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Se encontraba sentada en las escaleras del porche. Lanzaba la pelota verde hacia el jardín mientras Gemma corría a atraparla a la velocidad de un rayo.
—¡Buen trabajo! —le gritó acariciando el collar que llevaba en su pecho.
Observaba la gracia con la que su perra saltaba para atrapar la bola. ¿Quién se hubiera imaginado, por la forma en la que se desplazaba sin problemas, que aquella perra negra y de ojos particulares había recibido más de diez puñaladas por tratar de defenderla?
Gemma se acercó con la pelota en la boca mientras saltaba como un cordero, Rachel sonrió y luego le acarició la panza. Pudo sentir todos aquellos bultos en el cuerpo del animal y se le encogió el estómago por un momento. No solo sus ojos, sino que ahora compartían también las mismas cicatrices.
Lonnie tenía razón, Gemma la cuidaría siempre desde donde quiera que estuviese.
Su historia había sido casi tan milagrosa como la suya, había sido encontrada por un hombre que venía manejando su camión, cuando de repente, se percató de un animal moribundo en medio de la carretera. Él la recogió y la curó.
Harry, así se llamaba, había aprendido de su abuelo a cuidar animales de granja y pudo aplicarle los primeros auxilios hasta que la llevó a casa de un amigo veterinario. Pasó un tiempo hasta que la perra se recuperó, y luego Harry la llevó a la granja de su bisabuela para que le haga compañía. La anciana, llamada Amelia, se encariñó con ella y la llamó Frida.
Rachel se enteró de que, al parecer, ninguno de sus familiares visitaba seguido a la mujer, quien ya era demasiado anciana para vivir sola y aislada. Cuando ella falleció, la compañía telefónica dijo que no pagaba las cuentas hacía más de un mes.
En ese momento un auto rojo aparcó en la vereda y tocó la bocina.
—¡Rachel!

. . .

Shin se encontraba frente a su computadora portátil en la cocina. La casa estaba vacía y podía trabajar con esa paz que siempre anhelaba cuando necesitaba concentrarse. Movió el cuello hacia ambos lados para descontracturar los músculos, luego tomó un sorbo de té y abrió su casilla de correo para revisar los e-mails. No había nada nuevo, así que seleccionó aquellos molestos mensajes basura que siempre le llegaban, para eliminarlos. Estuvo a punto de borrar el que pertenecía a uno de sus parientes lejanos que había conocido en Japón, al parecer, se disculpaba por enviar tan tarde la versión que ellos conocían sobre la leyenda de "La niña bañada por la Luna" la cuál Shin les había preguntado en su viaje.
—"La niña bañada por la Luna" o como nosotros la conocíamos: "La maldición de los hermanos..." —comenzó a leer en voz alta.

. . .

Ava y Bonnie la llamaban desde la ventana trasera haciéndole señas. Pudo ver que la niña aún llevaba la pequeña talla de conejo en su mano, la que su tía abuela le había regalado; desde hacía algún tiempo había comenzado a llevarla consigo a todos lados.
Rachel les dirigió una gran sonrisa.
Habían descubierto que las cajas en las que Bonnie había estado recibiendo sus obsequios, las que tenían una "L" tallada, y que también ella misma había recibido una vez, pertenecían a la antigua tienda de esencias de Agatha llamada "Lavoie", como el apellido de su madre. Aunque ella se preguntaba si al poner solo la letra "L" en las cajas que representaban el primer emprendimiento que había realizado, no tendría que ver de alguna manera con honrar también la memoria de su hermana Leda.
Aunque las personas la veían como a un ser malvado, Rachel no lo hacía, creía que solo había tomado malas decisiones y que no había tenido tiempo de enmendarlas. Y aunque Eddie había usado una de sus cajas para asustarla, sabía que Agatha se las había enviado a Bonnie como un gesto de amor, intentando de la única manera en que podía de acortar las distancias que las separaban. Sentía pena por ella, por no haber logrado su cometido de reunirse nuevamente con su hermana y con Bonnie.
Se subió al asiento del acompañante luego de dejar a Gemma dentro de la casa.
—Hola —le dijo a Lonnie dándole un rápido beso en la boca.
—Hola —contestó ella con aquella sonrisa que siempre la ponía de buen humor.
En el asiento trasero, sus amigas ni siquiera se mosquearon.
Habían decidido contarles hacía unas semanas atrás que ahora eran una pareja oficial. De alguna manera Vynx ya lo sabía, pero Ava, como siempre, ni siquiera se lo había imaginado. Bonnie, por su parte, parecía no importarle demasiado aquello, ya que estaba tan contenta de que volviesen a pasar tiempo con ella que todo lo demás era secundario.
Aquella tarde se realizaba la muestra de pintura de la clase de Sam, así que mientras todas reían y bromeaban, pusieron en marcha el motor y se dirigieron al instituto. Su madre había ido temprano con su hermano y su padre, aunque Shin solo había durado menos de diez minutos en la exposición y ya se encontraba nuevamente en casa.
—¡Vamos a llegar tarde! —se quejó Vynx desde el asiento trasero—. La muestra prácticamente ha terminado.
—¡Debemos apresurarnos! —indicó Bonnie.
—Todavía nos quedan unos... veinte minutos —aseguró Ava.
Mientras el auto se movía a toda velocidad, la radio comenzó a pasar una canción de música country. Lonnie se apresuró a cambiar de estación enseguida, las demás no parecieron notarlo, pero ella pudo darse cuenta que aquello le recordaba a su padre.
A pesar que parecía un día como cualquiera, y de que las noches en el Pink Palace habían vuelto, por lo que todo parecía estar como hacía tan solo unos meses atrás, Lonnie nunca había vuelto a ser la misma. Y, a decir verdad, ninguna realmente lo había hecho.
Giró la cabeza y se encontró con aquella muchacha de cabello dorado, estaba seria y parecía concentrada en el camino, aunque creyó detectar algo más en su mirada. Algo en su interior parecía haberse roto, pero ella se rehusaba completamente a hablar de lo sucedió con su padre. Supuso que Lonnie se abriría cuando estuviese lista, y tanto ella como las demás, estarían allí para ayudarla.
—Elle ama el apio, y eso es muy bueno, porque yo lo odio —decía Bonnie con una mirada pícara—. Así que cuando Maggie no está viendo, siempre se lo doy por debajo de la mesa.
"Elle" era su nueva mascota, una coneja grande y gorda con la que la habían sorprendido hacía unos meses atrás y que parecía convivir perfectamente junto a los demás animales.
Bonnie también había pasado tiempos duros, y a pesar de ello, había decidido por cuenta propia devolver a Lulú a sus dueños originales. Por lo que a Ava se le ocurrió la buena idea de que la niña pudiese finalmente tener la compañía de su animal favorito.
—Apuesto a que Maggie está muy feliz... —se burló Lonnie.
—¡Mi tía está enamorada de aquel animal! —exclamó Ava—. Y aunque a mí me guste también... no puedo entender por qué sigue defecando tan solo en mi habitación.
Aquello provocó una ola de carcajadas.
Cuando finalmente llegaron al instituto, comenzaron a atravesar los interminables pasillos a toda velocidad en dirección a la muestra que se encontraba en el segundo piso.
—¡No pueden correr! —les gritó un profesor con cara de pocos amigos.

El Lobo está viniendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora