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Maddie corría por el bosque, pero no podía alcanzarla.
A veces se daba vuelta y reía como si aquello le resultase divertido, pero por más que Rachel intentara correr más rápido, la distancia nunca se reducía.
Su silueta comenzó a alejarse cada vez más, hasta que finalmente desapareció. Y con ella también se fue su esencia, la que siempre le había recordado al sol y a la llegada del verano.
De pronto sus ojos se abrieron en medio de la noche sin que su cerebro les diera la orden.
Podía ver claramente a través de las sombras los objetos de la habitación.
Olfateó el aire y reconoció el aroma de Vynx que se encontraba durmiendo en el sillón, olía a libros viejos y desinfectante. En cambio Ava, que estaba a su lado, olía a maquillaje y a cerezas.
Se bajó de la cama con un ágil movimiento y salió de la habitación.
Al pasar por al lado de Elvis, este se erizó y se encorvó, haciendo un ruido desagradable mientras le mostraba los dientes. Sus patas se deslizaron rápidamente por las escaleras mientras oía levemente a Agatha en su habitación balbucear entre sueños.
Salió al exterior y se adentró entre los árboles.
Sus sentidos estaban alertas, registraba cada pequeño movimiento a su alrededor.Olfateó el aire nuevamente y una nueva ráfaga de aromas penetró por su nariz, demasiados a la vez, pero pudo reconocer vagamente el que estaba buscando.
Se deslizó por la oscuridad del bosque hasta llegar al Mirador.
El perfume de Maddie era débil y se mezclaba con el aroma metálico de la sangre seca.
Allí pudo reconocer otras esencias.
El olor a hojas muertas se entrelazó con la imagen de Eddie, mientras que una pequeña brisa trajo consigo aquella familiar fragancia a coco artificial mezclado con tierra.
La esencia de Gemma.
Trató de seguir su rastro, pero enseguida se perdía entre los árboles.
Detectó algo cuando una ráfaga de aire vino por la derecha, así que comenzó a correr.
Ella era veloz y ágil esquivando, saltaba troncos y rocas.
Cuando pasó por un gran árbol supo que la madre pájaro había vuelto a poner huevos en el nido, pero ahora era demasiado rápida para que pudiese atacarla.El movimiento del viento trajo consigo una mezcla de olor a quemado y vainilla, la casa de Agatha. Pasó cerca de allí bordeando el arroyo y olisqueando la tierra.
Unos minutos después había llegado al lugar.
El aroma de Maddie se encontraba allí, aunque quedaba levemente opacado por una esencia familiar a malteada y dulces.
Una gran roca se alzaba en el aire dejando ver la entrada a una pequeña cueva.Cuando se acercó al interior, descubrió una puerta trampa semioculta ubicada a sus pies.
En ese momento Rachel despertó.

...

La joven todavía no se había movido de la silla y David la vigilaba con la mirada fija desde atrás del mostrador.
Aquello era lo más peculiar que había visto en todos sus años trabajando en la gasolinera. Sus días eran bastantes monótonos y aburridos, las únicas distracciones habían sido algunos cuantos hurtos y algunos jóvenes borrachos haciendo estupideces. Pero nada tan interesante como aquello, cuando una extraña muchacha de largo cabello oscuro apareció en su puerta, descalza y en camisón.
Primero había pensado que quizá se tratase de alguna clase de broma, ya que tan solo hacía algunas noches atrás le había confesado a Charlie su pequeña gran obsesión con las películas de terror. Tenía centenares de ellas en distintos formatos, y sus preferidas eran las japonesas. Por lo que cuando la vio entrar, supuso que Charlie se estaba burlando de él, pero al notar la cara desorientada de la joven, se dio cuenta de que algo le había ocurrido.
Ella no le había dicho demasiado y solo le pidió utilizar su teléfono. Por supuesto, él se lo dio. También se ofreció a llamar a la policía, ya que al ver el estado de uno de sus ojos, pensó que ciertamente alguien podría haberla lastimado, pero la muchacha se rehusó de inmediato.
Así que ahora se encontraba sentada en una silla, abrigada con su vieja campera militar.
Le había dicho que su nombre era Rachel.
Unos cuantos minutos después, dos muchachas aún más extrañas llegaron en un auto color rosa. Una de ellas, la pequeña de cabello turquesa la abrazó de inmediato, mientras que la otra, que tenía el aspecto de estar algo enferma, permanecía callada y no dejaba de lanzarle miradas desconfiadas.
David las observó murmurar algunos minutos y luego Rachel se acercó para devolverle su chaqueta.
—Gracias por todo.
—No hay problema... —contestó él rascándose la cabeza.
La campana de la puerta anunció la salida de las tres adolescentes.
—¡Espero que estés bien! —le gritó David.
Aunque ellas ya se habían marchado.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora