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      El miércoles por la tarde, Ava y Rachel estaban en el hospital acompañando a Agatha, quien se mostraba arisca ante la sola idea de pisar el lugar.
—Huele a desinfectante... —se quejó mientras sacudía unas ramas secas con un olor ahumado. Luego, al ver la cara extrañada de Rachel, le explicó—: La salvia purifica este horrible lugar.
—Oh...
—Debemos esperar aquí —indicó Ava señalando unos asientos, luego de hablar con la recepcionista.
—Llegamos un poco temprano, así que podemos esperar aquí —indicó señalando unos asientos.
Las tres se ubicaron frente a una mujer de cabello castaño que charlaba animadamente con otra, mientras sus dos hijos gritaban y corrían por todo el lugar.
—Ahora podemos respirar y relajarnos... —expresó Ava aspirando profundo, pero luego arrugó la nariz como si hubiera captado un aroma desagradable.
—Es el olor a muerte —masculló Agatha apoyando el bastón con cabeza de búho cerca de su silla.
—A mí tampoco me fascinan demasiado los hospitales —comentó Rachel uniéndose al grupo.
—Es tan... extremadamente blanco —estableció Ava—. Necesita un poco de color.
—Oh, querida... Creo que tú tienes todo el color que este lugar necesita —dijo Agatha.
Ava le dedicó una sonrisa, aunque Rachel no estaba del todo segura si aquello había sido un halago. Ava era una muchacha curvilínea de un metro cincuenta de estatura, y a donde quiera que fuera, se llevaba las vistas de todos consigo. Aquel día llevaba una remera corta y ajustada sin mangas, un pantalón muy ancho y un chal que caía sobre sus hombros.
—¿Cómo se encuentra tu madre? —le preguntó repentinamente la anciana, mientras arreglaba una parte de su larga pollera negra para no pisársela—. ¿Has sabido algo de ella?
Hasta aquel momento nadie había mencionado a los padres de Ava, aunque Rachel siempre había querido saber por qué vivía sola con su tía.
—Está en África —explicó la joven, mientras se quitaba el chal—. Dice que la luz africana es una delicia para los fotógrafos.
—¿Tu madre es fotógrafa? —preguntó Rachel sorprendida.
—Sí y es muy buena en lo suyo. Se ha ido de viaje hace ya un año y medio para reencontrarse consigo misma y reconectarse con su propósito vital —explicó orgullosa la muchacha de ojos café.
—¿Propósito vital? ¡Pamplinas! —bufó Agatha indignada—. Margaret dijo que no recibe noticias suyas hace casi un año.
—¡Eso no es verdad! —exclamó Ava enojada, aunque se contuvo enseguida—. Me envió una carta hace algunos meses...
El rostro consternado de la joven hizo que Rachel interviniera.
—Quizá podrías llamarla por teléfono.
—Ella no cree en el uso de los móviles... —musitó Ava.
Sintió pena por ella, aquello debía de resultar muy duro.
—Vaya madre... —se indignó Agatha dando un golpe al piso con su bastón.
Cada palabra que salía de su boca parecía empeorar la situación. El golpe había llamado la atención de uno de los niños que jugaba cerca de ellas y ahora las observaba con el ceño fruncido. El muchachito más grande se acercó a él y le dijo burlonamente:
—¡Son brujas! Si las miras a los ojos, te convertirán en ratón.
Rachel pudo oírlos, supuso que sus acompañantes debían resultar visualmente extrañas para los niños.
—¡Mira! —exclamó el niño más pequeño con los ojos abiertos de par en par—. ¡Esa tiene ojos de demonio!
Bueno, al parecer ellas no eran las únicas que resultaban algo extrañas.
—¡Y esa tiene un moco en la frente! —dijo el mayor señalando a Ava mientras se descostillaba de risa.
—¡Hey! —les gritó la muchacha bajita—. Es grosero burlarse de la gente. Y esto no es un moco... es un tercer ojo —aclaró tratando de mostrarse madura.
—¡Tiene tres ojos!
Las risas de los niños resonaron por toda la sala de espera. Su madre, a quien al parecer no le molestaba la situación, solo se volteó por un segundo para lanzarle a Ava una mirada desagradable y luego volvió a su conversación.
—Pequeños demonios... —murmuró Agatha.
La recepcionista anunció su nombre justo a tiempo antes de que fuera necesario separar a Ava de aquellos niños de preescolar. Las tres se alejaron de allí doblando por un pasillo angosto.
—Pueden esperarme aquí —les indicó la anciana.
—¿Está segura que no quieres que...? —comenzó a preguntar Rachel.
—No es que vaya a viajar a Narnia cuando pase por aquella puerta, solo quiero un poco de privacidad, ¿está bien? —se quejó antes de desaparecer dentro del consultorio.
—A Narnia se llegaba a través de un ropero... —corrigió Ava.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora