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La noche había sido demasiado larga y cada vez que lograba conciliar el sueño, las pesadillas volvían a aparecer. Shin había intentado calmarla diciéndole que el objeto que había encontrado en su habitación probablemente pertenecía a Sam. Eso sonaba como algo que él diría, ya que ni siquiera recordaba la clase de juguetes que tenía su hermano. Ella estaba segura de que no le pertenecía, pero se refugió en la idea de que Sam podría haberlo tomado "prestado" de algún lugar y llevado a la casa. No sería la primera vez que pasaba algo así. Sus ojos estaban cerrados, pero su mente parecía no callarse nunca. Alguien había estado en su habitación, observándola... ¿Cómo iba a volver a sentirse segura ahora que su espacio más íntimo había sido invadido? Gemma dormía plácidamente a sus pies y aquello le producía algo de tranquilidad, además su padre había prendido la alarma de la casa, la cual nunca usaban debido a las esporádicas visitas de Sam a la planta baja. Mientras pensaba y observaba los muebles y las formas de su habitación bajo la luz dorada que emitía su lámpara, fue quedándose dormida. Afuera, nuevamente, la lluvia empezaba a caer. No supo exactamente cuándo, pero un golpeteo la despertó. Se sentía aletargada, no entendía de dónde provenía aquel sonido. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? ¿Acaso no había dejado la lámpara encendida? Espabiló de repente e inmediatamente clavó los ojos en el clóset, asustada. El maldito golpeteo no cesaba, así que se hizo un ovillo y se cubrió la cabeza con la manta, cerró los ojos con fuerza, pero aquel sonido aterrador logró que los abriera de nuevo. Tras unos segundos cayó en la cuenta de que su habitación se encontraba tan oscura porque las luces de la calle, que generalmente se filtraban por la ventana, estaban bloqueadas por una sombra que golpeaba impaciente el vidrio con los dedos, generando aquel sonido. La figura movía la boca, pero Rachel, paralizada del miedo, no podía oírla. Su sonrisa era repulsiva y sus dientes eran filosos, su boca se movía mientras repetía sin cesar: "Déjame entrar". Se despertó agitada y sudorosa. El sol entraba por la ventana y no había rastros de que el día anterior hubiera habido una tormenta que amenazaba con inundar el pueblo. Eran las once y media del mediodía y había faltado a clase. Bostezó y el corte de su frente le dolió un poco, todavía se sentía perturbada por la horrible pesadilla, pero aun así, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Allí se encontró con su madre, quien estaba leyendo el periódico.
—Hola cariño, iba a llevarte el desayuno a la cama, pero ya que estás aquí... —se apresuró a decir mientras le daba un abrazo—. Siéntate, hoy tendrás el menú especial de "súper hermana".
Aquella tontería propia de su madre le resultó reconfortante esa mañana.
—¿Cómo se encuentra Sam? —preguntó.
—Descansando, esos medicamentos lo harán dormir bastante estos días —explicó Abbie—. A veces es extraño lo resistente al dolor que puede llegar a ser, hoy a la mañana actuaba como si nada le hubiese ocurrido.
Su madre movía la cabeza mientras le alcanzaba unos deliciosos hot cakes y un aromático té de vainilla.
—¿Por qué estás leyendo el periódico? —le preguntó con mirada curiosa.
—Por nada —murmuró saltando rápidamente entre las páginas
—No hablan de lo de ayer, ya he revisado —señaló Abbie—. Ahora recuerdo por qué nunca lo leo, solo hay noticias horribles.
Ella se refería a lo que había en primera plana. El asesinato de Lucy Walker, una joven que había sido encontrada sin vida cerca de un lago hacía seis meses. El título aseguraba nuevas pistas sobre su caso. Rachel apartó el periódico y luego extrajo de su bolsillo la talla de madera.
—Sabes que esto no es de Sam —estableció depositándola frente a su madre—. Deberíamos llevarlo a la policía.
—¿Todavía sigues con eso? —protestó con el ceño fruncido—. ¿Por qué un ladrón nos dejaría una estatuilla de un cordero?
—Pienso que quizá no fuese un ladrón, ya que no se ha llevado nada. En cambio, me ha dejado esto, como si fuese un regalo —razonó Rachel. En ese momento recordó algo y preguntó—: ¿Has podido averiguar a quién pertenecía el vestido verde?
—¿Por qué? ¿También te ha regalado eso? —se mofó Abbie, aunque enseguida cambió su postura—. Todavía no he preguntado.
Los pensamientos de Rachel se aceleraron a mil por hora entrelazando posibles sucesos, lo cual produjo que volviera a dolerle la cabeza. Comenzó a sentirse algo mareada y su madre la acompañó hasta la cama.
—Descansa un poco.
Su móvil no había dejado de sonar desde el día anterior y empezaba a molestarle, así que lo guardó en el cajón. Cada vez que miraba la pantalla, le daba un agudo dolor. Su madre tenía razón, necesitaba descansar, así que se recostó y cerró los ojos solo por un momento.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora