadillos, escuchó a su padre:
—En cualquier momento comenzará a llover, quizá deberíamos ir otro día...
El sol se estaba ocultando detrás de unas nubes oscuras que auguraban una tormenta.
—Tiene que ser hoy —insistió su madre—. Puedes quedarte con los niños, iré yo.
Su padre le puso mala cara y luego suspiró. Abbie debía ir a buscar algunas tiendas de campaña para su primera excursión, pero se ponía muy nerviosa cuando manejaba bajo la lluvia, así que le había pedido ayuda a Shin, quien todavía estaba en pantuflas.
—¿Van a salir? —preguntó Rachel.
—Así parece... —murmuró resignado su padre.
—Volveremos en unas horas —le explicó Abbie—. ¿Prefieren quedarse? Podría haber truenos.
Su hermano sufría extremadamente con los ruidos fuertes, pero supuso que podía manejarlo.
—No te preocupes, estaremos bien —le aseguró Rachel.
—Volveremos lo antes posible —insistió Abbie—. Sam tuvo una mala noche, por lo que, probablemente, dormirá hasta que regresemos.

...

Gemma se había metido en la cama junto a Rachel y mordisqueaba a su lado una pelota de tenis asquerosa. De fondo sonaba una película vieja a la cual no le estaba prestando demasiada atención, ya que había pasado la última media hora enviándose mensajes con Lonnie, que había recuperado su móvil y le contaba acerca de su colección de cuchillos a los que extrañamente les ponía nombre. A pesar de que afuera llovía a cántaros, Sam todavía no se había despertado. Rachel estaba completamente inmersa en la conversación y no se percató de que afuera la lluvia se hacía cada vez más fuerte, hasta que la sobresaltó un intenso golpeteo proveniente del exterior. Se asomó por la ventana y pudo ver que la enredadera que subía hasta su habitación se movía frenéticamente, al igual que las copas de los árboles. Mientras se preguntaba si sus padres se encontrarían bien, el teléfono de la casa comenzó a sonar. Bajó corriendo las escaleras seguida por Gemma, ya que su madre tenía la mala costumbre de dejar el teléfono en la planta baja.
—¿Hola? —dijo al descolgar el auricular.
Del otro lado había silencio y se podía escuchar a alguien respirando.
Rachel sintió una punzada en el estómago y dos segundos después colgó el teléfono. "No, no lo harás hoy", pensó enojada. Desconectó el cable y decidió que esa misma noche les contaría a sus padres sobre el bromista telefónico. Mientras subía las escaleras, la luz se fue. Insultando, se asomó a la ventana para ver si sus vecinos tenían electricidad, pero no logró ver más que oscuridad. En ese instante, alguien golpeó la puerta. Gemma comenzó a ladrar como loca y se lanzó corriendo hacia la entrada. Rachel, que ya estaba sintiendo dolor de cabeza, intentó hacer que se callase.
—¡¿Quién es?! —gritó de mala gana.
Al no obtener respuesta, preguntó nuevamente y observó por la pequeña mirilla de la puerta. No había nadie. Pero no pudo darle demasiadas vueltas al asunto, ya que en ese momento un relámpago cruzó el cielo seguido de un estruendoso trueno, la tormenta había entrado en su peor momento, la lluvia caía a cántaros y el cielo parecía partirse en dos cada vez que tronaba. Escuchó ruidos arriba y supo que su hermano había despertado.
—Mierda... —murmuró.
Gemma no dejaba de ladrar mientras la seguía hacia la habitación de Sam. Alumbró el lugar con su móvil y lo encontró allí gritando y tapándose los oídos para de apaciguar el ruido de los truenos. Intentó calmarlo, pero estaba teniendo una crisis y no dejaba que lo toque, si trataba de hacerlo, comenzaba a golpearla o a lastimarse a sí mismo.
—¡Sam! ¡Sam, mírame! —pedía en vano.
El niño pateaba, golpeaba y lanzaba lo que sea que se topara en su camino. Rachel comenzó a revolver en el escritorio y finalmente encontró los auriculares en el tercer cajón. Se los colocó, pero aquello no pareció calmarlo como solía hacerlo, esta vez la tormenta era demasiado fuerte. La habitación era un caos, Samuel lloraba y Gemma continuaba ladrando y empeorando las cosas, así que la tomó del collar y la encerró en el lavado de arriba. No se había ido más de un minuto, pero cuando regresó al cuarto de Sam, él ya no estaba allí. La casa continuaba completamente a oscuras.
—¡Sam! ¡¿Dónde estás?!
No era la primera vez que esto pasaba, generalmente él se escondía en algún lugar que lo hiciera sentirse protegido. Revisó debajo de la cama, en la tienda y hasta en el closet, pero Sam no se encontraba allí. Todavía podía oír a Gemma ladrando furiosa desde el lavado y se apretó fuerte los oídos, ni siquiera podía escuchar sus propios pensamientos. Entró en su habitación y sintió frío, en ese momento se percató de que la puerta del clóset estaba semiabierta.
—Está bien, Sam... puedes salir —dijo con tono suave.
Podía escucharlo moverse en el interior. ¿Por qué hacía tanto frío de repente? Las cortinas de la ventana se azotaban violentamente, se acercó y trató de cerrarla con un fuerte empujón, pero no lo logró y solo consiguió que se trabara. ¿Podría el viento haberla abierto? Aquello no le cuadraba. En ese momento alguien ingresó en la habitación. Era su hermano, llevaba los auriculares puestos y cerraba los ojos con fuerza. Ella tardó unos segundos en darse cuenta. Una ráfaga de viento agitó su largo cabello, y en ese instante, una señal de alerta viajó por su cerebro a la velocidad de la luz. Dirigió una mirada asustada al closet. No estaban solos en la habitación, alguien se encontraba allí dentro con ellos, en el clóset. Podía escuchar resonar los ladridos de su perra, ahora lejanos. De pronto, un trueno azotó el cielo, activando su instinto de supervivencia. Corrió hasta la puerta y agarró a su hermano de la mano, este comenzó a resistirse sosteniéndose del marco mientras se sacudía. La joven no sentía sus golpes, su mirada estaba clavada en la puerta que comenzaba a abrirse lentamente. Sin pensarlo dos veces, le dio un fuerte empujón a Sam que lo derribó al suelo. Luego, al mismo tiempo que una sombra oscura empezaba a asomarse fuera del closet, Rachel tomó una silla del pasillo y la utilizó para trabar la puerta de su habitación. Tomó a su hermano y con toda la fuerza que tenía, se lo puso al hombro. Quien sea que fuese que se encontraba dentro, comenzó a dar violentos golpes a la puerta para tratar de derribarla. Samuel se retorcía y le pegaba con el puño cerrado dificultándole el andar, pero ni siquiera esos golpes que la dejaban sin aliento, la hicieron soltarlo. Trató de bajar las escaleras a toda velocidad, pero él se asió fuertemente a la baranda haciéndole perder el equilibrio y ambos cayeron rodando por la escalera. Todo se volvió negro por un momento, pero luego el miedo la hizo reaccionar. Abrió los ojos y sintió un dolor punzante en la cabeza, estaba mareada. Sam se encontraba inconsciente en el suelo. Ella se acercó aturdida y lo levantó en sus brazos mientras el mundo parecía girar a su alrededor. En ese momento escuchó aullar a su perra en el piso de arriba. Lágrimas de desesperación comenzaron a bajar por sus mejillas, volvería por ella. "Te lo prometo", pensó fugazmente. Salió de la casa corriendo descalza y gritando por ayuda en aquella oscura y tormentosa noche.

...

Llegó tambaleante y empapada a la entrada de una casa cercana, se dejó caer en el suelo mientras azotaba la puerta, al cuarto golpe desesperado, la luz volvió y una mujer de cabello blanco acudió a socorrerla. Rachel estaba en shock.
—¡Ayúdenme, por favor! ¡Alguien entró a mi casa! —gritaba frenética.
La mujer, asustada, intentó hacer que ella se levantara. Pero le temblaban tanto las piernas que no pudo hacerlo.
—¡Nicholas! ¡Ven rápido! —gritó la mujer—. ¡Llama a la policía!
Un hombre alto y corpulento de cabello blanco y barba espesa, apareció en la entrada con el ceño fruncido.
—¡¿Qué demonios pasa?! —gritó enfadado, pero al ver la escena inmediatamente tomó en brazos al pequeño y lo llevó hasta el sofá.
—Son los niños Anderson —explicó su esposa—. Parece que alguien se metió en su casa.
Rachel finalmente reconoció a sus vecinos. Nicholas y Dorothea la llevaron hasta el sofá junto a Sam. Mientras la mujer llamaba por ayuda, Nicholas desapareció por unos minutos y luego volvió con una escopeta en mano.
—¡¿Pero qué crees que estás haciendo?! —lo increpó su esposa—. ¡¿Acaso estás loco?! ¡Guarda eso inmediatamente!
Rachel seguía intentando despertar a Sam, pero él continuaba inconsciente.
—Iré a echar un vistazo —indicó el hombre.
—Mi perra está encerrada en el baño.
—Descuida, linda... —la consoló Nicholas.
—¡No seas tonto! —continuó regañándolo Dorothea—. La policía está en camino.
—¡¿Esos malditos holgazanes?! ¡Nunca llegan cuando los necesitas! —gritó él con una voz grave y acusadora.
Había perdido su móvil, probablemente en las escaleras, y aunque trató, no recordó ningún número al que poder llamar. Sus pensamientos se mezclaban y estaban algo difusos, aquel esfuerzo volvió como forma de puñalada en su cabeza. Dorothea se acercó y comenzó a inspeccionar a Samuel, su corazón latía y estaba respirando, aunque con algo de dificultad.
—No te preocupes, Lily —trató de consolarla—. Tu hermano estará bien.
Dorothea conocía a los Anderson desde hacía mucho tiempo y ella siempre la había llamado por su segundo nombre, Lily.
—Llamaré enseguida a tus padres, espero que no hayan cambiado el número... —dijo levantándose.
Inmediatamente, se dio cuenta de que Nicholas había desaparecido. Su expresión desesperada le confirmó a Rachel que el hombre había salido a enfrentar al intruso.
—¡Nicholas! ¡Maldito tonto...! —gritó Dorothea, impotente.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora