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      Rachel sabía que la clave se hallaba en el collar. Por lo que se había quitado el suyo para observarlo con una lupa y compararlo con el de la fotografía. Era de bronce labrado, con una piedra perfectamente redondeada de un color blancuzco lechoso. Mientras lo sostenía en alto, la piedra brillaba con hermosos destellos de colores. No logró encontrar ninguna marca extraña, código o número que pudieran facilitarle el trabajo. Acercó la lupa hacia la fotografía, definitivamente eran muy similares, aunque la piedra de Leda era completamente oscura. Los detalles y el color real de la imagen no podían apreciarse debido a que la fotografía era en blanco y negro. Investigó en la web utilizando como palabras clave "Piedra de Luna" y apareció una lista de minerales y piedras falsas que eran similares a la suya, pero rápidamente se dio cuenta de que necesitaría la ayuda de un especialista para lograr identificarla correctamente. Descubrió también que, en la fotografía de los padres de Agatha, Clémence parecía llevar una cadena que luego se perdía dentro de su ropa. Se recostó sobre la cama, frustrada, con miles de preguntas en su cabeza. ¿Sería realmente el mismo collar? ¿Acaso una piedra podía volverse negra de la nada? ¿Podría tratarse tan solo del mismo diseño y ser collares distintos? Finalmente, terminó preguntándole a su padre, quien esta vez los acompañaba a cenar, si sabía algo acerca de su origen. Él frunció el ceño.
—Sé que ha estado en las mujeres de la familia por mucho tiempo, pero eso es todo.
Aquello barrió las esperanzas de Rachel de obtener alguna clase de información. Su padre, que estaba comiendo espagueti, se manchó con salsa el costado de la boca y su madre le hizo una seña.
—Es un collar muy bonito, siempre me ha gustado —comentó Abbie sirviéndose un trozo de carne.
—Creo que vi uno igual en otro lado —agregó Rachel.
—¿De verdad? —preguntó su madre mientras le limpiaba el rostro manchado de Sam. Al parecer, ninguno de los hombres de la casa podía comer sin ensuciarse—. Recuerdo lo feliz te pusiste cuando ella te lo dio.
—¿Me lo dio en persona? Pensé que... —se sorprendió Rachel.
—Sí, cuando vino a conocerte. ¿No lo recuerdas? Bueno, probablemente eras demasiado pequeña —meditó la Sra. Anderson—. Ella dijo que lo había heredado de su madre, y que traía consigo una leyenda que se había perdido con el tiempo. ¡Pero tú estabas eufórica por saber cuál era! Creo que siempre te han fascinado las historias...
—¿Una leyenda? —Sus ojos se abrieron de par en par— ¿Dijo algo más? ¿La leyenda hablaba sobre un lobo?
—¿Un lobo? No —respondió su madre mirándola extrañada—. Ella no sabía de qué se trataba.
En ese momento su padre se levantó y fue hacia el comedor.
—Abbie, ¿has visto mi maletín?
Rachel no escuchó su respuesta, su mente había comenzado a divagar entre náufragos, lobos y leyendas.

...

El viernes por la tarde, después del instituto, Rachel caminaba junto a Edgard.
—¿Qué te ha parecido Blackwood hasta ahora? —le preguntó, mientras trataba de arreglar su cabello que no dejaba de agitarse por la brisa.
Eddie traía una remera de color bordó y unas bermudas de jean, llevaba su cabello alborotado como siempre y se mostraba bastante animado.
—No está mal —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Dónde vivías anteriormente?
—Viví casi en todos lados —explicó mientras caminaban—. Me he mudado tantas veces que creo haber recorrido casi todo el continente.
—¿De veras? ¿De qué trabajan tus padres?
El muchacho sonrió tímido.
—Soy adoptado —reveló—. He pasado varios años en distintas casas de acogida, hasta que Violet finalmente me adoptó.
Rachel se puso colorada.
—Oh... ¿Y cómo es ella? —preguntó tratando de disimularlo.
—Es vieja —dijo riendo, pero luego añadió—. Es una empresaria retirada, aunque al parecer se estaba quedando sin dinero y esa fue la razón por la cual vinimos aquí, para reabrir el viejo matadero.
Rachel sintió como un profundo enojo se apoderaba de su cuerpo, pero no dijo nada. Edgard pareció notar su cambio de actitud.
—Lo sé, lo sé... suena horrible, ¿verdad?
Por supuesto que él no tenía la culpa, así que se obligó a calmarse.
—Lo siento, es que no logro comprender como alguien podría lastimar conscientemente a un animal.
Cuando llegaron a la esquina doblaron hacia la izquierda.
—Sí... —dijo Eddie—. He tratado de hablar con ella, pero es imposible, es demasiado terca.
—Descuida, lo entiendo — respondió Rachel sonriendo mientras Eddie le devolvía la sonrisa.
—¡Uf! —exclamó aliviado—. Siento como si me hubiera sacado un peso de encima.
Lo miró sin comprender.
—Bueno... trata de decirle a la chica vegetariana que te gusta, que el negocio de tu familia es un matadero —reveló.
Luego, al ver la expresión de la joven, se mostró precavido.
—Quiero decir, eres la única persona con la que puedo hablar y realmente me gusta estar contigo...
"Te lo dije", escuchó fugazmente decir a la voz de Maddie en su cabeza.
—A mí también me agrada pasar el tiempo contigo... como amigos —señaló tratando de ser amable.
Pudo notar la desilusión en su rostro, pero enseguida trató de ocultarla. En ese momento se detuvieron frente a una gran librería, que era el lugar al que estaba yendo Eddie. Él se dio vuelta y la miró seriamente.
—Sabes, creo que la mayoría de las personas son idiotas... pero tú eres diferente —expresó. Y, antes de despedirse, le dijo con una sonrisa—: Creo que será divertido vivir aquí.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora